La vida de Aitor Francesena (Zarautz, 1970) ha discurrido y discurre entre el surf, su gran pasión desde que era un niño, y sus problemas de visión. Nació con un glaucoma congénito, con catorce años perdió la visión de un ojo y con 43, la del otro. Hace cinco, por tanto, que ve “la pantalla en negro”, como él mismo dice. Lo que no le ha impedido volver a subirse a una tabla. No solo eso. Hace tres años fue campeón del mundo de surf adaptado, entrena a la selección de Gipuzkoa, impulsa el surf adaptado en toda España, da charlas, una peli sobre su vida triunfó en el pasado Surfilmfestibal de Donostia y hasta ha grabado un anuncio para Toyota en una campaña a nivel mundial de la marca automovilística. “Soy muy activo. También te digo que eso es lo que me da vida, ¿eh? Soy una persona que me gusta vivir la vida a tope, no verla pasar, sino vivirla, es lo que me llena”, asegura.
Francesena tiene grabadas en su infancia las visitas al médico, a la Cruz Roja, al quirófano. “Para los catorce años ya me habían operado ocho veces. Cuando era un niño aún no se conocía mucho sobre el glaucoma congénito y los médicos iban haciendo operaciones para ver cómo se podía librar eso. En una de esas, no sé si porque salió mal o porque fui a jugar a playeros y me entró arena o lo que sea, perdí la visión del ojo derecho, así que me quedé solo con el izquierdo”, cuenta el surfista guipuzcoano: “Hasta entonces, veía igual un 80% de un ojo y un 60% de otro. Vivía en un caserío y recuerdo ver al otro lado de la autopista las ovejas y las vacas. Era una distancia larga y las veía bien. Tengo esa imagen”.
Cada visita al médico era una tortura para Aitor Francesena: “De niño lo llevaba mal. Cada vez que oía a mis padres que tenía que ir al día siguiente a la Cruz Roja, para cuando se habían levantado yo ya no estaba en la cama. Había salido y estaba escondido por ahí, o subido a un árbol. Tenían que buscarme entre mis padres, mis tíos y mis abuelos, y les montaba las de Dios. Estaba acojonado cada vez que tenía que ir al médico. Para quitarme la tensión del ojo, era una máquina que apoyaba una aguja en el ojo y te echaba unas gotas. No hacía daño, pero yo era muy nervioso y no me podían tener quieto, así que me dormían con mascarilla”, cuenta.
A Francesena le empezó a gustar el surf muy pronto, pero tenía “prohibido” practicarlo: “Andaba con operaciones y mis padres consideraban que era un deporte de riesgo, entonces no lo practicaba tanta gente”. Se conformaba con andar en un patinete que le regalaron cuando tenía seis años: “Había unas cuestas enormes e iba a saco”. Pero la película El gran miércoles, que vio en el cine, y observar a los surfistas todos los fines de semana cogiendo olas hicieron que el surf se convirtiera en una obsesión ya imposible de aplazar pese a los deseos paternos. “Empecé a hacer un poco antes de perder un ojo. Tenía un amigo al que llamaban cangurito porque tenía un hermano mayor conocido como canguro. El mote venía de que había nacido en Australia. Canguro estudiaba en Pasajes y su hermano y yo le quitábamos la tabla e íbamos a surfear. Mis padres lo dieron por imposible”.
Escuela de surf y viajes
Además de hacer surf, Francesena -a quien ya entonces llamaban Gallo- y sus amigos hacían tablas y crearon la primera escuela de surf no solo de Zarautz, sino de toda España. El surf pasó a ser su pasión y su modo de vida. “Hacíamos unas 100 o 120 tablas al año y las vendíamos por 40.000 pelas. En el caserío familiar en el que vivíamos antes montamos el primer taller. Y a mediados de los 80 montamos una escuela de surf. Cogimos un contenedor de estos de obra y lo pintamos de blanco, verde y rojo. El primer verano tuvimos a diez o quince chavales, pero el siguiente vinieron ya 35 y el siguiente, 50. Estábamos desde la mañana hasta la tarde surfeando y enseñando a los chavales. Trabajábamos mucho en primavera, verano y otoño, y en invierno nos íbamos a Australia o a algún sitio con calor”.
Francesena exprimía sus días. “Tenía prisa por vivir”, reconoce. “Cuando ya has perdido un ojo y el otro empieza a fallar, ves las orejas al lobo y empiezas a prepararte por si algún día pasa. Trataba de apurar todo lo que hacía. Si estaba en otro país, por ejemplo Indonesia, y había una puesta de sol guapa, pedía a la gente que me esperara, que iba a estar un rato más. Y me quedaba sacando fotos, mirando a un lado y a otro para tenerlo grabado en la cabeza por si algún día no podía ver una puesta de sol”, cuenta.
Una anécdota contada por él mismo refleja su mentalidad: “En su momento, en una época de mi vida en la que yo quería viajar, viajar y viajar, para ver mundo, tenía una novia y yo trataba de explicarle esto. Le decía: Necesito correr, porque si no corro me voy a quedar sin ver muchas cosas y quiero ir aquí, aquí y aquí. Ella no lo supo entender y un tiempo después me dejó. Me dolió mucho. Veinte años después, hace poco, estaba haciendo bici en el polideportivo con los chavales de la escuela y se subió en la bici de al lado. Me saludó y me preguntó qué tal lo llevaba. Le respondí: Como puedo, una vida nueva, una historia nueva. ¿Te acuerdas lo que te dije aquel día? Ya ha llegado ese momento, ahora puedes entender por qué quería vivir lo máximo en el mínimo tiempo posible”.
Fue hace cinco años, cómo no, haciendo surf, cuando llegó ese momento que llevaba “toda la vida esperando”: “Me cayó una ola y se me reventó el ojo. Se me quedó como un chipirón, como un balón desinflado. El ojo tiene líquido por dentro, me vino una ola que me dio de lleno, el golpe fue fuerte y me explotó el ojo, lo tenía con puntos. Me habían hecho dos trasplantes de córnea y faltaba poco para que me hicieran otro. Pensé: Se acabó. Toda la puta vida esperando esto y ya está. Pasó la pantalla a negro y me salió un suspiro. Sabía que algún día iba a quedarme ciego”.
Surfea “por sensaciones”
Tres meses después de salir del hospital, Francesena volvió a coger una tabla. “Me adapté bastante rápido”, dice: “Pensaba que, al no ver, me iba a marear porque en el agua estás todo el rato en movimiento. Pero fue una adaptación rápida. El mar da mucha información. Empecé como cuando era un chaval, primero con tablas grandes y anchas y poco a poco con tablas más pequeñas y estrechas”.
El zarauztarra surfea “por sensaciones”: “Llego a la playa y por oído sé más o menos la ola que hay. A veces entro acompañado por una persona que me ayuda, pero puedo hacer surf solo. De hecho, en verano entro de noche si sé que va a haber buenas olas. No me hace falta nada más que la referencia del sonido de las olas, con eso yo me puedo mover”. Reconoce que “al principio la gente alucinaba” cuando lo veía entrar en el agua: “Ahora se les hace normal y ya no están tan al loro. Soy uno más en el agua”.
Francesena no puede parar quieto y está metido en varios proyectos: “Se podría decir que vivo la vida al 80%. A veces me hace daño no poder ir al 100%, pero igual otro en mi situación la vive al 40%. Hago muchas cosas. Estoy dando la vuelta a la península, por ejemplo. Por ahora he hecho de Elizondo a Cantabria, casi hasta Asturias. Quiero ir andando, por etapas y sin prisas. Es un proyecto a largo plazo. Entreno a la selección de Gipuzkoa junto con Imanol Yeregui, al que enseñé en su momento. Estamos encantados de transmitir a los jóvenes lo que sabemos. También estoy tratando de impulsar que más gente con minusvalías haga surf, y doy charlas en empresas, escuelas y universidades. El año pasado grabé una película y también un anunció para Toyota que saldrá en breve”.
El guipuzcoano no se considera a sí mismo como un ejemplo ni siente “responsabilidad” por la imagen que pueda dar: “Aportar algo a los demás me llena. Era entrenador (por sus manos han pasado surfistas como Aritz Aranburu o Axi Muniain) y sigo siéndolo, además de deportista. Si hago algo que hasta ahora no se había hecho o si rompo una barrera para que otros después lo tengan más fácil, me parece increíble”. La actitud y las ganas son lo más importante: “Quiero cosas positivas, nada de quejas. Llámame para ver cómo tirar adelante, no para cargarme con todo lo que te ha pasado. Yo no me quejo porque me parece mal”.
Cuarto en el último Mundial
En 2016, Francesena se proclamó campeón del mundo de surf adaptado. Era la primera vez que se disputaba esta competición. El pasado año fue cuarto en California. Antes del evento, pidió cambiar las reglas de la competición, ya que participan en la misma categoría surfistas como él, que no ven nada, con otros que ven algo: “Con ver un 1% ya hay mucha diferencia con los que somos ciegos. Este último año había hasta cuatro que veían algo. Si solo aprovechan lo que ven para surfear, no me gana ninguno, pero lo aprovechan para hacer estrategia. Si yo cojo una ola pero un tío viene remando y la coge más cerca de la rompiente, la ola es suya y lo mío es una interferencia, con lo que me quitan los puntos de esa ola”.
Ese fue el motivo de que le descalificaran en el último Mundial, lo que le ha hecho replantearse si va a seguir compitiendo: “Entrenar para disputar campeonatos es una motivación grande, pero igual el año que viene no me interesa porque no hay igualdad de condiciones. Y, si no estoy en el podio, no tengo beca y necesito dinero para los viajes y para entrenar”.