"Los festivales de cine ya no son lo que eran". Toda una declaración, sin duda. Quien afirma esto es el personaje Mort Rifkin -Wallace Shawn-, protagonista de la última película de Woody Allen, Rifkin's Festival, con la que el neoyorquino inauguró ayer el 68ª edición del Zinemaldia. Pese a todo, el cineasta de 84 años no ha podido viajar a Donostia para defender su película a causa del COVID-19: "Me rompe el corazón no haber podido ir". Aún así, intervino en la presentación a través de una videoconferencia desde EEUU. Preguntado por cómo sería su festival ideal, respondió: "Sería uno que tuviera películas sin mucha promoción a nivel comercial y que pudiesen ser vistas por mucha gente".

Con el personaje de Mort, Allen dibuja un nuevo alter ego. Se trata de un hombre existencialista enamorado del cine europeo, un escritor frustrado y un neurótico casado con una mujer más joven, Sue -Gina Gershon-, insatisfecha en su matrimonio. En esta historia, Sue debe viajar al Zinemaldia para trabajar como relaciones públicas de un joven y prometedor cineasta francés -Louis Garrel-. Mort acompaña a su mujer dado que tiene la sospecha de que está enamorada del galo.

El cine estadounidense frente al cine europeo; el comercial frente al de autor. El de masas como exponente de la mediocridad y el minoritario como reflejo del esnobismo. Sobre estos planteamientos dicotómicos Allen construye la historia de un antiguo profesor de cine que abandonó una profesión que amaba para escribir una novela a la altura de Dostoyeski o Chéjov y que, sin embargo, nunca consiguió acabar. "Desde que he llegado al festival no he dejado de preguntarme quién soy", dice Rifkin.

Para hallar una respuesta, el neoyorquino recurre al plano onírico y recrea escenas de las películas dirigidas por sus "grandes maestros". Es decir, Bergman, Fellini, Welles, Truffaut, Godard, Buñuel y Claude Lelouch. Así, el palacio de la Diputación de Gipuzkoa se convierte en Rifkin's Festival en la mansión de El ángel exterminador; la playa de Itzurun, en la de El séptimo sello; el arenal de La Concha, en la de Jules et Jim; y el palacio Miramar, en la casa de un joven Charles Foster Kane; entre otras muchas referencias cinematográficas que Allen inserta aquí y allá.

Precisamente, preguntado por si echa de menos cineastas como los que homenajea en un mundo en el que parece que prima el cine comercial, Allen respondió que la época de Bergman y Fellini no era muy distinta a la actual. Según explicó, antes como ahora, a las salas de cine no les salía rentable "mostrar cintas de bajo presupuesto", con la diferencia que en esta época "el cine comercial gana miles de millones". "Eso antes no pasaba", aseguró.

"NO HACEMOS POSTALES"

El director de fotografía Vittorio Storaro, con el que Allen ha colaborado por cuarta vez en esta cinta, ha sido el responsable de captar la esencia del territorio guipuzcoano. No obstante, el productor Jaume Roures, en un intento de alejar la película de una acusación de tractor turístico, afirmó: "No hacemos postales". Asimismo, aseguró que cuando le plantearon a Woody Allen volver a rodar en Estado, fue el propio cineasta el que puso el nombre de Donostia encima de la mesa, extremo que el director también reconoció. Lo que sí es cierto que no son pocas las loas a Donostia que se deslizan a lo largo de los 90 minutos que dura el largometraje. Para muestra un botón, en determinado momento uno de los personajes compara la capital con Nueva York y dice lo siguiente: "San Sebastián no es Nueva York, pero aquí la vida es agradable y práctica".