Uno de los objetivos que se marca el Laboratorio de Etnografía de Aranzadi –con un importante legado de herramientas vinculadas a la tradición vasca, sobre todo del mundo rural– es dar a conocer ese enorme patrimonio que tiene. Y, aprovechando la celebración este mes de octubre de las Jornadas Europeas del Patrimonio, han unido fuerzas en un proyecto común con las alumnas del Ciclo Superior de Artes Plásticas y Diseño en Joyería Artística. Una colaboración que se ha plasmado en la elaboración de cinco joyas basadas en las laias, una herramienta que se utilizaba en los caseríos para labrar la tierra y revolverla, y que ahora está ya en desuso.

Es una pena que tengamos tanto patrimonio y que no se conozca más. Siempre hemos pensado en sacarle un partido artístico a estos materiales”, comenta Suberri Matelo, encargado junto a Maite Errarte del Laboratorio de Etnografía, cuyo alma máter es Fermín Leizaola, el gran experto guipuzcoano en la materia. “La colaboración surge porque el Ciclo de Joyería se imparte aquí al lado –tanto el Laboratorio como el Instituto Bideberri se encuentran en el barrio donostiarra de Bidebieta– y pensamos en la posibilidad de que pudieran crear joyas inspiradas en algún objeto, así que nos pusimos en contacto con ellas”.

El guante lo recogió Marta Fernández, profesora desde hace 20 años en este ciclo. “Vinimos una mañana a Aranzadi cinco alumnas y yo, estuvimos mirando todo el material que tienen y Fermín eligió la laia. Nos explicaron para qué se utilizaban y nos hicieron un dossier. A partir de ahí, cada alumna fue investigando por su cuenta y creó una joya”.

La laia es una pieza muy básica y ruda, pero también estética por su forma. Además, da juego porque hay distintos tipos. Por ejemplo, la laia navarra es más ancha que la guipuzcoana, más alargada y estrecha”, comenta Suberri. “Es una buena elección porque la laia es una pieza simbólica y muy de aquí”, añade Maite. “Además, la temática de este año dentro de las jornadas es Patrimonio vivo, y qué más vivo que coger una herramienta que ya no se usa y convertirla en una joya que te puedes poner”, completa Suberri, que luce en su oreja izquierda un pendiente con forma de laia.

Layar, un trabajo “muy duro”

El gran conocedor de este apero de labranza –y de cualquier cuestión relacionada con la vida en los caseríos– es el etnógrafo Fermín Leizaola. “Se usaba hasta hace no tanto”, explica: “El motivo no es que en Euskadi hayamos estado atrasados, sino que aquí hay terrenos con mucha pendiente en la que no se puede meter arados y mucho menos un tractor”. La forma de trabajar con esta herramienta era la siguiente: “Se usan dos laias, una en cada mano. Se hincan en la tierra y se hace fuerza poniendo el pie sobre la parte horizontal del hierro y, haciendo palanca con el cuerpo, se levantan las laias dando vuelta a la tierra”. Sirve, por tanto, para labrar la tierra y revolverla y es un trabajo que se hace “en grupo, situándose los miembros de la familia en fila, y trabajando hacia atrás”. “Es un trabajo realmente duro y pesado”, reconoce Leizaola: “De hecho, hay una expresión antigua navarra que dice: Eres más pelma que layar”.

Fermín Leizaola observa las laias: las anchas se usaban en Navarra, y las alargadas y estrechas en Gipuzkoa. Pedro Martinez

La diferencia entre la laia guipuzcoana y navarra viene motivada por el tipo de terreno que hay que trabajar. En Gipuzkoa las tierras suelen ser más blandas, por lo que se requería utilizar púas largas que penetraran de forma más profunda, mientras que en Navarra las tierras son más secas y pedregosas, por lo que hacía falta una laia más corta y ancha para encontrar las zonas de tierra más blandas.

“Ha sido muy interesante trabajar en base a nuestra cultura material, que la tenemos cerca y a la vez es bastante desconocida. Aquí coincido con Aranzadi: hay que dar a conocer nuestra cultura. De hecho, es un tema en el que yo había trabajado antes por mi cuenta. Por ejemplo, hace unos años creé unas joyas inspiradas en el kaiku (recipiente usado para recoger la leche y preparar la cuajada artesanal). Está bien, por ejemplo ir al museo San Telmo, ver piezas y hacer algo a partir de ahí”, comenta Marta.

Alumnas de Murcia, Gales...

Curiosamente, entre las cinco alumnas que han optado por este proyecto hay una navarra y las otras cuatro son de fuera de Euskadi, concretamente de La Rioja, Valladolid, Murcia y Gales, así que han tenido que hacer su propia “investigación” sobre la laia y las costumbres rurales vascas para llevar a cabo sus creaciones.

Begoña Conde, residente en Villava, al lado de Pamplona, ha creado unos pendientes a los que ha puesto de nombre Labrador, en referencia a esas raíces rurales y aprovechando el título “del poema de Gloria Fuertes”. “Me ha parecido muy interesante esta posibilidad de usar la laia para crear una joya. Me he inspirado en las laias navarras, más anchas y cortas”, comenta.

Idoia Sanz es vallisoletana, pero tiene un importante vínculo con Navarra, ya que su familia es “de un pueblo muy pequeño, Piedramillera (a unos 15 kilómetros de Estella) y se ha dedicado al campo”. En su caso ha hecho “una cadena con la forma de la laia, simbolizando una unión entre el pasado y el presente, ya que conocer el pasado sirve para seguir evolucionando”. Su familia está encantada con que se haya implicado en este proyecto: “Les ha gustado mucho, sobre todo a mi abuelo, que es el que más me ha hablado de la laia”.

https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/donostia/2023/03/26/laboratorio-etnografia-aranzadi-guardianes-patrimonio-6588101.html Pedro Martinez

Una pulsera con dos laias entrelazadas ha sido la joya obra de la riojana Sandra Najarro. En su caso, al igual que Idoia, proviene de “una familia agricultora”. Sin embargo, reconoce que le sorprendió “el modo de trabajar con las laias, de dos en dos, y no como con los arados habituales”. De ahí cogió la idea de “diseñar una pieza formada por dos laias”, creando una pieza que aúna “la tradición de la agricultura con la artesanía de la joyería”.

Juncal Ferré, natural de Murcia, ha optado por un broche en el que ha representado a un hombre con una laia. “Está inspirado en algunas representaciones del arte rupestre levantino, donde encontramos pinturas de pueblos agricultores que portan herramientas, y representa la tradición común que compartimos todas las culturas con la tierra”, cuenta.

La nota exótica la pone Laura Ward, galesa de nacimiento y que lleva seis años viviendo en Euskadi. Su obra es un anillo doble que representa “una herramienta vasca arraigada en una rica historia agrícola y se inspira en cómo la etimología de la palabra laia se relaciona con brote o ramilla”. Dice, además, que le ha ayudado a inspirarse el hecho de que su país también tiene una importante “tradición” rural.

En Aranzadi están encantados con el resultado. “El proyecto ha funcionado y la idea es seguir con otros alumnos los próximos cursos. Al final, lo queremos es dinamizar el material que tenemos aquí y darlo a conocer. Por eso también traemos, por ejemplo, alumnos de Antropología en prácticas y ponemos en marcha iniciativas nuevas”.