El motor de Cancellara y el "molinillo" de Armstrong
Fabian Cancellara conquistó Rotterdam, como antes hizo con Lieja en 2004, Londres en 2007 y Mónaco en 2009. Es lo que tiene pedalear con motor, el de su tren inferior: dos poderosas piernas que lo convierten en un portento único. El suizo no necesita de baterías en su bicicleta para mejorar su potencia. Tiene vatios de sobra. Afortunadamente, toda suspicacia quedó desterrada con el escáner que los comisarios de la Unión Ciclista Internacional analizaron ayer algunas bicicletas. A lo que hemos llegado: bicicletas dopadas. Desde luego, y aunque a estas alturas de la película uno ya no pone la mano en el fuego por nadie, no dudo de que Cancellara ganó en Flandes y en Roubaix por clase, y no por llevar escondido un motor en su máquina.
El prólogo deparó varias imágenes: la decepción de Tony Martin al comprobar que Cancellara, el penúltimo ciclista en llegar a la meta, mejoraba su hasta entonces mejor tiempo; la fuerte brecha en la cabeza que sufrió Manuel Cardoso en un trompazo brutal; la muchedumbre en las largas rectas del circuito holandés, y que hoy se trasladará a Bélgica; la pertinaz lluvia que malogró las opciones de un precavido Bradley Wiggins; pero, sobre todo, los insignificantes cinco segundos con los que Lance Armstrong ganó el primer asalto psicológico en su particular combate con Alberto Contador.
Muy posiblemente, el norteamericano no alcanzará el octavo escalón en su idilio con la Grande Boucle, pero su capacidad intimidadora es evidente. Su condición física es mejor que en 2009, cuando desoxidaba su musculatura y fue capaz de ser décimo en los 15,5 kilómetros de Mónaco, a 40 segundos de Espartaco y a 22 de Contador. Sus prestaciones son este año mejores, y ayer soltó su mejor contrarreloj desde su sonado regreso. Más que el tiempo arañado, sobre todo a los Schleck, Basso, Evans, Menchov, o Wiggins, lo significativo es que el tejano recuperó el molinillo que le hizo grande, aunque en la parte final tiró más de desarrollo. En cualquier caso, ser capaz de mantener semejante cadencia con casi 39 años, es para decir chapeau!, aunque en París sea segundo, cuarto o el veintitrés.
La otra fotografía resultó invisible. La protagonizó Xavi Florencio. El catalán, un corredor inteligente, de los que, como toda su familia, vive el ciclismo con intensidad, pagó caro un error propio de un juvenil. Para tratar su hemorroides, en una farmacia le dispensaron Hemoal, un tratamiento habitual. Según explicó, miró el prospecto, y no vio ninguna contraindicación para deportistas. Sin embargo, la pomada en cuestión lleva efedrina en su composición y en cuanto comunicó a los médicos del Cervélo del uso del hungüento, le quitaron el dorsal para no correr el riesgo de tener que pasar un control antidopaje, porque el resultado del análisis habría sido un positivo como una casa. Por efedrina, un estimulante.
Desde luego, su explicación suaviza la versión inicial de su equipo: "violación de la política de conducta interna". En cualquier caso, la de Florencio es una manera durísima de abandonar el Tour de Francia sin subirse siquiera a la bicicleta. A Óscar Freire, por cierto, le han agujereado el sillín para aliviar un molesto forúnculo que vuelve a tener al cántabro entre algodones, lo que, a menudo en su caso, ha sido sinónimo de futuro arcoiris.