Aunque decir realismo es decir mucho, y no decir nada, lo cierto es que tanto el realismo como la abstracción han estado unidos a la historia del arte y de la pintura desde sus inicios. Realismo, realismo mágico, onírico, fotográfico, poético, underground… ¡Cuántos realismos se han dado y existen en la Historia del Arte y en los museos!

Otro tanto sucede con la obra de este tándem de pintores, tanto en el arte como en la vida, Clara Gangutia (Donostia, 1952), Jesús Ibáñez (Valencia, 1947), que exponen su obra en la galería Ekain de Donostia, obra ya consolidada y reconocida a nivel tanto estatal como internacional. Y es que sus obras parten siempre de la realidad, a la que ambos dibujan y tratan plásticamente de manera exquisita, y a la que añaden un plus a menudo de misterio, de poesía, de gravedad y de fantasía. Como realismo mágico podríamos definir a la obra de Gangutia, en expresión del crítico alemán Franz Roh, y de realismo poético la obra de Ibáñez.

Pero lo importante es lo que cada uno de ellos plasma y ofrece en imágenes de carácter urbano y doméstico, que parten siempre de la realidad vivida y sentida por ellos, y traspasada al lienzo o al papel como una realidad mágica pasada por el cedazo de sí mismos. No plasman lo que no sienten, y sólo plasman lo que sienten, lo que viven, con las luces y colores, con las sombras y colores que ellos advierten y abstraen de una realidad sintiente. Magia y embrujo de una realidad bruta e inerte que ellos transforman y ofrecen de una manera plástica silente. Paisaje urbano, agrario o interseccionado, con poca presencia humana, como para no entorpecer la historia contada, o para confirmarla y consolidarla del todo.

Surgen así los paisajes de La Concha donostiarra y de Pasajes San Juan de Gangutia, con sus pequeñas traineras, cargados de pinceladas azules, sueltas y luminosas, al igual que sus paisajes urbanos y costeros de Alicante, o sus paisajes nocturnos misteriosos, homenajes a Magritte y a las luces mas surreales y oníricas. Más realista resulta su bodegón con violín y vaso de agua sobre mesa y fondo de sala.

Ibáñez juega en sus diversos Jardines del Generalife, y Sabatini con perspectivas aéreas y trazados geométricos, llenos de verdes y vegetación, destacando las luces y pinceladas más sueltas del Jardín de las Vistillas, mientras que envuelve en luces nocturnas y coloridas a su calle de Brunete, y a diversas calles de Madrid, con sus casas y arboledas, entroncadas en la Escuela Realista Madrileña. Realismo más frío y racional advertimos en la obra de Ibáñez, aunque en un primer momento constatamos un trasvase plástico entre ambos autores, cosa por otro lado natural, al convivir en el mismo espacio plástico y familiar.

La pintura de ambos autores ofrece una doble visión, cercana y paralela, diferente y diversa, de lo que puede ofrecer el panorama del actual realismo contemporáneo en las primeras décadas del siglo XXI.