eibar - Fue el día de San Blas de 2018. Mikel Lizarralde bajaba corriendo por el monte cuando comenzó a tener problemas de visión. “Veía doble”. Cogió el móvil, hizo una búsqueda en Internet y pensó que podía deberse a un problema de sobreesfuerzo. Pero no. Los dos siguientes días sufrió los mismos síntomas. Al tercero, ya en el trabajo, se asustó. Ingresó en el hospital de Mendaro. Después de someterse a una sucesión de pruebas, llegó el diagnóstico: esclerosis múltiple. Dos palabras como dos mazazos. El mundo que se viene abajo. “Yo veía que mi vida había terminado. Durante dos o tres semanas estuve en un agujero. La esclerosis es una enfermedad que no tiene cura. Es crónica, degenerativa y muchos enfermos acaban en sillas de ruedas”, explica Lizarralde, de 39 años, responsable de proyectos y coordinación en la empresa CodeSyntax de Eibar.

Una amiga neuróloga le ayudó a entender la enfermedad y a vencer los miedos que se encuentra uno cuando ausculta en San Google. El resto corrió a cargo del propio Mikel.

Optimista por naturaleza, entendió que el deporte podía ser la mejor terapia para sobrellevar una enfermedad que tiene cierto estigma. Tres meses antes de que fuera diagnosticado, había acabado el maratón de Donostia, el tercero de su vida. Nunca había sido ni el más rápido, ni el más alto, ni el más fuerte, pero se defendía en todo tipo de pruebas.

El primer paso fue subir las escaleras hasta el primer piso de su casa. Luego llegó volver al trabajo tras 50 días de baja (sus compañeros no le dejaban ni leer el correo electrónico para que no se fatigara), más tarde volver a conducir. Pero en el fondo ansiaba recuperar el pulso al deporte. Así que comenzó a nadar. Casi todos los días cubría largos, primero unos poquitos, luego algunos más. Así que el verano pasado se animó a participar en la Getaria-Zarautz, la Behobia de las travesías a nado. “Acabé en mitad de la tabla. Fue una alegría”, recuerda. Cómo no, también se animó a participar en la travesía de la isla de Santa Clara y en la de la bahía de Donostia “Hacer deporte me gusta y me ayuda a centrarme, a bajar el estrés del trabajo y la familia. Sobre todo me gusta andar en bici y también correr”.

Solo tres meses después de aquel fatídico 3 de febrero de 2018, empezó a correr. Tres kilómetros en Las Landas junto a un amigo. En verano llegó otro desafío: subir a la Mesa de los Tres Reyes (2.442 metros).

Como un reto lleva a otro, se planteó correr la maratón de montaña Zegama-Aizkorri, una carrera que ha seguido in situ en varias ocasiones y con un recorrido que conoce de sobra (su madre es de esta localidad de Goierri). Contó su caso a la organización, que le facilitó un dorsal. “Hacer la Zegama es un regalo”, afirma Lizarralde, que prepara con mimo su estreno en la prueba el próximo 2 de junio. Es el primer corredor con esclerosis que participará en la Zegama, 16 meses después de ser diagnosticado. La Zegama como terapia. “No hay evidencia que justifique que el deporte me ayude a estar mejor, pero sí hace que me encuentre mejor y con los músculos tonificados. El deporte no evita nuevos brotes. Me detectaron un brote de esclerosis muy pronto y esa es buena señal”, explica. ¿Y correr 42 kilómetros por el monte no es un riesgo para la enfermedad? “La neuróloga que me trata me dijo que el deporte es bueno siempre que no haga ultramaratones”.

Lizarralde está ahora enfrascado en preparar a conciencia su debut en la Zegama. Corre tres o cuatro días por semana, alterna bici y piscina y descansa los sábados. El principal inconveniente es que la temperatura de su cuerpo no puede aumentar demasiado. De momento ha disputado una media maratón en Donostia en noviembre pasado y dos carreras de montaña en Mendaro y Zarautz. Tiene también la experiencia de los tres maratones (uno en Vitoria y dos en Donostia) que disputó antes de la enfermedad. Hace cábalas sobre el tiempo que necesitará para completar la Zegama, pero es lo de menos. “No voy con ningún objetivo. Es algo más festivo y de reivindicar que esta enfermedad existe y no es el fin del mundo. No me muevo por el ego”, afirma Lizarralde. Y después, ¿qué? Los proyectos nacen como setas. Solo dos semanas después de la Zegama está inscrito en la Irati Extrem, una prueba cicloturista de 128 kilómetros y ocho puertos por el Pirineo navarro.

Pero bullen en su cabeza más planes como cruzar los Pirineos en bici de carretera, emulando la travesía que Ander Izagirre describe en su libro Pirenaica, viajar a Nepal o participar en la Hiru Handiak, una marcha de 100 kilómetros.