Aitor Sanz Ramírez, un altsasuarra de 44 años, forma parte del equipo que acompaña a Alex Txikon en su ascensión al Manaslu, a 8.163 metros de altitud en la cordillera del Himalaya. Y es que en una expedición también tiene que haber una persona que se encargue de la logística; un manitas que vele para que no falte suministro eléctrico para baterías, teléfonos, radios, ordenadores, estaciones meteológicas o drones entre otros dispositivos además de energía para iluminar las largas noche y llevarse algo caliente a la boca.

Para el suministro eléctrico cuentan con placas solares en el campo base, a 4.900 metros de altitud. "Es un sistema fotovoltaico muy sencillo que funciona sin más problemas que tengamos un poco de luz o claridad. A las mañanas si ha nevado o helado limpio las placas para que carguen.", explica Aitor Sanz. "Lo más difícil es concienciar a la gente de que hay una vez que están cargados los dispositivos hay que retirarlos para que duren más", añade. También señala que en esta expedición se afanan en dejar la menor huella posible y han prescindido de generadores y combustibles. También de bidones de agua y potabilizan el agua de la nieve o el hielo con unos filtros de carbono.

"Estoy muy a gusto. Es una experiencia muy enriquecedora", asegura Aitor Sanz. "Soy una persona que me adapto a las circunstancias y me apaño con poco. Lo más duro es la higiene, que es básica", apunta. Si bien durante el día las temperaturas son positivas por la noche descienden a -25º. "Tenemos buenos sacos, buena ropa y se aguanta", asegura. Por otro lado, destaca las alegrías que les da comer productos de Katealde. "Patxi Arakama colabora con un montón de productos gourmet. Si allí son un lujo, no veas cómo saben aquí", asegura.

Aitor Sanz conoció a Alex Txikon en 2019 en el aeropuerto de Barajas a través de unos amigos comunes con los que viajaba a Nepal para hacer el campo base de Everest y Annapurna. "Cuando llegamos a Nepal nos invitó a cenar en todo el equipo. Allí tenía un todo terreno pero no tenía chófer y me ofrecí a llevarlo hasta Bilbao", recuerda. Era otra aventura que le llevaría a cruzar este país así como India, Pakistán, Irán y Turquía para entrar por Rumanía a Bulgaria y atravesar toda Europa hasta la capital vizcaína. "En un principio iba a viajar solo pero allí conocí a Irune Miguel, una optometrista de Galdakao que trabajaba como voluntaria en la ONG Samsara Nepal y que se ofreció a compartir viaje", apunta, al tiempo que destaca la labor que realiza esta ONG que trabaja en la atención auditiva de los niños y niñas de ese país y la de esta vizcaína en particular. "Ha conseguido operar a muchos niños", destaca.

Así, empezaron a acudir las embajadas de los países que íbamos a cruzar para obtener los visados pero a mediados de marzo se cerraron las fronteras. "Pensábamos que en uno o dos meses se solucionaría y fuimos a Pokhara, una ciudad preciosa", recuerda. Al final fueron seis meses que no desaprovecharon y con un coche parado, surgió la posibilidad de utilizarlo para la iniciativa contra la covid-19 Yo me corono. "Al llegar al monzón hacía falta gente para ayudar. Hablamos con la policía turística y nos dieron permiso para hacer viajes con personas que necesitaban tratamientos médicos o transportando sangre para transfusiones", explica. En octubre volvió para los preparativos de la expedición, que salió el 31 de diciembre.

Aventurero

La del Manaslu es otra aventura más de este altsasuarra que lleva más de una década recorriendo el mundo, un viaje que comenzó cuando tenía 33 años y se jubiló de la fundición Magotteaux, de Urdiain, con la espalda y los hombros destrozados después de 12 años de dar porrazos a piezas de hierro. Con 15 lesiones diagnosticadas e intensos dolores que solo consigue paliar con parches de morfina, los tribunales médicos le dieron la invalidez total. Mientras las lesiones le dejen y no empeoren, lo que le obligaría a pasar por los quirófanos y enfrentarse a un futuro incierto, Aitor Sanz quiere disfrutar que sigue en pie y con ganas de conocer mundo.

"Los tres primeros años desde que cogí la baja estuve de médicos y rehabilitación hasta que me dieron la jubilación total", recuerda. Después vivió dos años a caballo entre Marruecos y Altsasu. "Me suponía estar a hora y media de vuelo, cerca de casa y la familia". Luego empezó a viajar en un todo terreno y estuvo 3 años recorriendo Marruecos de norte a sur. Desde entonces ha visitado más de una veintena de países de Europa y África.

"Los países que más huella me han dejado son Etiopia y Rumania. En el primero estuve 15 días con las tribus en la selva, Me faltó de recorrer el desierto de Afar, y me gustaría hacerlo andando con unos camelleros", apunta. "Es posible que cambie mi manera de viajar porque aquí hay mucho aventurero. Antes solía hacerlo solo o con un amigo. Ahora hay gente con proyectos que pueden surgir y no sé lo que puede acontecer", observa. "Si no puedo volver con el coche, procuraré la forma de moverme por Asia, en especial Sri Lanka y Filipinas", avanza.