emil Zatopek (Checoslovaquia, 1922-2000) es de esos atletas cuya huella no se olvida nunca. Más de medio siglo después de sus éxitos, su figura sigue recordándose como uno de los más grandes deportistas de la historia. No en vano, es el único atleta que ha logrado un impresionante triplete olímpico: ganar el oro en 5.000 metros, 10.000 metros y maratón. Algo posiblemente irrepetible en el futuro que consiguió en los Juegos de Helsinki en 1952. Este éxito, unido a su peculiar forma de correr, hacen de él una figura que ha sido desgranada en varios libros, de los cuales por ahora solo uno, Correr, del escritor francés Jean Echenoz, ha sido traducido al castellano.
Correr no es una biografía al uso, ya que no abunda en los detalles, pero se trata de un libro ágil y que sirve para conocer mejor a Emil Zatopek, a quien curiosamente no le gustaba correr cuando era un chaval. Lo hace por primera vez cuando tenía 16 años, edad en la que entra a trabajar como aprendiz en la fábrica de zapatillas Bata, situada en la ciudad de Zlin. Esta empresa organizaba carreras para sus trabajadores y Zatopek se ve obligado a participar en un par de ellas. Tras la segunda, que casi gana, un entrenador local le dice: “Corres raro, pero no corres nada mal”. Y otros compañeros le animan a salir a correr con ellos. “Al cabo de unas semanas se pone a correr solo, por propio placer, al caer la noche, cuando nadie lo ve”, cuenta Jean Echenoz.
Zatopek mejora rápido, empieza a ganar pruebas de 1.500 y 3.000 metros, y bate el récord de su país de los 5.000 metros. Todo ello con un estilo de correr muy alejado de los cánones y que el autor describe así: “Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte”.
Todos los entrenadores y compañeros le dicen que debe “trabajar” ese estilo. “Acabarás agotándote”, le avisan. Pero a Zatopek no le importa y, en cambio, entrena duro. Más que sus rivales. Al contrario que otros atletas, se centra en la velocidad, en hacer repeticiones de pequeñas distancias, lo que le hace bajar de los quince minutos en los 5.000 metros. El ejército de su país lo recluta y a la rutina del día a día -maniobras, ejercicios- une sus entrenamientos y eso da sus frutos porque vuelve a batir sus récords en 3.000 y 5.000 metros. Además, participa en los Campeonatos de Europa de Oslo, los primeros de la posguerra (1946). Pese a su inexperiencia a esos niveles, queda quinto. “Un éxito, pero no está satisfecho y sabe que debe correr más rápido, organizar mejor sus fuerzas, reservas la energía para el final y mejorar la táctica”, se puede leer en el libro.
Ese quinto puesto le convierte “en un ídolo en su país”. Los aficionados acuden al estadio a verlo a él. Sus entrenamientos, que prepara él mismo, siguen siendo muy exigentes: “Cuando se siente cansado, a poco que advierta el menor peligro de lentitud, se esfuerza de inmediato en acelerar”. Su idea es que, cuanto más duro se ejercite, más fáciles serán las carreras, táctica que le da un excelente resultado ya que en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948 gana el oro en 10.000 metros y la plata en 5.000. Antes de acudir a la cita olímpica había conocido a Dana, una lanzadora de jabalina con la que se casó más adelante.
retenido por el régimen de su país Las medallas en Londres refuerzan su imagen de icono del país, pero a la vez se ve retenido por el régimen checoslovaco “por el riesgo de pasarse al otro bando, al inmundo bando de las fuerzas imperialistas y del gran capital”, según se puede leer en la obra de Jean Echenoz. Cada vez sale menos de su país -lo que provoca las dudas sobre su estado físico en la prensa internacional-, pero cuando lo hace, gana. Y además continúa batiendo récords mundiales como el de los 20 kilómetros o el de la hora. En los Juegos de Helsinki de 1952 tiene ya 30 años y no parece en su mejor forma, pero se apunta a los 5.000 y 10.000 metros, y también al maratón pese a que los entrenadores de la selección checoslovaca se oponen. Pero en apenas diez días gana las tres medallas de oro con gran superioridad sobre sus rivales. Al regresar a su país, es un héroe nacional, un mito, situación a la que el régimen de su país responde limitando aún más sus apariciones “fuera de las fronteras de la Europa oriental”.
Pasada la treintena, y desmotivado por la situación política y por discusiones con los entrenadores de su país, deja de ser imbatible y compagina victorias y récords mundiales con alguna derrota. En los Juegos Olímpicos de 1956 solo disputa el maratón y acaba sexto. A partir de ahí corre muy poco y, curiosamente, su última competición es el Cross de Lasarte en 1958, prueba en la que se proclama vencedor. En el terreno político, su apoyo a la oposición hace que el régimen checoslovaco lo haga trabajar primero en unas minas de uranio y luego de basurero. Los vecinos lo reconocen mientras hace su labor y lo aplauden cuando pasa por las calles. “No ha habido en el mundo un basurero tan aclamado”, escribe Jean Echenoz. El último trabajo de este portentoso atleta es de archivista en Praga.
144 páginas
Autor: Jean Echenoz
Editorial Anagrama