Síguenos en redes sociales:

Alaphilippe destrona a Valverde

El príncipe francés puede con el rey de la Flecha Valona en el Muro de Huy, donde el galo resuelve con una arrancada que queda sin respuesta

Alaphilippe destrona a ValverdeFoto: EFE

donostia - El reino de Alejandro Valverde, sus dominios, el latifundio del Muro de Huy, donde se describe la leyenda de la Flecha Valona y la biografía del murciano, lo conquistó Julian Alaphilippe, que es un Valverde a la francesa, fortísimo en finales que requieren dinamita, y heredero de Laurent Jalabert, último vencedor galo en la empalizada belga. En ese muro, que es un microcosmos, una cuesta donde todo confluye, el orden establecido parecía sonreír a Valverde, cinco veces campeón. El patio de su recreo era el de siempre porque Mikel Landa, tremendo carrerón el suyo, suturó con el hilo de la lealtad a Valverde cuando le mordió la ambición de Nibali, que no quiso el final de siempre. Al siciliano no le interesaba la eterna sonrisa de Valverde. Landa, fiel, fuerte, ejemplar, fue el mejor ayudante de cámara para Valverde cuando la amenaza penetró en el murciano. El alavés posó con mimo a Valverde en la peana de Huy tras una travesía de incertidumbre. “Ha hecho un trabajo fantástico”, agradeció Valverde, que pudo batirse en duelo con Alaphilippe porque Landa fue todo un pelotón.

El murgiarra puso sus piernas al servicio de Valverde, pero al monarca de Huy se le ahuecaron en la resolución. Landa devoró kilómetros para alinear los planetas y para que Valverde, el rey sol, brillara con fuerza en la diana de Huy. Landa fue el mejor arco para Valverde, pero al Bala, en su distancia, en su calle, sobre el asfalto que le venera, le escaseó la pólvora, el fogonazo necesario en un desenlace en el que Alaphilippe, doce años menor que Valverde, pleno de potencia, liberado, le arrebató la corona. “He empezado Huy un poco más atrás. Sabíamos que el rival sería Alaphilippe, él ha saltado antes de lo habitual y me ha pillado todavía remontando. El esfuerzo que tuve que hacer para ganarle metros me pasó factura en la recta final”, dictaminó Valverde.

En el Muro de Huy, con ese punto sádico que posee una ascensión que es un calvario, donde peregrina la afición con capillas porque es un lugar santo del ciclismo, siempre se rueda a cámara lenta. A Schachmann (Quick-Step) y Haig (Mitchelton) se les cayó la casa encima. Se apretaron los dientes. Jelle Vanendert (Lotto) se asomó a la balconada de la tortura imaginando el laurel y Valverde se instaló en el rellano de Alaphilippe, el pizpireto y chisposo. Champán francés. Los poros del sufrimiento eran cráteres, el vals sonaba a réquiem en Huy. Las caras perdieron el marco y los cuerpos eran un amasijo retorcido en un peñasco en medio de la calle. Huy resulta fascinante. En ese ecosistema, los 1.300 metros más duros de cualquier clásica, Valverde ha construido su paraíso. Alaphilippe aprendió de él. Segundo en las citas de 2015 y 2016, se rebeló para lograr la gloria.

“Era la tercera vez que corría la Flecha y la tercera vez que estoy en el podio, esta vez como ganador. Trabajé muy duro para ganar esta carrera después de varios intentos en los que no pude. Estoy muy contento”, expuso el francés, un agitador. En una clásica que latió al galope en los últimos 50 kilómetros porque Nibali la convirtió en una carrera de contrabandistas, Huy suspendió el tiempo. El muro fue un baile de espasmos, agonía y esfuerzo que enfatizó el espíritu de supervivencia. Las migas de la insurrección que avivó Nibali con el primer encadenamiento de las cuestas de Ereffe y Cherave se cayeron de la mesa del gran banquete de Huy, que solo dejó espacio a la nobleza. En el Muro, el príncipe Alaphilippe destronó al rey Valverde.