Las tres grandes hazañas del almirante donostiarra Antonio de Oquendo que se han repetido en innumerables publicaciones hasta nuestros días y que llegaron a convertirlo en leyenda son las que dejó escritas su hijo Miguel en 1666. Ahora, el historiador y catedrático de la Universidad de Deusto José Ángel Achón analiza qué hay de cierto en ese texto y trata de contextualizarlo en el libro Historia de un relato. El héroe cántabro, que presenta este jueves en el Museo San Telmo de Donostia.

Aunque Achón había oído hablar en más de una ocasión del opúsculo –una obra literaria de pequeña extensión– sobre Antonio de Oquendo escrito por su hijo, no fue hasta que, con motivo de un encargo para otra publicación, acudió a él. “Con la excusa accedí al librito, que es muy breve, y me enamoré. Pensé que había que hacer una versión moderna, anotada y crítica, con comentarios, y me lancé a hacerla junto a un pequeño estudio introductorio que sirviese de antesala sobre el autor y sobre por qué decidió escribirlo”, cuenta.

Una simple primera lectura del mismo ya sirve, apunta, para ver cuál era el objetivo: convertir a su padre en un héroe. “Pero cuando empecé a rascar la biografía del autor vi que había gato encerrado. Miguel era un hijo ilegítimo que, por una carambola genealógica, se ve al frente de la casa Oquendo. Sin embargo, de alguna manera, tiene que hacer méritos porque su padre había sido el gran almirante de la Armada española y su abuelo (Miguel de Oquendo) era otro gran almirante que había participado en la Gran Armada Invencible”, explica Achón.

“Pensé en hacer una versión moderna del libro, anotada y crítica con comentarios”

José Ángel Achón - Historiador y profesor de Deusto

Dado su fracaso como marino –en su primera y única misión naufraga y se empotra contra la capitana de su propia armada–, Miguel decide retirarse de la mar y cultivarse una imagen de “noble más moderno, culto y leído” que le abra las puertas a un título nobiliario, el ansiado reconocimiento familiar. Para ello, escribe un relato que busca, asimismo, acabar con una serie de rumores que todavía circulaban sobre su padre en la Corte española y, de paso, “ir redefiniendo su propio papel en la casa”.

Tres grandes gestas

Para crear este relato decide centrarse en tres episodios determinados, a la postre grandes gestas, de su padre por encima incluso de otros que “podrían haber favorecido todavía más” a la familia, lo que, según Achón, indicaría una posible precipitación del autor por escribir el relato.

La primera de estas hazañas corresponde a la primera misión que llevó a cabo Antonio de Oquendo, la captura de un corsario inglés que extorsionaba a varios pueblos de la costa portuguesa. “Cuenta con pelos y señales todo el proceso de salida de los barcos, de la batalla y de cómo lo reciben como un héroe en Portugal”, explica el historiador.

A ella le siguen el que seguramente fuese su triunfo más sonado, la batalla de Pernambuco o de los Abrojos, en las costas de la actual Brasil, donde consigue vencer a las tropas holandesas, lo que le otorga “mucho prestigio en toda Europa”, y la que fue su gran derrota, la batalla de las Dunas, que, no obstante, le serviría para acrecentar todavía más su leyenda.

Tras un primer enfrentamiento entre las tropas españolas y neerlandesas en el Canal de la Mancha que queda en tablas, ambas armadas se ven en la obligación de reparar sus navíos, momento que aprovechan los holandeses para sumar nuevos buques que hacen imposible la victoria española. Sin embargo, Oquendo “se escapa del acoso holandés y logra que no le atrapen”. “Es una especie de triunfo personal en medio de la derrota colectiva. La propaganda de la Corte magnifica lo que ha hecho y lo presenta como una victoria, diciendo que Oquendo es invencible. Su hijo se aprovecha de esa leyenda y la engorda”, indica Achón.

“Hasta el siglo XX, los que han escrito sobre los Oquendo han repetido esa misma narrativa”

José Ángel Achón - Historiador y profesor de Deusto

La hazaña adquiere incluso un nuevo cariz cuando corre el runrún de que el general holandés al frente de su armada habría reconocido que Oquendo era imposible de vencer. “El rumor se empieza a engordar y se dice incluso que los estados holandeses le habían llamado la atención al general por no haber sabido capturar a Oquendo, pero sigue creciendo hasta llegar un momento en el que se dice que hasta le cortaron la cabeza al general por no haberlo cogido”, revela el historiador, al tiempo que señala que esa leyenda llegó incluso a inscribirse en la placa de la estatua dedicada al marinero en Donostia.

El papel de las mujeres

Este relato creado por Miguel de Oquendo da sus frutos, ya que la siguiente generación familiar obtiene el título de marquesado. No obstante, va más allá y se convierte en la única verdad durante los próximos siglos. “Hasta los historiadores del siglo XX, todos los que han escrito sobre los Oquendo han repetido esa narrativa olvidando y recalcando las mismas cosas”, señala Achón, que pone como ejemplo que 20 años después de su publicación, su descendiente escribe un memorial a la corona con la intención de obtener el título de nobleza y repite el mismo esquema, o que un siglo después, de cara a escribir la primera historia de Donostia, también se copia el mismo texto.

Achón, por su parte, ha tratado de contextualizar la redacción del libro a partir de la información que se tiene sobre el autor, pero también sobre una familia que, siendo de carácter humilde, fue progresando y ascendiendo socialmente hasta llegar a la nobleza. “Mi intención nunca ha sido la de hacer un libro sobre los Oquendo. Todavía quedan muchas cosas por investigar”, apunta, poniendo como ejemplo el peso que tuvieron en su seno las mujeres.

“Una de las mayores sorpresas ha sido ver el papel que tuvieron, porque fue impresionante. En el libro de Miguel de Oquendo solo se menciona una, su madre, pero si rascas la historia ves que el abuelo y el padre no pararon en casa. Eran mujeres con una autoridad indiscutible como cabezas de facto de la casa. Fueron ellas las que dirigieron toda la estructura de crecimiento de la casa, las que equilibraron las cuentas cuando había problemas económicos y las que organizaron los casamientos de los hijos o las alianzas locales”, apunta, al tiempo que señala que, aunque la sociedad del momento era muy misógina, ello “no quiere decir que las mujeres fueran sujetos pasivos”. “Tenían sus estrategias y su capacidad de posicionarse”, concluye.