Las páginas de La Caída del Imperio (Random House, 2024) no huelen a tinta recién impresa, sino a fiesta. De esas en las que los cubatas acaban derramándose por un suelo pegajoso. Eso sí, el dulzor del burbujeante cubalibre contrasta con la amargura que destilan los personajes que habitan en la novela, treintañeros condenados a vivir en una perenne adolescencia como consecuencia de una crisis que aprieta. Y ahoga. En ocasiones, es difícil atinar y saber quién dice qué, porque los bafles colgados del techo de este bar escupen atronadoras guitarras punk, bajos eléctricos funk y desgarradoras voces que cantan soul. Esta es la propuesta del periodista Javier Gallego para su debut literario.

‘La Caída del Imperio’. ¿Por qué ese título?

Porque la novela habla de las caídas de muchos imperios: del imperio de la juventud, del imperio del amor y del imperio entendido como la sociedad en la que vivimos. Es un momento en el que se está desmoronando el mundo alrededor de estos personajes que protagonizan la historia e intentan sobrevivir, escapar del derrumbe.

¿Y por qué divide la narración en tres partes?

Cada una de ellas ejemplifica el estado de ánimo de los personajes a lo largo de la novela. El imperio Romano se refiere a ese momento de esplendor absoluto, de bacanal, orgía, de exceso… La Guerra de los Treinta Años hace referencia a la edad de los personajes. Todos tienen 30 años y están viviendo la encrucijada entre la juventud, en su esplendor, y el inicio de la caída. La decadencia de Occidente cristaliza que el mundo en el que viven se está viniendo abajo y que ellos también están viviendo su propia decadencia mientras tratan de mantenerse en pie.

¿La caída comienza a los 30 años?

Los personajes tienen entre 33 y 35 años y empiezan a intuir que ese final puede llegar, porque, además, viven unas circunstancias muy límites. Una situación que, a mi juicio, están viviendo muchas generaciones, no sólo la que aparece en esta novela. Tienen la sensación de que les están robando la juventud. No han tenido la oportunidad de vivirla en su plenitud, ya que han estado demasiado preocupados por los problemas de la edad adulta.

Entonces, la novela puede interpelar a personas de diferentes generaciones.

Yo quería escribir una novela intergeneracional. La he situado en un momento histórico y social concreto [a principios de la década de 2010, al calor del 15M] como catarsis de una crisis que se vivió en el año 2011. Pero en realidad hablo de lo que viven todas las generaciones de jóvenes: un momento de fulgor, de esplendor e inmortalidad.

¿Y de rebeldía?

Sí, también de rebeldía frente a un mundo que se quiere cambiar y, además, de un momento de crisis y desencanto, que sucede cuando ves que las revoluciones que protagonizas no se producen. La rebeldía, la inmortalidad y el desencanto son sentimientos comunes de la juventud en cualquier momento de la historia.

Sitúa la novela en una noche que se alarga 72 horas en mayo del 2011. ¿Por qué? ¿Qué le evocan estas fechas?

Quería utilizar una novela generacional e intergeneracional de juventud para explicar un momento histórico y social reciente de nuestro país. Creo que toda generación tiene un episodio fundacional. En el caso de la mía, ese momento fue el 15M y la reacción a la crisis del 2008.

Todos los personajes han traspasado la frontera de los treinta y no están viviendo su vida soñada. ¿Por qué? ¿Son, acaso, jóvenes adultos que no pueden dejar de ser adolescentes?

Exactamente. No les han dejado salir de la adolescencia porque tienen que depender económicamente de sus padres; porque no pueden emanciparse en su totalidad; porque sus condiciones materiales les mantienen en una perenne adolescencia. Por otro lado, ellos, vocacionalmente, se acaban instalando en la juventud. Es la única manera de resistir a una madurez inhabitable. Es decir, cuando la precariedad, el paro y la falta de futuro en el horizonte es tan tóxico, decides intentar proteger ese momento.

Describe lo que se conoce como el síndrome de Peter Pan.

Es un síndrome de Peter Pan inducido por las circunstancias. La realidad les impide crecer y ellos la asumen. Es como reapropiarse de un insulto: “Como no me dejáis crecer, voy a hacer una juventud eterna, plena, frente a todo este mundo en el que es imposible madurar”.

Nació en 1975. Pertenece al cajón millennial. ¿Cuánto de autoficción hay en el relato?

Hay elementos que pueden ser biográficos, pero no hay nada de autoficción. Yo, de hecho, quería huir de la autoficción. No me interesan los relatos confesionales, he querido crear un mundo a partir de lo que he vivido.

Comenzó a escribirlo hace ocho años. ¿Qué le impulsó a zambullirse en esta historia? ¿Quizá el hartazgo? ¿La desidia?, ¿La necesidad de encontrar una vía para canalizar lo que le decía el presente de aquel momento?

A mí lo que me impulsó a escribir el libro es ese momento grandioso de la juventud como imperio vivido por un grupo de amigos. He querido reflejar una época de mi vida muy feliz, emocionante y palpitante.

¿Y por qué ha tardado casi diez años?

El desarrollo del tiempo me ha hecho madurar, envejecer. Parte de ese envejecimiento se va viendo en la evolución de los personajes. Por eso esta novela también aborda el paso del tiempo, que me ha atravesado y, por ende, también ha atravesado a los personajes.

El periodismo es muy demandante.

Sí, claro. El periodismo no tiene horarios y un novelista los necesita. He tenido que dedicar el tiempo y las energías sobrantes a escribir una novela de casi 400 páginas. A veces se han solapado las dos profesiones y he tenido que realizar un gran esfuerzo, porque la novela es tan demandante como el periodismo, no puede hacerse a sorbos.

Las sustancias psicoactivas cobran protagonismo en algunos momentos de la novela. ¿Cuál es su papel? Hay expertos que señalan un mayor consumo en tiempos convulsos. En el contexto de esa crisis financiera, ¿qué ocurrió con las drogas?

El malestar se trata de anestesiar a través de estas sustancias. Pero a mí no sólo me interesaba la parte de evasión, también abordo la que tiene que ver con la oposición a una realidad inhabitable.

Las drogas como vía de escape.

Y de conocimiento. Los personajes desconectan de su realidad externa para conectar con su realidad interna. Al final, la música, el alcohol, las drogas, la noche, el baile son formas de encontrarte contigo mismo y con otros. Son estos espacios oscuros, los que están fuera del foco, los que te desinhiben, donde te quitas todos los controles y policías que llevas encima.

La narración está plagada de juegos de palabras y utiliza, en ocasiones, los signos de puntuación de una manera inusual. ¿Qué quiere transmitir a través del estilo? ¿Ha querido construir una forma de narrar más cercana a la oralidad?

He querido que la novela suene como la fiesta. La noche rompe todas las reglas, por lo que también he tenido que romper las reglas lingüísticas. Hay recursos tipográficos y ortográficos que intentan transmitir todas las sensaciones, los sonidos, los olores y las experiencias que se sienten de noche. Es una fiesta de la palabra en la que se rompen las reglas ya que los signos ortográficos no existen en ese espacio.