El Museo San Telmo ha renovado, actualizado y reordenado la sala de arte histórico de su exposición permanente, que se sitúa en la segunda planta del edificio. Los responsables de la museografía del centro han optado por “simplificar” la disposición de las obras y apostar por la máxima de una menor cantidad, pero una mayor calidad. La directora de San Telmo, Susana Soto, y el concejal de Cultura de Donostia, Jon Insausti, han ofrecido este viernes una explicación general sobre los principales cambios que han abordado los técnicos de la casa, antes de que dos expertas del equipo de técnico, Nerea Izagirre, responsable de la exposición permanente, y Ana Santo Domingo, encargada de Conservación del centro, hayan ofrecido a la prensa una visita guiada por el ala reformada, que incluye obras que abarcan desde el siglo XV hasta 1925.

Según ha explicado Soto, uno de los objetivos de la remodelación era el de desterrar el espíritu de gabinete del siglo XIX que destilaba el espacio y traerlo a la contemporaneidad, con una sala higienista, menos abigarrada y, en cierto sentido, más minimalista.

La exposición de arte histórico se compone de 101 piezas –la mayoría pinturas, pero también unas pocas esculturas–, de las que 80 pertenecen a la colección del museo. Otras 20, por su parte, forman parte de los fondos de San Telmo, si bien es cierto que su origen se encuentra en depósitos históricos del Prado. Asimismo, también se exhiben otras dos cesiones, una venida del Bellas Artes de Bilbao y una acuarela procedente de la familia del Ramón Cortázar, célebre arquitecto donostiarra del siglo XIX.

En cuanto a las obras con autoría vasca, que antes se mostraban en un área diferenciada, los responsables del museo han decidido incluirlas en el flujo cronológico que han dispuesto para que el visitante comprenda cuáles eran las tendencias en Europa y el Estado y pueda compararlas con lo que se estaba desarrollando en el País Vasco.

A su vez, continuando con la estela de otros centros que buscan reivindicar el papel de las mujeres artistas en la Historia del Arte, San Telmo ha colgado en sus paredes las cuatro obras de estos siglos con firma femenina que pertenecen a su colección. Catherina Ykens, Inocencia Arangoa, Victoria Malinowska y Elena Brockmann componen este cuarteto de artistas, si bien es cierto que aún no podrán verse Patio de un parador, de Brockmann, y Pequeñas pescadoras de Ondarroa, de Malinowska, que actualmente se exponen en la muestra Maestras del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Zuloaga y Ortiz Echagüe

La disposición del recorrido por el ala se inicia con una sala dedicada a Ignacio Zuloaga y se concluye con otra dedicada a Ortiz Echagüe, dos artistas fundamentales en lo que supuso la confección de la colección y la creación de San Telmo. Por ejemplo, tal y como a recordado Izagirre, fue mediante la intervención de Zuloaga que Sert preparó sus lienzos para la iglesia del convento, de cara a la inauguración de San Telmo como museo.

Se presentan nueve pinturas de Zuloaga, habituales en el fondo de San Telmo, pero con una novedad, dado que se exhibe el Juan Sebastián Elcano que corona el Salón Elcano del Palacio de la Diputación, y que se encuentra de forma temporal en el museo para cubrir la ausencia de dos piezas que se exhiben provisionalmente en Alemania.

El ala de arte histórico se abre con una sala dedicada a Ignacio Zuloaga que, provisionalmente, incluye su emblemático 'Elcano'. Iker Azurmendi

Tras esta primera sala, comienza un viaje cronológico, dado que consideran que es la forma “más lógica” de exhibir estos trabajos. Tres retratos de la corte de Rodrigo de Villandrando, Sánchez Coello y Carreño de Miranda, depósitos del Prado, se encargan de dar la bienvenida al área dedicada al siglo XV y XVI. Enfrente, otra particularidad: la Casta Susana, de Vincent Sellaer, aunque durante años fue atribuida a Jan Metsys, una escena bíblica que permitió a su autor eludir los moralismos para mostrar un cuerpo femenino desnudo. El óleo, además, tuvo que ser restaurado por el equipo del museo, al haber sido vandalizado por un visitante que acuchilló los pezones de la figura de Susana. 

El siguiente estancia se dedica a los siglos XVII y XVIII y en ella se halla, por ejemplo, una Sagrada familia de Rubens –en este ala se pueden encontrar también otros grandes nombres como el de El Greco o Guido Reni–. De cualquier modo, si una obra destaca sobre las demás es una Inmaculada Concepción, de Mateo Cerezo El joven, pintada entre 1663 y 1665 en pleno Barroco, después de que el Vaticano convirtiese en dogma la virginidad de María. 

Nerea Izagirre, de San Telmo, delante de un óleo de Catherina Ykens y junto a una 'Inmaculada Concepción' de Mateo Cerezo 'El joven'. Iker Azurmendi

Los óleos del XIX enseñan el tratamiento de nuevas temáticas, como el retrato de la burguesía, en vez de la nobleza; lo urbano, como el caso de la pintura Plaza de Palacio (Barcelona), de Modesto Teixidor; o lo más directamente ligado a la revolución industrial, como el Accidente ferroviario, de Enrique Martínez Cubells y Ruiz Diosayuda.

La exposición permanente dedicada al arte histórico se cierra con la sala en la que se reúnen siete obras de Antonio Ortiz de Echagüe, siete momentos que reflejan la “evolución de su pintura”. Desde El beso de la madre, con ecos a Vermeer que pintó con apenas 22 años, hasta la colorida Mi mujer y mi hija en la estancia, fruto de su felices años en Argentina. En medio, la obra más destaca de Ortiz de Echagüe, la multipremiada Fiesta de la Cofradía de Atzara, inspirada por la tradición y costumbres corsas, un óleo de enormes dimensiones –más de cuatro metros– que ha sido trasladado desde Gordailua con un dispositivo especial.

Obra invitada

En esta renovación, San Telmo ha habilitado un espacio para exhibir periódicamente una obra invitada. En este caso se trata de un alzado en acuarela de la propuesta que Ramón Cortázar hizo para el balneario de la Perla a finales del XIX. La idea es que la pieza que se ubica en este espacio, que se encuentra en el centro del ala, vaya cambiando cada cierto tiempo.