Donostia. El 23 de mayo de 2008 Iñaki Ochoa de Olza se quedó para siempre en el Annapurna. A cien metros de la cumbre había desistido del ataque final por los problemas de congelación que presentaba y, al llegar al campamento IV, a 7.400 metros, sufrió un inesperado ataque de tos y vómitos que le llevaron a perder la consciencia. Pese a los esfuerzos realizados para evacuarlo y tras cinco noches en altitud, padeció una grave lesión cerebral complicada por un edema pulmonar que por desgracia no logró superar.

El libro que jamás desearía haber escrito por su vínculo emocional.

Si la pérdida de Iñaki fue grande para el himalayismo, como amigo aún más. Lo he escrito con gusto, como encargo de su familia, pero con el lógico sabor agridulce.

¿Cómo recuerda la primera llamada que le puso en situación?

Con estupor. Media hora antes estaba hablando con su familia y luego me llamó él, pero no funcionaba el teléfono por satélite. Cuando te dicen que se ha dado la vuelta, triste pero relajado; el shock llegó después. No sabía para dónde tirar.

Fue un intento de rescate épico.

Como dice en el prólogo Pablo, el hermano de Iñaki, es una historia de catorce hombres que sin intención de ser héroes se convirtieron en eso.

¿Quién era Iñaki Ochoa de Olza?

Es complejo y sencillo de responder. Un gran amigo, una persona muy completa que era especial no porque subía ochomiles, sino porque tenía arrestos de ver desde chaval un sueño y tirarse hacia él con todas sus consecuencias. No es sencillo, dado que sabemos que la muerte a veces espera ahí, y más en el Himalaya. A trancas y barrancas se pagó expediciones de su bolsillo, buscó pequeños patrocinadores, otros más estables. Le hacía feliz. Es la persona que más he visto disfrutar de lo que hacía en la vida. ¡Como un enano! Siempre vitalista, optimista...

Siempre quiso devolver a los que menos tenían eso que la montaña le proporcionaba.

Su plan era ir del Everest en bicicleta durante tres meses, subirlo sin oxígeno, y regresar corriendo hasta Pamplona. Una chaladura que él mismo reconocía como tal pero que quería hacerla para conseguir reunir dinero para los niños de Pakistán, India y Nepal. Cuando muere, su familia creyó conveniente poner en marcha eso a través de la Fundación SOS Himalaya. Siempre le habían recibido con los brazos abiertos y quería corresponderles a todos esos niños pobres.

La montaña es un libro en blanco. Nunca sabes qué te deparará.

Es algo que ellos lo tienen asumido. En el Himalaya estás acostumbrado a ver más muertos que en nuestra sociedad. Amigos que hace cinco minutos han estado hablando contigo, cinco minutos después puedes verlos pasar volando por encima de tu cabeza porque se han caído de la cuerda o resbalado. Por eso Iñaki se entrenaba a diario, para así minimizar los riesgos. En el Annapurna le pasó algo que no sabemos si le podía haber ocurrido al nivel del mar. A 7.500 metros el organismo es más débil. Él hizo bien al darse la vuelta, no cometió ninguna insensatez.

¿Cómo ha deshilvanado el guion de esos días en su obra?

Lo más sencillo posible porque puede ser complejo, hay muchas situaciones, nombres, actividades... No es un libro para expertos en montañismo. Se entiende bien, se lee rápido.

Y traslada una moraleja: la solidaridad es posible.

En el Himalaya puedes pagar un precio elevado, y hay gente que aún no entiende a los que van allí. Pero te sirve también en bandeja el círculo de amigos que se crea, sobre todo si van mal dadas. Dan el callo y hasta se juegan el tipo.

¿Con qué momento en concreto se queda de esos días?

La del montañero suizo Ueli Steck, que llegó a su tienda para ayudarle; el kazajo Urubko, que había dejado el campo 3 con oxígeno embotellado en su mochila, un medio para mantener a Iñaki unas horas más con vida; el ruso Sergei Bolotov, aquejado de un edema pulmonar, se había negado a descender hasta el campo base y había vuelto sobre sus pasos hasta alcanzar el campo 3; el de Horia Colibasanu, que subía con él... Me ha costado mucho escribir esto. A veces buscaba cualquier excusa para no hacerlo.

No todo en la montaña son disputas, récords...

También es competición. A él también le gustaba, no vanagloriarse, pero sí subir rápido. Es una competición contra uno mismo. Lo que pasa es que ha habido una persona que no ha dicho las cosas claras con el objetivo de ser el primero, algo que es loable mientras no intentes decir que eres el mejor, sino el primero. Por ejemplo, el propio Messner apretó los dientes en su día y diría esta tontería me la llevo yo.