Contemplativa, naturalista y con un tempo que pondrá nervioso a más de un impaciente. La cineasta Raven Jackson ha defendido este domingo la candidatura de All dirts roads taste of salt en la Sección Oficial del Zinemaldia. Se trata de un proyecto de ficción, salpicado con detalles autobiográficos, que abarca la narración de una generación de mujeres en el sur de Estados Unidos. Jackson dedica largos planos a los detalles, a abrazos eternos que parece que nunca tienen fin. El cineasta ruso Andréi Tarkovski, en su ensayo Esculpir el tiempo, afirmaba que si se aumenta el tiempo de una secuencia el espectador, en un inicio, se aburre. Si se sigue prolongando, el interés surge como una chispa. Por último, si se estira hasta el extremo, la obra adquiere una nueva dimensión en cuanto a calidad.

Parece que Jackson, antigua participante del encuentro de estudiantes Nest y que pasó con este proyecto de largometraje por la residencia Ikusmira Berriak 2019, ha querido seguir a pies juntillas e, incluso, llevar más allá los preceptos del autor de Solaris, confeccionando secuencias extremadamente largas que han hecho que todo vuelva al punto de origen, es decir, a aburrir al espectador que, gota a gota, ha ido desalojando el auditorio del Kursaal durante el pase de presentación.

La cineasta afroestadounidense, fotógrafa y poeta, se centra en los detalles, en primeros planos de manos, de barrigas, en las miradas, en el agua. Todo ello para narrar una historia generacional de unas mujeres, que viven orillas del Misisipi. Los siluros que las niñas de la casa pescan con su padre en el río pueden llegar a vivir hasta 60 años, por lo que, uno de estos peces puede llegar a ser testigos de generaciones que crecen y desaparecen, a tiempo de ser relevadas por nuevos miembros de la comunidad.

Tradiciones que se heredan, costumbres familiares, crecimiento, madurez, naturaleza y fisicidad. Todo ello al mismo tiempo es lo que plasma la realizadora en una película que con un montaje alterno avanza adelante y atrás en la vida de dos hermanas, desde su más tierna juventud hasta que se convierten en madres, reiniciando el ciclo.

El agua es el hilo metafórico de esta historia. Jackson, que con una excelente dirección de fotografía filma una y otra vez escenas de lluvia, caudales y lágrimas, aplica al fluido la Primera Ley de la Termodinámica, aquella que dice que la energía ni se crea, ni se destruye, se transforma. Y como el agua, todas las mujeres que vivieron antes, ahora residen en las nuevas generaciones. El efecto resulta descorazonador, al plantearse de forma reiterativa, al más puro estilo del eterno retorno, provocando un efecto contrario al deseado: el de convertir el peso de generaciones pasadas en una bola penitenciaria atada a un tobillo que es incapaz de escapar.

Dar a la toma lo que necesita

Jackson, que ha comparecido en la rueda de prensa posterior al pase del Kursaal, junto a las productoras María Altamirano y Adele Romanski, ha comentado que, efectivamente, la idea de la “fluidez” y del agua empapan todos los rincones de la producción, incluido el montaje, que ella imaginó como un “cambio de estaciones”.

No obstante, no todo fue planificado. De hecho, la escena de un abrazo entre la joven protagonista y su antiguo amor de juventud que se prolonga durante unos cinco minutos no fue del todo pensada de antemano. “No sabes cuánto va a durar la toma, tienes que darle lo que necesita”, ha afirmado ante las preguntas de los periodistas.

Asimismo, ha defendido que su objetivo no es ser explícita, que busca en todo momento que el espectador reflexione. Las responsables de All dirts roads taste of salt han sido siempre conscientes de que se enfrentaban un proyecto “poco tradicional”. No obstante, han logrado los mejores compañeros para el camino: la empresa A24, firma detrás de éxitos como The witch, La habitación o la última ganadora de los Óscar, Todo a la vez en todas partes.  Habrá que ver si el río llega al mar.