En un edificio de Bidebieta, el que acogió hasta 2016 el antiguo instituto y donde se sitúa la CEPA (Centro de Educación de Personas Adultas), la Sociedad de Ciencias Aranzadi tiene el Laboratorio de Etnografía. Es una oficina grande, con varias salas, que guarda objetos que, más que objetos, podrían considerarse joyas. Porque su valía crece con el paso del tiempo. Son materiales, la mayoría provenientes del mundo rural, que suponen el testigo de lo que ha sido la vida en el pasado en Euskadi.

El gran recolector de estos materiales es Fermín Leizaola, etnógrafo y “experto en patrimonio y cultura material vasca”, además de director del Departamento de Etnografía de Aranzadi. Y los encargados del Laboratorio, que abrió en 2019, son Maite Errarte y Suberri Matelo, licenciados en Historia y que fueron poco a poco encaminando sus conocimientos hacia la Etnografía. “Lo que nos dedicamos a investigar es el mundo tradicional vasco: aperos de labranza y de caserío en general, el pastoreo, ritos fúnebres…”, explican estos dos historiadores, que en su momento lograron una beca de la Diputación de Gipuzkoa para formarse en Gordailu, que se podría definir como el gran almacen del patrimonio histórico del territorio.

“La etnografía recopila la materialidad y la cultura propia de un pueblo. Su tradición. Y aquí hacemos etnografía del pueblo vasco”, añaden a modo de definición de su labor. “La línea de trabajo más potente que tenemos ahora es la de Fermín, que ha ido recogiendo durante un montón de años objetos que veía en caseríos o que le ha donado la gente, y ahora ha decidido donarlo a Gordailu”, cuenta Suberri. Ese material va llegando a este laboratorio de Aranzadi, donde lo que hacen ambos, de forma muy resumida, es “catalogar e inventariar todo”.

Imagen general de una de las salas del Laboratorio, donde sacan fotos a los materiales y los documentan. Gorka Estrada

Un museo del siglo XX

El laboratorio es como un museo de la primera mitad del siglo XX, época de la que son la mayoría de objetos. Material de trabajo que se usaba en los caseríos, objetos domésticos como vajilla de cocina, material antiguo y ya en desuso de negocios como carpinterías o imprentas… objetos que ya no se utilizan desde hace años y que, en algunos casos, son testigos de modos de vida ya extintos, o prácticamente.

La cantidad de material que les llega es enorme. En 2021, por ejemplo, catalogaron hasta 1.100 piezas, según el informe que ellos mismos elaboran. El modus operandi en el Laboratorio es seleccionar las piezas por temáticas, limpiarlas y, en la medida de lo posible, repararlas. “El apaño justo para que la pieza sobreviva, se podría decir. Hacemos un tratamiento superficial”, apunta Maite. Para después pasar a documentar, sacar fotos y catalogar cada pieza con su etiqueta, incluyendo ahí el lugar de procedencia de la pieza en cuestión. Vamos, hacer un inventario. Además, en los últimos meses están grabando vídeos en los que el gran especialista en estas cuestiones, Fermín Leizaola, explica de dónde ha sacado las piezas, de qué epoca son o cuál era su uso. “Esto es importante porque así en el futuro se podrían hacer estudios de ese material con más datos en la mano”, indican. Los vídeos se irán subiendo próximamente al canal que tiene Aranzadi en Youtube.

Para llevar a cabo esta labor, Fermín, Suberri y Maite cuentan con la ayuda de “alumnos voluntarios de Antropología” –que durante unas semanas hacen prácticas de la mano de Fermín, con quien limpian y catalogan las piezas–, y de personas jubiladas que acuden un día a la semana a este local de Bidebieta para ayudar en la catalogación. Es el caso de dos jubiladas, Gotzone y Charo, que se encuentran catalogando piezas de carpintería el día que NOTICIAS DE GIPUZKOA visita el Laboratorio. Gotzone estudió Historia en la UNED “con 45 años”, mientras que Charo es una mujer interesada en la arqueología.

Fermín Leizaola, junto con una alumna de Antropología, limpiando un objeto. N.G.

Explican Maite y Suberri que reciben mucho material, así que es necesario hacer una criba. “Elegimos lo más representativo según nuestro criterio después de varios años con el proyecto. Por ejemplo, ahora nos está pareciendo interesante catalogar y guardar objetos que han tenido varios usos. Estas sartenes antiguas de hierro –dicen señalando una balda con varios objetos de un caserío– a las que luego les han puesto un remache de cobre para que duren más tiempo nos parecen interesantes porque nos enseñan que las cosas se pueden reutilizar, algo que antes se hacía mucho y ahora no tanto”, dicen.

Patrimonio ‘moderno’

Mientras continúan con su labor con objetos del siglo XX –aunque apuntan que han tenido cosas de siglos anteriores, incluido “un baúl para guardar grano” que podía ser del siglo XVII o XVIII– han puesto en marcha una nueva línea de trabajo con material de los años 60, 70 o incluso 80 de este pasado siglo. Debido a su juventud –Suberri tiene 30 años y Maite 27–, es una época que no han vivido y piensan que puede ser interesante conservar ciertas cosas para que dentro de “50 años, por ejemplo”, se conozca cómo era entonces la sociedad vasca. Botes de Cola Cao o de detergente Bilore antiguos, vajilla, un viejo peso que había en una tienda que cerró, una máquina de escribir, una pantalla de ordenador de las primeras que hubo en el mercado o incluso carteles de negocios forman una colección por ahora pequeña pero que irá creciendo.

Hasta ahora la etnografía recogía lo del mundo tradicional, el caserío, digamos, pero nosotros somos de otra generación y esto también es antiguo para nosotros. Para una persona mayor igual no tiene valor, pero para las generaciones más jóvenes sí”, explica Suberri. “Estas cosas también nos enseñan lo que hemos sido, cómo hemos vivido. Si solo se guardaran objetos de una época concreta, parecería que la sociedad vasca ha vivido así todo el siglo XX. Por eso guardamos también cosas de los 60, 70 o incluso 80 para que tenga un reflejo en el futuro. Cosas banales o cotidianas se convierten así en patrimonio para el futuro. Al final se trata de crear patrimonio y guardar testigos para el futuro y conocer así nuetra historia”.

Para museos o películas

Maite y Suberri defienden que es una labor necesaria. “Es un ámbito que antes no se trabajaba, el de la cultura material, los objetos históricos. Parece que solo hay que guardar lo que es muy antiguo o lo que tiene un valor artístico, pero es bonito recoger también estas cosas para que no se pierdan y sean un testigo del pasado. Los objetos arqueológicos se encuentran, mientras que aquí hay una intención de guardar”, comentan.

El destino de la mayor parte de los objetos que catalogan es Gordailu, “pero nutre a todo el que pida piezas”, explican. Por ejemplo, este material puede ser utilizado en museos o casas de cultura que quieran hacer una exposición concreta. También han recibido en ocasiones peticiones para películas: “A veces igual nos piden una mesa antigua o una máquina de escribir”. De una u otra manera, lo importante de su labor es construir ese “patrimonio” que perdure para el futuro.