"esto no es para mí", dice medio sofocado Sébastien Gonzalez, "porque lo que iba a ser media hora, ha sido hora y media". Esto es un lunes por la noche en el teatro Campos Elíseos de Bilbao, donde los flashses y las sonrisas hablan francés en homenaje al Liceo Francés, que celebra las jornadas francófonas en la capital vizcaina. Una invitación minimalista anuncia la cita. Esquemáticamente, en breve, se desglosa la espina dorsal del programa. Sebástien González, campeón manomanista, reza en uno de los apartados. "El acento es en la primera e; está mal escrito y el apellido no lleva acento. No debo de ser tan importante", bromea el azkaindarra. "Sé que estoy aquí por haber sido campeón del Cuatro y Medio, el primero de Iparralde en una competición individual. También hay que estar aquí. Es parte de mi trabajo", argumenta Gonzalez, agradecido por el reconocimiento, pero extraño bajo los focos, con la mente trepándole hacia la final del Campeonato de Parejas del próximo domingo en el Ogueta de Vitoria, donde junto a Aritz Laskurain se medirá a Xala y Zubieta.

"¿Si la txapela me ha cambiado la vida? No, no creo. Soy el mismo", reflexiona el lapurtarra a bote pronto. La frase tiene la transcendencia de una conversación sobre el tiempo con un vecino en un ascensor. Escasa, cumplidora. Pero no tarda en deslizarse sobre el discurso de Sébastien el magnífico impacto de la txapela, lo que le ha girado la vida, sus descubrimientos, sus alegrías y decepciones una vez extinguido el éxtasis y la febril actividad de los primeros días de diciembre, cuando en Azkaine decidieron bautizar el frontón con el nombre del pelotari. "Es bonito el reconocimiento, más si es en el pueblo, pero es un frontón, nada más. Da igual cómo se llame, aunque estoy muy agradecido de que vaya a llevar mi nombre. Lo importante es que se juegue, que se utilice, que los chavales se diviertan con la pelota y, si el hecho de que haya sido campeón sirve para ello, mejor que mejor", apuntala el azkaindarra con una sonrisa.

el impacto de ser campeón Amanecida la primavera, en la desembocadura del Parejas, Gonzalez ha ido descubriendo el alcance de la corona, tanto dentro como fuera de la cancha, porque un campeón ejerce a tiempo completo. "Por eso estoy hoy aquí", dice refiriéndose a su presencia en el acto del Liceo Francés. "Te sientes orgulloso, en el buen sentido, de haber sido campeón y de ser más respetado como pelotari, pero por haber ganado no te puedes relajar. La txapela sólo supone el final de un campeonato, pero no el de una carrera como pelotari, por eso tienes que trabajar día a día, seguir aprendiendo sin parar". El tajo, el aprendizaje y la capacidad de adaptación son una constante en Sébastien, cuya explosión resultó tardía. "Yo venía del trinquete y he tenido que aprenderlo todo para jugar bien en el frontón. Todo era diferente para mí. Me ha costado mucho llegar hasta donde he llegado y por eso sé que para mantenerme arriba tengo que seguir trabajando". No es lo único que ha comprendido Gonzalez, en guardia, con la mirada atenta por la capacidad de seducción que genera la txapela, un imán de incalculable potencia. "La gente te mira de otra manera. En los jóvenes notas que te observan como un modelo, algo a lo que ellos pueden aspirar con trabajo. Eso te hace sentir bien, es bonito saber que puedes servir como un ejemplo para ellos". El bienestar, la confianza y la autoestima de Sébastien se han disparado en la cancha. "La txapela te da un plus más allá del palmarés, de los libros de historia y esas cosas. Es como si no tuvieras tanta presión. Sabes que puedes hacer las cosas que antes no podías porque te faltaba ese poco, ese pasito, y vas más tranquilo. Tiene que ver con la confianza, te haces más fuerte mentalmente. En ese aspecto el cambio es del 100%. Quieras o no, cuando antes jugaba contra alguien que tenía una txapela sentía como un complejo de inferioridad. Ahora eso no pasa", certifica el azkaindarra.

demasiados "amigos" El perímetro de influencia de la txapela es extraordinario y no escapa a las bajezas del ser humano, tan brillante como rastrero. "No soy tonto y sé que mucha gente se acerca ahora a mí porque soy campeón, cuando antes no lo hacía", desgrana Gonzalez, que ha instalado un retrovisor para cuidar su espalda y mecanismos de autoprotección en su mente para sobrevivir a "todos esos que se te pegan a la espalda porque tienes una txapela y te vienen haciendo la pelota". Le enerva al delantero de Iparralde esa clase de personas parasitarias. "Es que hay gente que me conoce desde hace tiempo y que antes de ganar la txapela apenas me hablaba, y ahora no dejan de hablarme de pelota, incluso me dicen cómo tengo que jugar, que si tengo que hacer esto o lo otro y no tienen ni idea porque nunca les ha gustado la pelota. La diferencia es una puta txapela". Dice el azkaindarra, enérgico, que los tiene detectados porque "a esos les ves venir. Son los que aparecen de repente, los que quieren pegarse a ti para darse importancia delante de sus amigos diciendo que son amigos míos y esa clase de cosas. Son los mismos que son capaces de criticarte pero luego ir a una cena en la que estás tú y sacar pecho al día siguiente con sus amigos".

Combate en lo posible la plaga Gonzalez desde la ironía, desde el lenguaje, el más afilado de los sables, el más hiriente, que produce los cortes de mayor profundidad, los que alcanzan el ego si se maneja con la suficiente maestría. "Todas estas experiencias te hacen crecer por dentro. Aprendes a saber estar, hablar como hay que hablar y a tratar de luchar contra la gente sin levantar la voz, con ironía". Se reconoce el azkaindarra más expuesto desde que es campeón del Cuatro y Medio y por eso cree obligatorio "protegerse, cuidarse". "Desde mi punto de vista es bueno tomar más distancia con la gente, poner un límite porque hay quien te puede hacer daño". Y la frontera para el lapurtarra, la barrera de contención, no debe ser otra que la del respeto. "El respeto es básico, tanto en la cancha como fuera de ella. A mí no me importa que comenten lo que hago en el frontón. Sé que soy pelotari y que cada uno puede tener su opinión, pero siempre que se haga con respeto. No te pueden decir cualquier cosa y esperar que no reacciones", amplifica Gonzalez, que, aleccionado por la vida, por el frontón, donde el pelotari no tiene escapatoria -juega frente al público rodeado de recias paredes-, en ocasiones opta por "pasar del tema porque no merece la pena ni contestar".