El Bidasoa no estará hoy en la final de la Copa del Rey porque perdió las llaves de la puerta que abría el pase al partido por el título. Cedió ante un Ademar que ha llegado a esta competición perfectamente rodado y empujado por la buena racha que transmite en Europa. El conjunto castellano disputará la final once años después de su última comparecencia. El partido y la situación de los equipos han cambiado considerablemente en un mes. Las dos escuadras iniciaron la segunda vuelta con un encuentro en León en donde los de Jacobo Cuétara ofrecieron un tratado de balonmano, ganando (27-33) y sembrando mil dudas a orillas del Órbigo.

Los de Manolo Cadenas se rearmaron con acierto y los de Jacobo Cuétara se han ido saliendo, por diversas razones, del buen carril. Es cierto que, en la liga, los irundarras están siete puntos por encima de los castellanos. Los dos se volvían a encontrar en las semifinales de un torneo eléctrico, donde los fallos se pagan sin opción inmediata de arreglarlos. Por encontrar los aspectos positivos de la eliminación, el equipo dispone ahora de dos semanas (la próxima no hay liga) para recuperar lesionados, tono y preparar con mimo un encuentro decisivo por el subcampeonato ante el BM Logroño, próximo visitante de Artaleku.

La primera mitad concluyó con ventaja mínima para los guipuzcoanos, que jugaron como en las grandes ocasiones. Buena defensa, ataques largos y juego controlado, tratando de evitar los contraataques leoneses.

Con dos muros cerrados (6-0), la paciencia de ambos ataques debía acompañar al juego coral hasta encontrarse la opción de pase o lanzamiento. Así transcurrieron los minutos. Al gol de uno, respondía el otro. Se fueron sucediendo los empates, hasta que el Bidasoa entró en fase de apagón. De la igualdad a siete, a perder de cuatro (8-12). Cuétara llamó a los suyos al cónclave de un minuto. Efecto inmediato. Los primeros goles de Kauldi Odriozola, Julen Aginagalde y uno más de Crowley llevaron las tablas al marcador y a los jugadores ademaristas en torno a Manolo Cadenas, que solicitó un tiempo muerto. No cambió el decorado. Antes bien, al gol de Lucin respondieron Jon Azkue y el propio Crowley para llegar al vestuario con una ventaja mínima (14-13).

Las espadas estaban en alto, al igual que las opciones de disputar. Un gol supone ciertamente una ventaja, reconforta el plan del equipo que va por delante, pero es una diferencia testimonial. Es obligatorio seguir remando en la misma dirección y, a ser posible, con los mismos índices de eficacia. Tras el paso por vestuarios, los dos conjuntos siguieron a lo mismo. Intercambio de acciones ofensivas, defensas contundentes y eficaces hasta que la fragilidad de las situaciones comienza a pagar facturas. Coincidió la exclusión de Jon Azkue con un momento decisivo de la contienda. En esos dos minutos, el Ademar pasó de una ventaja mínima (18-19) a una de cuatro goles muy sustanciosa y que a la larga fue decisiva. Trató de evitarlo Jacobo Cuétara con un tiempo muerto, pero la suerte estaba echada. Los leoneses siguieron a su nivel, viendo tocado al oponente, mirando al marcador de los minutos que restaban y gestionando la buena ventaja.

La defensa no lograba evitar los lanzamientos exteriores de Natan Suárez, Lucin o Erwin Feuchtmann. Los ataques concluían de modo favorable para las acciones del meta Slavic, que volvió a erigirse en protagonista y jugador clave en le suerte del encuentro. Entre otras cosas también, porque la selección de tiro perdió la línea de eficacia mostrada con anterioridad. Si no logras dominar, al menos, en una de las dos áreas todo se complica. Y se complicó hasta el punto de caer eliminados y despedirse de la opción de disputar hoy la final y de acceder a Europa por la vía de esta competición.