EL alpinismo vasco, incluso el pueblo euskaldun, se hizo oír aquel 14 de mayo de 1980, cuando el hernaniarra Martín Zabaleta y el sherpa Pasang Temba hollaron el Everest. Su éxito "fue el de todo el equipo. Nos llamaban locos, pero todos trabajamos tanto para que alguno de nosotros hiciera cumbre, que la emoción fue enorme", recuerda, casi aún emocionado, Felipe Uriarte, integrante de aquella expedición y de aquella otra aventura embrionaria de 1974. "No me gusta que se personalice en mí. Esto ha sido una labor de todo el equipo", insistía el hernaniarra a su regreso a casa.

Para comprender mejor lo que supuso aquel hito de la primavera de 1980, justo dos días después de que la Real Sociedad perdiera su imbatibilidad y la Liga en Sevilla, hay que hacer referencia a la infructuosa ascensión emprendida seis años antes. "Cuando Martín clavó la ikurriña, el montañismo vasco se quitó un peso de encima", expone treinta años después el pasaitarra, autor del libro que relata aquella odisea, Vascos en el Everest.

Hace tres décadas, "en Euskal Herria había sólo dos grupos que realizaran este tipo de expediciones, el nuestro, y el de los navarros que encabezaba Gregorio Ariz y alcanzó el primer ochomil vasco, el Dhaulagiri (1979)", profundiza Uriarte. En la tentativa de 1974, el sanjuandarra, en compañía del alavés Ángel Rosen, se tuvo que dar la vuelta en el Everest, a 8.530 metros, obligados por el fuerte viento. "Supuso una espina personal, pero también para el montañismo vasco, porque había muchas fuerzas implicadas en el Everest, taponando otras posibles expediciones". Por ello, aquel 14 de mayo el alpinismo euskaldun liberó los amarres de una fijación que nació mucho antes.

En el prólogo de Vascos en el Everest, el alavés Juan Ignacio Lorente, jefe de las dos expediciones, resalta que "la aventura del Everest ha supuesto para muchos de nosotros una parcela importante en nuestras vidas; once años que de alguna forma han marcado una profunda huella, desde aquel otoño de 1969 en el que un grupo de amigos comenzó a bullir este grandioso sueño".

Viaje A los andes en 1967

Pioneros en salir de Europa

Aquella ambición era casi una utopía en 1967, cuando tres de los expedicionarios -Luis Mari Sáenz de Olazagoitia, Lorente y Rosen- integraron el primer grupo de alpinistas que salía fuera de las fronteras europeas, para alcanzar tres cimas vírgenes en la Cordillera Blanca en Perú. Enarbolar la ikurriña en las cumbres andinas en plena dictadura franquista precipitó toda una investigación policial sobre sus protagonistas.

Por entonces, alcanzar el techo del mundo tenía mucho de orgullo patrio. Era casi en una cuestión de Estado. En 1974, sólo siete potencias mundiales en el alpinismo -Gran Bretaña, Estados Unidos, Suiza, Japón, China, India e Italia- habían puesto un pie sobre los míticos 8.848 metros. Euskal Herria quiso, pero... se topó con Franco, cuando "todo lo que oliera a vasco, no era bien recibido". Sin embargo, las aldabas precisas abrieron las puertas para atacar el Everest, cuando entonces sólo se concedía un permiso al año para atacarlo. A veces, dos.

El primer intento al Everest

Bajo el control franquista

El régimen franquista quiso tener bien controlada aquella primera aventura, y envió un reportero de la agencia Alfil al campo base para que supervisara toda la información de aquel grupo de visionarios que tenían prohibido figurar como integrantes de una expedición vasca, sino, directamente, Expedición Tximist, nombre que recogía de la entonces popular firma de pilas que les patrocinó: "Cuántas llamadas a puertas que no se abrieron, cuántos oídos sordos e incomprensiones, qué época tan difícil", escribe Lorente. "Parecíamos mendigos", simboliza Martín Zabaleta. Uriarte valora que "al final se abrió la puerta de Juan Celaya", responsable de Cegasa.

El Everest, sin embargo, les cerró su pórtico. "Debemos volver a intentarlo", se dijeron. Solicitaron un nuevo permiso, y lo obtuvieron para 1982. "Pero nos lo cambiamos con los rusos", puntualiza Zabaleta, pues a ellos se lo habían tramitado para 1980, pero no quisieron que los Juegos Olímpicos de Moscú"80 restaran protagonismo a su cumbre, alcanzada en 1982.

De esta forma, en 1980, Lorente, Uriarte, Rosen, Saenz de Olazagoitia y Ricardo Gallardo, afrontaron su segunda aventura al Everest, ya como expedición vasca, junto a Joxe Urbieta Takolo, Emilio Hernando, Kike de Pablos, Juan Ramón Arrue, Xabier Erro, Martín Zabaleta y Xabier Garaioa, que un año antes había hollado el Dhaulagiri con el grupo navarro.

Ya el 9 de diciembre de 1979, De Pablos y Erro volaron de Vitoria a Bombay para encargarse del material -varias toneladas que dos camiones transportaron a Kathmandú- y del papeleo correspondiente: "Entonces no podías hacerlo como ahora, vía e-mail. Todo era más costoso", recalca Uriarte.

Sin satélite... pero con arrojo

Con los medios de entonces

Ese todo envuelve cualquier detalle: "Ahora el Everest es más pequeño y está más cerca, porque han mejorado tanto los medios... Entonces, sólo en ropa y calzado, llevábamos 15 kilos encima, y había que subirlos. Ahora un montañero lleva cinco", calcula Uriarte. En aquel momento, existía también controversia por el uso de oxígeno en altitudes extremas y en la propia expedición se plantearon su utilización, pues Messner y Halaber habían demostrado dos años antes que se podía superar la denominada zona de la muerte sin la ayuda del aire embotellado.

Sin embargo, los euskaldunes, quizá por las dudas sobre cómo responderían sus organismos, emplearon botellas de oxígeno, aunque a Zabaleta se le agotó tras la cumbre. "No tengo duda de que Martín, si hubiera coincidido en una época como la actual, sería un montañero como Iñurrategi, de los que priorizan la dificultad de la vía utilizada por encima de la altura de la montaña", opina Uriarte.

"Para mí, el Everest o el resto de los ochomiles no tienen gran importancia", desmitifica hoy el hernaniarra, que aprecia más "escalar con mis amigos" y se siente "más fuerte que antes" afrontando escaladas, muchas en hielo, que "antes habría dicho que no eran para mí".

"Martín tuvo un mérito terrible -subraya Uriarte-. Se encontró con una cantidad de nieve enorme, tuvo que abrir vía el solo con Pasang Temba. Entonces no había cuerda fija hasta la cumbre".

Tampoco existían las posibilidades de comunicación que se dan hoy en los campos base de cualquier coloso. El parte meteorológico llegaba por la noche "y no tenía la fiabilidad actual". El teléfono satelital era ciencia ficción. "Entonces había el mail runner", rememora Zabaleta, un cartero que recorría las alturas y los valles más recónditos para entregar y recoger la correspondencia. "Iba deprisa hasta Lukla", lo que suponía varios días, "y de ahí el correo iba en avión a Kathmandú, donde nuestra compañía de trekking mandaba las cartas por correo normal a casa. Ahí, las noticias frescas eran de 24 días antes. Si había algo urgente, nos arreglábamos por teléfono a través de la compañía de trekking", explica el hernaniarra afincado en Montana (Estados Unidos).

La comunicación con Euskadi

Sin noticias de Martín

De esta forma, no sorprende la expectación creada en Euskal Herria cuando, tras varios días sin noticias de ningún tipo, la mañana del mismo 14 de mayo de 1980 se supo que Lorente, Zabaleta y tres sherpas habían subido la víspera al campo 4 del Collado Sur para atacar la cumbre aquel día 14.

La expectación fue máxima, especialmente en el hogar de la familia Zabaleta-Larburu, donde Monika, la ama de Martín, recibió un telex a las cuatro de la tarde en el que le explicaban el éxito de su primogénito. El segundo de sus cuatro vástagos, Jon -luego vienen José Ignacio, Xixio, y Biktor Antonio, ya fallecido-, se había desplazado al campo base del Everest, y tuvo información de primera mano. "Fue muy emocionante abrazarme a él cuando llegué al campo base". Xixio, en cambio, se enteró de la gesta de su hermano "en el trabajo. Alguien llamó, y me avisó un compañero. Se montó una buena en el pueblo. No era para menos, porque, no sólo mi hermano, toda la expedición había hecho historia. Todos queríamos saber detalles. A mí, me impresionó el relato de cómo fue la noche tras la cima. A Martín siempre le he oído que aquel vivac fue de lo más fuerte que ha vivido".

El descenso posterior al último campo de altura, en el que aguardaba Lorente, tiene su anécdota. Debido a la escasez de fuerzas, habían sufrido varias caídas, sobre todo Pasang Temba. Cada resbalón del sherpa, Martín lo acusaba al otro extremo de la cuerda. Al final, se soltó y se fue retrasando. Cuando Lorente, desde su tienda de campaña vio acercarse a lo lejos a Pasang arrastrando una cuerda, el alavés, jefe de expedición, se temió "lo peor". Unos diez "interminables" minutos después, entre la niebla, apareció Zabaleta y la felicidad fue plena.

El regreso a casa

Intento de "españolizar"

Ya sólo faltaba alcanzar el campo base y volar a casa, casi un mes después. El 12 de junio, pasadas las cinco de la tarde, el avión que los trajo de Madrid aterrizó en Sondika, donde los aguardaban el lehendakari, Carlos Garaikoetxea, y los diputados generales de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa. Para más inri, habían compartido vuelo con el general José Antonio Sáenz de Santa María, que viajó en primera clase y se sorprendió al ver los txistularis de la Banda de Bilbao para interpretar el Agur Jaunak.

En el aeropuerto, y más aún en Barajas, debieron explicar por qué la ikurriña que fijaron en la cima del Everest tenía el anagrama de Nuklearrik ez y el hacha y la serpiente que simboliza a ETA. Determinada prensa, al igual que otros sectores, calificaban la hazaña como "un éxito del deporte español". "No admito que se diga que es la primera expedición española que llegó al Everest, sino la primera expedición vasca", recogió al día siguiente el diario El País en boca de Zabaleta.

Uriarte califica "aquello de daños colaterales. Se quiso politizarlo". El pasaitarra, destaca que en Euskadi, "entonces, necesitábamos una confirmación de nuestra identidad, demostrar que un país tan pequeño podía hacer cosas importantes y salir para adelante. Por eso tuvo tanta repercusión el éxito de aquella expedición". Zabaleta va más allá: "Intentaron españolizar la expedición, pero yo no soy Juanito (Oiarzabal) o (Edurne) Pasaban. Se encontraron con una roca muy dura".

Una arista de esa roca, Martín Zabaleta, como hace 30 años en un acto multitudinario, volverá a ser homenajeado en Hernani durante las próximas fiestas de Sanjuanes. Para abrir boca, la Casa de Cultura Biteri albergará hasta entonces una exposición sobre aquel hito del alpinismo euskaldun en el Everest.

Hoy, 30 años después

"Nos juntamos todos los años"

Hoy, los miembros de aquella expedición -Gallardo y Takolo han fallecido- "solemos reunirnos una vez al año", normalmente "hacia el 14 de mayo", explica Uriarte, uno de los pocos que dirigió su actividad profesional hacia la montaña. Junto a Xabier Erro, en 1976 impulsó la asociación Mendiak eta Herriak, mediante la cual "logramos implantar la figura del guía de montaña en el País Vasco. Ahora, nuestro objetivo es formar guías vascos con unas características propias, como pueden tener los sherpas las suyas".

Durante estas tres décadas, Lorente, Uriarte y compañía "siempre nos hemos preguntado alguna vez, con envidia sana, por qué le tocó a Zabaleta y no a algún otro", admite Uriarte. El pasaitarra, como integrante de la cuarta cordada, aguardaba en el campamento del Collado Sur el resultado del ataque del hernaniarra, que elevó el alpinismo vasco al cielo.