Eran tiempos de la Primera Guerra Mundial. Las tropas alemanas habían utilizado el corredor de Lieja para invadir Bélgica. La superioridad de los ocupantes era manifiesta y los enfrentamientos de una crueldad indescriptible. Los hospitales belgas difícilmente podían contener el aluvión de heridos que les llegaba. No obstante, en todos se hizo gala de una entrega profesional admirable. Hubo uno, sin embargo, que pasó a la Historia gracias a la extraordinaria labor llevada a cabo por Edith Cavell, la mujer excepcional que lo dirigía.

Descubierto el trajín que llevaba a cabo en su hospital con la ocultación y fuga de cientos de soldados aliados, Edith fue fusilada en 1915 contra el sentir de la mayor parte de las naciones de todo el mundo, incluido un amplio sector de la sociedad alemana, que clamaron al cielo ante semejante atrocidad. La aplicación al pie de la letra que llevó a cabo aquel jurado de pacotilla lejos de ser un escarmiento se convirtió en uno de los factores psicológicos más influyentes contra los propios verdugos. En su tiempo, la noticia tuvo tanta repercusión como el hundimiento del “Lusitania”. 

En el juicio condenatorio quedó probado, y ella nunca lo negó, que había utilizado su hospital como plataforma para la fuga de soldados aliados hacia países libres. Para ello utilizó la colaboración de redes clandestinas, que le ayudaron a llevar sus propósitos a buen puerto. Varios mugalaris intervinieron en el paso de los Pirineos, como lo seguirían haciendo años más tarde integrados en la Red Comete.

Edith Cavell, responsable de tal organización, rondaba el medio siglo de edad cuando se vio envuelta en las consecuencias de la I Guerra Mundial demostrando poseer un valor y una sangre fría a toda prueba. Había nacido el 4 de diciembre de 1866 en Swardeston, cerca de Norwich, en el condado de Norfolk, en Inglaterra. No tuvo una niñez fácil. Su padre, un severo pastor anglicano, le sometió desde su más tierna edad a una dura enseñanza, principalmente religiosa.

Tenía 9 años cuando vio cómo un socorrista salvó de morir a una persona en la playa. Fue tal su impresión que decidió dedicar su vida a la Medicina en contra de los deseos paternos. A la muerte de su progenitor, marchó a Bruselas para hacer un curso de Enfermería. Ávida de sabiduría y aprovechando una herencia, recorrió los principales centros médicos de Centroeuropa para conocer los modernos métodos que se empleaban en ellos.

A los 29 años tenía ya una sólida formación que le sirvió para prestar sus servicios en el London Hospital destacando en la lucha contra la epidemia de fiebre tifoidea que se declaró en la localidad de Maidstone, a unos 50 kilómetros de Londres. Su aprendizaje fue decisivo en la cura de numerosos afectados, demostrando siempre una gran serenidad y firmeza en el trabajo. Los días se le hacían cortos y los escasos momentos de ocio de que disponía los empleaba en pintar al natural, en pleno campo.

Edith fue fusilada en 1915 contra el sentir de la mayor parte de las naciones del mundo.

En 1906 recibió una oferta de trabajo desde Bruselas: el de directora del Instituto Médico y Quirúrgico Berkendaël que tres años antes había creado el Dr. Depage en un magnífico edificio estilo Art Nouveau recién levantado por Jean-Bautista Dewin en la capital belga. El Dr. Antoine Depage, de 44 años, era un prestigioso cirujano muy acreditado en su país por haber sido fundador y presidente de la Cruz Roja. Las condiciones que le puso a la enfermera eran excelentes, si bien a ella lo que más le tentó fue el reto personal y la oportunidad de empezar de cero. La propuesta fue aceptada de pleno.

Llevada de su natural predisposición para el trabajo, inmediatamente se puso a buscar un equipo de enfermeros que debían reunir una serie de condiciones que Edith, con su inevitable acento inglés, repetía una y otra vez a quienes aspiraban a las plazas. Marie Depage, la mujer del creador del Instituto que le ayudaba, no salía de su asombro ante la capacidad laboral de la directora. Así surgió la flamante Nursing Home, primera escuela de enfermería belga, cuyo principal trabajo se desarrolló en aquel recién estrenado edificio de la Place Georges Brugmann. 

La Escuela de Enfermería de Bruselas llegó a ser modélica en su género y nadie del mundo de la Medicina dudaba del papel jugado por aquella mujer inglesa, creadora de un equipo modélico a nivel mundial en el campo del cuidado a los enfermos y heridos. Edith estaba satisfecha de su trabajo, pero nunca exteriorizó su sentimiento. No así el Dr. Depage que siempre se quejaba de la escasa asignación económica que se destinaba a la Sanidad en Bélgica.

La desesperación de aquel hombre fue tal que se organizó un viaje a Estados Unidos para exponer allí el proyecto que se estaba llevando a cabo en Bruselas con la Escuela de Enfermería y obtener algún tipo de subvención. 

La gran aventura de Cavell

La situación cambió cuando el 5 de agosto de 1914 las tropas alemanas lanzaron un ataque nocturno sobre Lieja, luego fue Namur… Era el inicio de la Gran Guerra. La Escuela de Enfermería pasó a ser hospital de urgencia y Edith multiplicó sus actividades atendiendo a todos los heridos que le llegaban del frente. No hizo distinciones entre los de uno y otro bando. Las atenciones eran iguales para todos. Ella no hacía preguntas. Trataba de salvar vidas.

El curso normal de la institución se vio alterado el 1 de noviembre inmediato con la llegada de dos heridos ingleses que le confesaron sus graduaciones rogándole les escondiera y ayudara a escapar. La mujer, ignorante del funcionamiento de las redes de evasión, tomó contacto con miembros de la resistencia y consiguió que traspasaran la frontera de los Países Bajos alcanzando la libertad.

Edith Cavell, que apenas salía del hospital, fue tomando conciencia de la situación tan cruda que se vivía en el exterior a través de los testimonios que los propios heridos aportaban con sus mutilados cuerpos, pruebas irrefutables de la brutalidad del asedio. Adoptó la decisión de seguir utilizando los contactos para ayudar en la huida a los soldados aliados.

Su íntima amiga Marie Depage nunca llegó a enterarse de que el hospital se había convertido en tapadera de evasiones y que unos 200 soldados, tras sanar de sus heridas, habían conseguido la libertad. Tampoco su esposo, el Dr. Depage, que murió el 7 de mayo de 1915 en el hundimiento del Lusitania, cuando el buque que le traía de Estados Unidos fue torpedeado por un submarino alemán cerca de las costas de Irlanda. 

El hospital se había convertido en tapadera de evasiones. 200 soldados habían conseguido la libertad.

Edith era consciente de que el trajín extraoficial que se llevaba a cabo en aquel hospital acabaría por descubrirse, pero lo daba por bueno si con ello conseguía salvar vidas, cuantas más mejor. La delación tal vez fue obra de algún paciente germano o el tráfico llegó a oídos peligrosos. El 5 de agosto de 1915 fue detenida por la Gestapo y acusada de aprovecharse de su cargo para llevar en sus ambulancias hasta la frontera con los Países Bajos a los militares aliados que iban a ser arrestados al ser dados de alta en el hospital. 

Su postura en los interrogatorios quedó patente en este escrito: “Muchos habitantes atravesaron muy malos momentos y permanecieron escondidos en sus casas, cerradas a cal y canto, y sin dar señales de vida. Nosotros confiamos en Dios, pensando en que llegarían tiempos mejores en los que el derecho y la justicia triunfarían sobre la fuerza”.

En los interrogatorios a que fue sometida siempre decía lo mismo: “En mi hospital se ha curado indistintamente y con el mismo celo a soldados de ambos bandos”. Y era verdad. Lo demostraba con nombres y documentos que no dejaban lugar para la duda. Sin embargo, había muchas dudas sobre los caminos que habían seguido algunos pacientes una vez sanados. Edith hizo gala de un temple de hierro durante nueve semanas.

Condenada y ejecutada

El juicio, sin oportunidad de defensa alguna, fue una puesta en escena innecesaria. La sentencia ya estaba dictada antes del comienzo: pena de muerte. La reacción del mundo libre fue unánime: Se hicieron numerosas gestiones a los más altos niveles para salvar la vida de aquella mujer autora de una frase que ha pasado a la Historia: “El patriotismo no es suficiente; no debo sentir odio ni rencor por nadie”.

Al amanecer el 12 de octubre de 1915, tras nueve semanas de aislamiento, Edith Cavell fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento. Al acabar la guerra su cuerpo fue trasladado al Reino Unido donde tuvo un funeral oficial. Su ejecución fue ampliamente difundida desde un punto de vista humano y político por los aliados. Los propios servicios de contraespionaje de la 4ª Armada alemana consideraron el hecho como un error psicológico.

Ejecución de Edith Cavell según un dibujo de la época.

La gesta de esta mujer es recordada en números puntos del planeta. Francia, Bélgica y el Reino Unido le veneran hoy como a una mártir con nominaciones de varios pueblos. Canadá, por su parte, le dio su nombre a una de sus montañas más emblemáticas. El gran monumento que tiene en Londres, obra de George Frampton, fue inaugurado el 17 de marzo de 1930 por la reina Alejandra. En cada uno de los lados se puede leer: “Humanidad, Fortaleza, Devoción y Sacrificio”.

El cine británico ha hecho dos apologías de Edith con primeras damas de sus estudios, Sybil Thorndike en el cine mudo, y Anna Neagle en el sonoro. George Bernard Shaw dijo de ella: “Espero que su lección llegue hasta el último confín de la tierra”.