aunque no se lo imaginen, y pese a que a muchos les puede parecer una herejía, los periodistas nos parecemos a los entrenadores mucho más de lo que la gente se piensa. Bueno, sobre todo de lo que los técnicos y sus flamantes carnés se creen. Nosotros también planificamos mucho las cosas y confeccionamos nuestras propias estrategias. Un ejemplo. Sé que algunos lo llevan a su máxima expresión, algo que a mí no me interesa lo más mínimo, pero un redactor también elabora su plan antes de hacer una entrevista para obtener lo que le interesa. Esta semana he charlado con Le Normand con motivo de su vuelta al Villamarín, donde el año pasado debutó con el primer equipo. Como uno ha ido al Liceo Francés y el que tuvo algo retuvo, intenté hacer la interview en su idioma natal, como solía realizar con Griezmann, lo que sin duda mejoraba notablemente su mensaje. Pero el central está tan orgulloso de su castellano que optó por hacerla en esta lengua. A pesar de que su esfuerzo tiene todo mi reconocimiento, la naturalidad de sus expresiones y palabras no son las mismas. Obvio. Después de estudiar mucho su vida y carrera, un compañero de su misma nacionalidad me chivó que había una cosa realmente curiosa en él y es que, a pesar de apellidarse Le Normand, es bretón. Como buen alumno en el colegio -por aquel entonces sí, después ya me desvié considerablemente-, aprendí que estos pueblos mantienen una rivalidad encarnizada resumida en la guerra de la sidra que los dos producen, y en la pugna por el emblemático Mont Saint Michel, que delimita las dos regiones y que ambos consideran de su propiedad. Y como buen táctico, y siendo consciente de mis limitaciones en la entrevista, mi estrategia consistía en intentar sacar un titular con algo de gracia relacionado con la controversia de sus orígenes. El zaguero tiró por la borda mi plan, pese a que la cuestión le hizo bastante gracia, lo que me llevó a pensar en un momento que había derribado su coraza de protección tan propia de los futbolistas: "Eso es verdad. Tendrás que preguntar a mis ancestros, o a mis padres. No tengo respuestas para eso". ¡Y ahora yo qué hago!

Ese loco mundo de los entrenadores. Siempre me costará entender la frialdad con la que asumen el cargo cuando todavía está caliente el cadáver del que acaban de despedir. Me parece terrible lo sucedido con Valverde, un preparador de primer nivel, cuyo principal aval son los extraordinarios resultados que ha obtenido, sobre todo, en el Barcelona. La Real ya ha intentado dos veces su contratación, pero la influencia del Athletic provocó que las desestimara. Su destitución se resume con el tuit que le mandó al propio Txingurri un amigo a las pocas horas de ser cesado de forma tan irrespetuosa como desveló el periodista Pérez de Rozas: "El Barcelona ha despedido al único que no estaba haciendo el gilipollas en el córner de Liverpool". Imposible ser más certero.

Sí que es verdad que el cuadro azulgrana había perdido algo de gracia y de encanto en los últimos meses, pero uno pensaba que en los despachos del club con más facilidad para autodestruirse habría alguna cabeza inteligente que se daría cuenta de que el ocaso y la sucesión del invencible Barcelona de Guardiola sería bastante traumática y provocaría que se cuestionaría todo. Muchos olvidan que antes también lo habían ganado casi todo gracias a la aparición de un mago con sonrisa imborrable de quien el viernes se cumplieron dos años de su retirada. El verano de 2003, el Barcelona, que se encontraba en una de sus travesías por el desierto sin llegar a reconocerse cuando se miraba al espejo, buscó en el mercado un revulsivo. Su presidente Laporta intentó fichar a Beckham e incluso llegó a tener un acuerdo con el United, pero Florentino, que a zorro no le gana nadie, había cerrado el sí del futbolista directamente. Tocado por las calabazas, el abogado catalán se sacó un as de la manga que cambió de forma radical la depresión que arrastraban la entidad y su afición. Lo hizo desde su debut en casa ante el Sevilla, en un encuentro que comenzó pasada la medianoche, por uno de esos caprichos consentidos de gigante, y gracias a un golazo antológico después de recorrerse medio campo y lanzar un obús que entró tras pegar en el larguero. Su nocturnidad fue un guiño del destino, ya que fue precisamente esa circunstancia, la del amor a las salidas a deshoras, la que provocó su posterior salida por la puerta de atrás.

Sí, por supuesto que me refiero a Ronaldinho, ese astro que Aranburu siempre destacaba que era el mejor al que se había enfrentado: "Llegó a estar por encima de todos". Normal, después de que bailara una noche a todo un once de la Real hasta ajusticiarlo de falta en el último minuto.

Ronaldinho como un estilo para disfrutar la vida, tal y como lo resume en una entrevista concedida a Panenka, en la que destaca que su padre le solía decir que "la creatividad te llevará más lejos que el cálculo". El brasileño nos recordó, como las viejas y emblemáticas versiones de su selección, que se puede ganar sin perder tu seña de identidad callejera y el alma de gambeteador: "Siempre quise jugar un fútbol con regates, donde hubiera un uno contra uno todo el tiempo, y no tanta táctica, con balonazos arriba y saltando. Yo prefiero ver un partido de equipo que juega bonito aunque pierda. Es una forma que se asemeja a cómo me tomo la vida. Yo prefiero estar siempre sonriendo".

Es curioso, porque identifico perfectamente a esta romántica Real con su mensaje, en el que encaja su apuesta ofensiva. Pero no olvido que hoy en día se enfrentan a auténticos atletas y hasta los artistas deben reciclarse. Como Odegaard, Oyarzabal o Barrenetxea (no se pierdan su tren inferior y su desparpajo callejero). Quizá, entre nuestros mayores artistas queda algo descolgado Januzaj como un eslabón perdido y desubicado. Hace poco, Thierry Henry declaró en un documental que cuando estaba en activo, muchas veces miraba el reloj y sentía rabia de que se agotara el tiempo por lo mucho que estaba disfrutando. En la misma revista, Oyarzabal confirma que en ocasiones también le pasa con esta Real. No hace falta que lo jure, salta a la vista. Queremos más magia? Y ganar para regresar sonriendo. ¡A por ellos!