Miguel Martín ha estado vinculado al Jazzaldia desde 1978, cuando el festival era organizado por el Centro de Atracción y Turismo de Donostia (CAT). Seis años después lo hicieron director, puesto en el que ha permanecido hasta la fecha, a excepción de unos pocos años en los que se cambió la organización del evento. A las puertas de arrancar la 60ª edición, que comenzará este martes con Jamie Cullum en el Kursaal, el director hace un repaso de estas seis décadas, de lo que fue el Jazzaldia, de lo que es, de los grandes conciertos y de alguno que siempre se le ha resistido.

Usted se sumó al equipo del Jazzaldia en 1978 y le hicieron director en 1984.

Era difícil asociar las funciones con el con el título. Cuando yo entré, el festival lo dirigía Rafael Aguirre porque era el director del Centro de Atracción y Turismo. Aguirre y yo nos llevamos bien, nos pusimos de acuerdo y empecé a llevar la gestión de un montón de cosas. De hecho, yo me ocupaba del Jazzaldia, aunque nominalmente el director era él. En determinado momento, aquel planteó darle el título que correspondía a las funciones que yo desempeñaba, hubo gente que se posicionó en contra porque yo era muy joven.

¿Qué edad tenía?

Empecé con 22. Entonces, estaríamos hablando de que yo tendría 24 o 25 años y hubo que opinó quien opinó que no podía ser director con esa edad. Por eso digo que se me nombró director en 1984, pero en 1983 ya hacía lo mismo que al año siguiente.

¿Cómo era el Jazzaldia cuando usted llegó?

Pues más manejable, más pequeño. Había dos escenarios. Y luego había unas jam sessions en el Paseo Nuevo, que eran uno de los más perfectos ejemplos de desorganización que se había establecido en nuestra ciudad (ríe). Hacía honor al dicho de "Se sabe como empieza, pero no se sabe cómo ni cuándo acaba". Con solo esos tres escenarios todo era mucho más sencillo. Había un concierto al día. Por otra parte, la infraestructura era peor a nivel de todo, a nivel de backline, de instrumental, a nivel de equipos, de sonido, de iluminación... La organización de cada concierto se hacía más épica cada día. ¿Qué tarea tenías cuando empezaba la jornada? Pues que acabase bien, que no hubiese problemas excesivos, que los músicos llegasen a tiempo porque había cosas que se perdían o aviones que no se cogían a tiempo... Vivíamos en la incertidumbre de un estado que en realidad no tenía demasiada práctica en la organización de conciertos, en este caso, internacionales. Ahora, en cambio, la incertidumbre es si llegaremos a todos los escenarios que hay. El equipo que trabaja ahora en el festival es muchísimo más numeroso y más profesional que antes.

Comenta que era un Estado que no tenía costumbre de organizar conciertos internacionales. Es curioso cómo, en 1966, en pleno franquismo, surge un festival dedicado a un género como el jazz que es, por definición, sinónimo de libertad.

Sí, pero los temas no tienen letras, la mayoría. Siempre he dicho que, el Jazzaldia en el año 66 y en los primeros años de los 70, era una especie de pequeño escabel que te permitía levantarte por encima de la valla impuesta por el franquismo y mirar fuera. Desde el punto de vista de la música, había facilidad para acceder a músicas que venían de países latinos y escuchábamos a todos los cantantes franceses, a los italianos, a los portugueses... Este paisaje musical se veía influido, de vez en cuando, por corrientes anglosajonas que en absoluto estaban ayudadas por el régimen a entrar en nuestro panorama, pero que estaban ahí.

El jazz era una de ellas.

Efectivamente, una de esas corrientes anglosajonas que sabíamos que existían pero que había pocas facilidades para acceder a ella era el jazz. Que hubiese un festival de jazz en Donostia en el año 66 quería decir que la propia ciudad había decidido colocarse ese escabel que te permitía mirar por encima de la valla. Era una manera de descubrir y llegar a un montón de artistas, no solamente que venían de Estados Unidos, sino que venían de los países del Este, que para la mayoría de los donostiarras no había una constancia real de que existiesen (ríe), salvo porque había músicos húngaros, polacos, checoslovacos e, incluso, rusos que venían a tocar a Donostia durante el Jazzaldia.

"En 60 ediciones del Jazzaldia nunca ha habido nada tan absolutamente extraordinario como un concierto doble que dieron en 1981 en el Velódromo Woody Shaw y Art Pepper"

Supongo que será difícil responder a esta pregunta, ¿cuál diría que es para usted el concierto más especial del Jazzaldia?

Es imposible responder. Te voy a decir unos cuantos, pero me voy a quedar corto. Desde el punto de vista artístico, probablemente, no haya habido nunca nada tan absolutamente extraordinario como un concierto doble que dieron en 1981 en el Velódromo Woody Shaw, primero, y Art Pepper, después. Woody Shaw murió no mucho después y Art Pepper murió poquito tiempo después. Eran dos músicos que estaban en la cumbre creativa de sus carreras. Otro momento memorable fue la primera vez que vino Miles Davis —fue en 1984— o la primera vez que vino que Jarrett —1985—. Tengo un recuerdo extraordinario de la tarde en la que James Brown actuó en la Plaza de la Trinidad, en 2002. Otra sesión que me marcó para toda la vida fue la doble sesión de Stan Getz y Dexter Gordon de 1987. Si lo cuentas por ahí es que no te lo creen.

¿Existe alguna banda que considere que se le haya escapado?

Ya no me lo preguntáis tanto, pero durante mucho tiempo la prensa me preguntaba si Sting iba a venir al Jazzaldia.

¿Y va a venir?

No, parece ser que no. La última vez que pregunté por Sting, su agente para el Estado me dijo que lleva cancelando las giras en el Estado desde el año 2021. Las fechas que canceló ese año se han seguido intentando cada año desde entonces y ya para 2026 no se acepta nada más. Y lo más probable no, no parece que vaya a venir, ¿no? Pero bueno. Es el lugar común: ¿Quién no ha venido? Sting. Vino en 1972 con la Newcastle Big Band y en 1975, en ambos casos, como Gordon Sumner.

¿La edición de la pandemia fue la más difícil?

Fue la más fácil. Lo que era difícil era tomar la decisión. Estuvimos trabajando durante la pandemia en casa, había que anular conciertos, devolver entradas... y recuerdo estar un día en casa y comentar con mi mujer que si el confinamiento se daba en tal o cual fecha, daba tiempo a organizar una edición, aunque fuera con limitaciones. Con la convicción en la cabeza volví a la oficina y hablé con Jaime Otamendi, con el director de Donostia Kultura. A los pocos días, Eneko Goia reunió a los responsables culturales y nos trasladó que quería mantener la actividad cultural durante el verano.

¿Le costó convencer a los artistas?. 

Todos los músicos estatales querían venir. Había, además, un público que, cumpliendo todas las normas de distanciamiento, quería salir. Recuerdo esos días como una auténtica gozada de sentir esa comunicación con los músicos y con el público. Fuimos el primero de los festivales de jazz en hacerlo, la mayoría hicieron una pausa.

"No puedo irme sin que haya un cambio preparado"

¿La 60ª edición será su última al frente del Jazzaldia?

No lo sé.

Alguna vez se ha comentado...

Alguna última edición habrá, eso es seguro y que no debe estar muy lejos, también. Pero en este mismo momento no te puedo decir. De hecho, como hemos comentado, estoy trabajando ya en la edición de 2026. La cuestión no depende solamente de mí. Depende de Donostia Kultura. Poner en marcha una búsqueda de alguien o establecer el sistema por el cual se contrataría a alguien no es fácil y en eso están. Yo sigo trabajando con la idea de que en cuanto me digan que "hasta aquí", me voy a casa, sin pérdida de tiempo. No es porque no tenga ganas de seguir, sino porque entiendo que si alguien está en un festival desde 1978, en algún momento tendrá que dejarlo, aunque sea para que las cosas se miren con otros ojos. Yo sí que veo un esquema básico que funciona, pero igual alguien viene y encuentra otro esquema básico que es mejor. Yo encantado, pero tienen que darse esas circunstancias. Lo que no puedo hacer es irme sin que haya un cambio preparado.