donostia. Parece que los años no pasan para esta leyenda de la escalada en el Estado. Con los cuarenta ya superados, Arocena (Tolosa, 1965) sigue con la ilusión de cuando dio sus primeros pasos en vertical y con su conocida destreza intacta; "aún no me ha venido el bajón", comenta. En la actualidad compatibiliza la escalada y el surf -su otra gran pasión- con su trabajo de bombero en Hondarribia y su esporádica labor de equipador para Top 30. Y no puede evitar dar cierta envidia cuando habla de sus escaladas en pronunciados desplomes o de sus escapadas surferas a Maldivas o Indonesia. Descuelga el teléfono con la tarea del día ya superada. "¿Una entrevista? Cuando quieras, ahora estoy muy lúcido, acabo de encadenar un 8b+ en Jaca", afirma con su habitual naturalidad.

Con cuarenta y cuatro años sigue al pie del cañón, equipando y escalando. ¿Pesan los años?

De momento no. Sigo encadenando el mismo grado que hace 20 años. Me esperaba más bajón con el paso del tiempo, pero todavía no me ha venido, igual me viene de golpe. Lo que sí que noto es que tardo algo más en recuperar, pero de momento estoy muy fuerte.

Hace unos años comentaba que le gusta forzar a la hora de escalar. ¿Sigue yendo al límite?

Yo creo que la mayoría de los que hemos estado más o menos en la elite no nos conformamos fácil. Siempre hemos buscado superarnos. A veces me gusta escalar tranquilo, pero, por lo general, lo que me gusta es forzar, meter caña. No sé si es bueno o malo, pero siempre he funcionado así.

¿Quedan muchos escaladores de su generación o han desertado

Hace ya tiempo que tengo que ir con escaladores más jóvenes. Suelo escaparme con gente de Donostia, no muy conocidos, pero que escalan muy bien. Además, entreno con catalanes como Dani Andrada o Carles Brascó. Muchos de los de mi edad desertaron hace tiempo y otros de la generación siguiente también están con hijos ya (risas). De todas formas, he visto escaladores diez años mayores que yo haciendo vías de octavo grado.

¿Cuáles son sus escuelas

Me gusta mucho Huesca y Catalunya, he descubierto un nuevo lugar en Jaca y, además, frecuento grandes escuelas como Montserrat, Santa Linya o Siurana. En Euskal Herria toda la vida he frecuentado lugares como Lezaia, Etxauri y Oñati.

Además de escalar, trabaja como bombero y equipa para Top 30

Lo cierto es que el trabajo de bombero deja bastante tiempo libre para otros menesteres. Mi labor como equipador para Top 30 es algo esporádico, me contratan puntualmente para algunos campeonatos. Es un trabajo que me encanta porque es escalada 100% y, además, es creativo; la burocracia no va demasiado conmigo. Este otro trabajo también me deja tiempo libre para escalar y surfear, mi otra gran pasión. Ahora mismo sitúo el surf en el mismo plano que la escalada. Estoy muy enganchado. Me meto en invierno y en verano y he estado en las Maldivas, en Indonesia o en Sudáfrica.

Ambos deportes tienen en común que se desarrollan en contacto con la naturaleza. ¿Es eso lo que le atrae?

Sí que tienen que ver en eso, pero son bastante diferentes. Con el surf fluyes en el agua, la roca es más estática y te exige más fuerza. A nivel de sensaciones son los deportes que más me llenan.

¿Y la escalada indoor?

No soy muy purista, ni en esto ni en casi nada, no me va ese rollo. Soy el primero al que le gusta escalar al aire libre, pero también me lo paso bien en rocódromo o en boulder. Las competiciones, por ejemplo, se tienen que disputar en lugares a los que vaya la gente; y eso es en ciudades y rocódromos. No me considero cerrado. Además, si en invierno quieres entrenar todos los días necesitas un rocódromo, no siempre se puede escalar al aire libre.

Cuando comenzó era un hiperactivo equipador y ahora está en Top 30

Bueno, antes equipaba mucho más. Al principio no había nada y había que equipar, los primeros séptimos grados, las primeras líneas de 8a... Luego me convertí en un vago profesional y ahora soy un parásito de lo que equipan los demás (risas).

¿Cómo ha evolucionado la escalada en el Estado desde sus inicios?

Cuando empecé en deportivo no había prácticamente nada. La gente no puede ni imaginarse cómo ha cambiado. Había una primera generación, algo anterior, que eran escaladores como Antxon Alonso o Andrés Prego, justo después estábamos nosotros. Ellos habían estado en El Capitán y Prego fue el primero que comenzó a hacer entrenamientos específicos para deportiva, un poco en la línea de Patrick Edlinger. Pero aún había un mundo por descubrir. Era alucinante porque podías ser el primero en hacer un 6a o un 7b. Está mal que lo diga, pero estaba a años luz de muchos escaladores. En 1985 hice un 8a en Santa Barbara, en Hernani, y la gente me preguntaba si había subido agarrado a los mosquetones.

¿Y entonces se empezó a dar cuenta de que tenía cierto nivel?

Sí, recuerdo el primer campeonato de escalada en roca en España, allí fuimos casi todos los que escalábamos, no había volumen de gente, aunque poco a poco empezó a haber nivel. En 1990 hice uno de los primeros 8c de España al quinto intento y fue también de los primeros del mundo (Sicario, en Escalete); tardó dos años en repetirse. Además, ocurría que no teníamos referencias. Me di cuenta de que lo que hacía tenía envergadura en 1991, al quedar segundo en el Rock Master de Arco. Ahora hay muchísimo más volumen y también más nivel. En competición hay escaladores como Patxi Usobiaga o Ramonet, que están en primerísima línea. A base de trabajar sus puntos débiles se han convertido en auténticos ganadores.

¿Y el entrenamiento? ¿Cómo ha evolucionado?

Ahora se planifica más, pero creo que es un poco leyenda lo de que antes éramos más hippies y entrenábamos menos. Yo siempre he cuidado mucho la alimentación, he sido vegetariano, y si a los 44 años hago el mismo grado que hace 20 es por eso. La clave es 50% entrenamiento, 50% alimentación.

En alguna ocasión ha comentado que ha construido su vida en torno a la escalada. ¿Ha sido algo premeditado o le ha llegado por la inercia de no parar de escalar?

Yo diría que ha venido de una forma natural. Me gusta pasar el día en el monte, disfrutar de la escalada, del entorno, y después volver a casa. Nunca he partido de la idea premeditada de que la escalada es una forma de vida; evidentemente para mí lo ha sido, pero me ha ido viniendo poco a poco.

Ha recorrido medio mundo con los pies de gato en la mochila. ¿Hay algún viaje que recuerde con especial cariño?

Me quedo con uno doble en el que combiné escalada en Tailandia y surf en ball. Fue en el año 2000, ¡mis dos pasiones aunadas!

A lo largo de su trayectoria ha culminado decenas de líneas meritorias. ¿Cuál le ha llenado más?

La escalada a vista (en el primer intento), por ejemplo, me ha dado satisfacciones, nunca he sido de insistir mucho en una vía. Tengo muy buen recuerdo de cuando hice en Francia un 8a a vista en el Verrón, en 1988. Aquello fue relevante incluso a nivel internacional, porque se habían hecho pocos. Me sacrificaba mucho para estar en forma y aquello me llenó. También tengo un gran recuerdo de cuando hicimos el Pilar del Cantábrico en el Naranjo de Bulnes, con Carlos Suárez; mi segundo puesto en Arco o mi primera Copa de España. Romper barreras me estimulaba mucho.

¿Cómo se ve en diez o veinte años?

Difícilmente me veo metido en casa. Si no puedo escalar me veo en un manicomio (risas). Supongo que intentaré hacer lo que pueda. De todas formas me planteo todo más a corto plazo. Lo más lejos que veo es el Campeonato de Sevilla y un viaje que haré después a Lanzarote para coger olas. Hay que disfrutar del momento.