La hermandad de Euskaltel
Gorka y Ion, hijos del exciclista José Ramón Izagirre, son los quintos hermanos en el equipo vasco. Los corredores de Ormaiztegi recibieron a este periódico, junto a sus padres, en su domicilio, donde repasaron toda su trayectoria.
A Gorka y Ion Izagirre, hermanos y ciclistas de Euskaltel-Euskadi, les recuerdan así: uno, Gorka, el mayor, de la camada del 87, era el obstinado, serio, adolescente acalorado y visceral que si las cosas no le habían salido como esperaba llegaba a casa cabreado, inconsolable; el otro, Ion, del 89, era puro desdén, regresaba de las carreras con cierta indolencia y contaba que había hecho el 12º, el 13º o el sexto puesto, que podía haber dado más pero que se había quedado ahí, tranquilo, que para qué iba a correr más.
Cincelan el perfil de aquellos dos críos sus aitas. Nekane, morena, delicada, una timidez dulce que se transforma en encanto cuando enhebra dos palabras, y José Ramón, un tipo robusto, cazador, hombre de campo, exciclista dos veces campeón de España de ciclocross.
La charla es en su cocina de Ormaiztegi. Entre el aroma a café recién hecho que humea en tazas finísimas ordena Nekane el álbum de la memoria. Primera página: "A mí no me interesaba el ciclismo hasta que conocí a José Ramón". Fue con 18 años. Otra: "Y una vez te metes en el ambiente, te contagias". Ahora le encanta el asunto. Una más: "Íbamos a las carreras con el cochecito de los niños, allí empezaron a ver ciclismo Gorka y Ion". Hasta hoy.
Porque siguió toda la trayectoria ciclista de José Ramón, centrada en el ciclocross, asumió Nekane como propia la extrema dureza del ciclismo, una vida de privaciones, deberes, obligaciones, tan plena de sacrificio como de ingratitud. Vio el barro en los ojos, las mandíbulas apunto de desencajarse de pura asfixia, los cuerpos inánimes y los maillots irreconocibles que atascaban la lavadora. Todo dolor. Todo angustia. El ciclismo era el deporte de lo héroes inquebrantables, los tipos duros, y ella solo veía ante sí a dos chiquillos frágiles. Así que por amor de amatxo nunca quiso que sus hijos fueran ciclistas. Tampoco aita. Pensaban: "¡Jesús! Que elijan otro deporte más tranquilo". Y las cenas en la cocina eran eso, un ejercicio sutil de persuasión con Gorka, el pionero. "¿Y por qué no haces fútbol, o pala, o pelota?".
"Gorka andaba bien en pelota, soltaba bien la mano". Un deporte a cubierto. Sin barro. Sin agua. Y cerca de casa, apenas cruzando la calle. Ideal. "Practicaba todos, pero era imposible desviar su atención del ciclismo". Los genes Izagirre. "Era un cabezota y se le veía tan centrado con la bici que al final, ¡buff! Por puro aburrimiento le dejas, dices vale, listo, haz lo que quieras", asegura Nekane con la misma resignación que entonces, sin discutir, sin vetos, restricciones ni amenazas. "¿Para qué? Lo iba a hacer de todas maneras".
Fue con nueve años. En escuelas y sobre la mountain bike de aita. Le pusieron ruedas finas de carretera y listo. A trotar. Pensaban entonces que se aburriría. Lo deseaban. Cambió la bici de montaña por una de ciclocross más ligera y luego esta por una de carretera, al fin, cuando era juvenil. El chico no se cansaba de la bici. Peor aún, Ion se había subida a la chepa de su hermano en cuanto le vio correr, "por envidia". En una carrera preguntaron si no era demasiado pequeño para empezar. A la siguiente estaba haciendo el cabra con un casco como un balde en la cabeza. Los aitas se resignaron. "Si es lo que quieren...". Volvieron los maillots pintados de barro a llenar la lavadora, y las zapatillas, y los culottes. Aita sacó la bici del trastero. Iba con Ion hasta Zegama. "Él era un crío y ya me ganaba. Siempre ha sido rápido". Gorka era más escalador. No es la única diferencia. El mayor, dice su ama, fue siempre el bueno, el protector, serio, y entregado al ciclismo, "cabezota como pocos"; el pequeño, el trasto, más dejado y rebelde, más libre, menos preocupado. Han llegado al mismo sitio. A Euskaltel-Euskadi, la hermandad.
Son los quintos hermanos que comparten el maillot de la Fundación Euskadi. Antes que ellos lo hicieron los Galdeano, Álvaro e Igor, director y mánager del equipo en la actualidad; los Silloniz, Aitor y Josu; los Flores, Igor e Iker; y los Zubeldia, Haimar y Joseba.
"Siempre fueron buenos hermanos", recuerda Nekane. "Ion chinchaba a Gorka, que era bueno y le perdonaba todo". Ahora comparten equipo, "lo que no sabemos si es bueno o malo", bromean. "Nos dará tranquilidad. Siempre es importante tener cerca a una persona de tanta confianza para pasar los malos momentos, que siempre se dan, y disfrutar de los buenos", comparten, además de satisfacción por trabajar bajo el mismo techo, admiración deportiva. Se idolatran. Es por cariño.
Ion, el pequeño, dice que Gorka es tan entregado, tan metódico, tan cabezota y responsable que cuando se marca un objetivo difícilmente se le escapa. "Lo tiene todo muy claro. Planifica y lo cumple todo al milímetro".
Y Nekane, que está escuchando entre orgullosa y divertida mientras acuna la delicada taza de café, no se reprime y recuerda, lo que hace sonrojar a Gorka, que esta Navidad, por segundo año consecutivo, cenó en casa en Nochebuena pero llevándose su propia comida, ya que se tiene que cuidar. "Fíjate hasta dónde llega su empeño", recalca; "siempre fue así y a mí me daba hasta pena cuando con catorce o quince años sus amigos quedaban y empezaban a salir por ahí y él se encerraba en casa. ¡Cuánto he sufrido con eso! Con los dos. Luego entendí que les gustaba lo que hacían y se lo tomaban tan en serio que les dejé en paz. "¿Y los resultados?", apunta Ion mirando a su hermano. "A mí Gorka me ha sorprendido". No solo a él. En su primera temporada con Euskaltel tras su debut con el Contentpolis-Ampo en 2009, Gorka, 23 años, un futuro esplendoroso, ha ganado dos carreras: la última etapa del Tour de Luxemburgo y la Clásica de Ordizia.
El talento de Ion
Desparpajo y astucia
Como cuando empezaron a correr, Ion, que tiene más desparpajo, la mirada más ágil, la astucia pintada en la cara, viaja a rueda del hermano mayor, protegido. "Es bueno, muy bueno", dice Gorka. Se remite al mes de febrero pasado, cuando la temporada despertaba en Mallorca y Ion debutaba con el Orbea después de regresar del invierno con ocho kilos de más cultivados en Escocia, entre montañas, lagos y bosques frondosos, donde había estado estudiando sin apenas coger la bici y alguna visita al gimnasio. "Y llegó a Mallorca en ese estado, mal, vamos, con lo que yo creía que aquello se le iba a hacer durísimo, que iba a saber desde el primer día lo que significaba correr en profesionales. En cierto modo, yo me decía que le iba venir muy bien porque sufriría, pero aprendería la lección, porque hasta entonces le había costado centrarse, ser más constante".
Así que se metió en internet para asistir a la primera lección ciclista de su hermano. Y abrió la página. Y puso las clasificaciones. Y empezó a buscar y rapidísimo, al primer vistazo, le encontró. "¡Había hecho el 12! No podía creérmelo. ¿Cómo lo hizo? Todavía le queda mucho por aprender, pero es buenísimo".