Son de otra pasta. Springsteen, Bob Dylan o The Rolling Stones, lejos de abandonar y jubilarse, como el resto de los mortales, ansían que llegue el momento para volver a salir a la carretera y subirse a otro escenario más a pesar de haber superado ampliamente los 70 años. De esa estirpe de caballos locos incorregibles y rebeldes es Neil Young, otro mito de la música popular autor de himnos como Ohio, Rockin’ in the free world o Heart of gold. El canadiense, ahora nacionalizado estadounidense, acaba de publicar Noise & flowers (Warner), un disco en vivo que documenta la gira que realizó en 2019 en tributo a su mánager fallecido.

Young no para. Refractario a un retiro que le permitiría disfrutar en plenitud de la vida en común con su pareja actual, la actriz Daryl Hannah, mantiene una actividad frenética en los últimos años en la que alterna los discos de canciones nuevas y la recuperación de música –grabada en estudio o registrada en directo– proveniente de sus caudalosos archivos. El hombre irreductible que lo mismo se nacionaliza estadounidense para poder votar contra Donald Trump que se planta ante Spotify y retira su discografía de la plataforma, acaba de publicar un nuevo disco.

Y cada disco de Young, sea de canciones inéditas o no, es una magnífica noticia. En este caso, lleva el nombre de Noise & flowers y no se me ocurre mejor título para catalogar su contenido porque eso, electricidad fiera y ruido envuelto en caricias y flores de aliento acústico, es la metáfora perfecta que define la obra, magna, diversa y casi siempre obligatoria, de este viejo caballo loco que fue uno de los actores que definió en su juventud la música rock, folk y country desde finales de los 60 y que, con el paso de las décadas y siempre abierto a otros sonidos, se interesó por el punk, elevó a Johnny Rotten a la categoría de mito y contribuyó al nacimiento del grunge.

TRIBUTO EN VIVO

Y mientras aumenta el recuento de muertes de instrumentistas de sus bandas anteriores, de Crazy Horse a Stray Gators, Young lleva desde 2015 acompañándose en los escenarios por una banda de gente joven llamada Promise of the Real que cuenta en sus filas con Lukas, hijo de otro mito vaquero, Willie Nelson. Con este joven grupo, que cuenta con discografía propia, salió de gira en 2019, antes de la pandemia, y ahora Noise & flowers documenta su periplo europeo en un compacto, un doble vinilo, edición digital y una caja de lujo para los más adictos al canadiense que incluye una película del concierto en Blu Ray y que ha sido dirigida por Bernard Shakey y dhlovelife.

El objetivo de las nueve fechas de conciertos que protagonizaron fue ofrecer un homenaje a Elliot Roberts, mánager de Young durante medio siglo, quien falleció solo dos semanas antes de lanzarse a la carretera. Fue “una oportunidad para honrar” a su amigo. “Tocar en su memoria hizo de este tour uno de los más especiales”, afirma Young en las notas interiores del disco. “Nos lanzamos a la carretera y llevamos este gran espíritu con nosotros en cada canción”, apostilla.

Y el medio siglo que compartió Roberts con Young se aprecia claramente en la elección del repertorio grabado, que recorre ampliamente su discografía, especialmente la más clásica, con algunos apuntes a canciones poco escuchadas y llegando a gemas de finales del siglo XX. El disco se abre, entre bramidos eléctricos, con el riff stoniano de Mr Soul, el tema más antiguo del lote, ya que lo grabó con Buffalo Springfield, en 1967. Y no es el único rescate de clásicos, ya que le sigue –con una alternancia medida, tanto en lo cronológico como en fuerza y caricia– Everybody knows this is nowhere, de 1969, que suena glorioso con su falsete en el estribillo.

Y luego llega Helpless, una de sus mejores y más clásicas baladas, preñada por la nostalgia de su localidad natal, allí “al norte de Ontario”, delicada en la armónica, la guitarra acústica y las leves notas de teclado. El tono frágil y campestre se mantiene con Field of opportunity, tema menor de su obra pero candoroso, repleto de dudas, preguntas y deseos de “volver a arar” tras una relación rota. El tono reposado prosigue con la delicia folk–country de Comes a time –más vida a la deriva y recuperación para que “el mundo siga girando”– y From Hank to Hendrix, banda sonora de parte de sus pasiones musicales para encuadrar una relación rota.

Y la emoción no decae cuando Young y sus secuaces rockanrolean. Amagan el golpe con el blues de On the beach y con Alabama, de Harvest, su diatriba contra la incultura y el integrismo religioso del estado homónimo. Segundo capítulo tras el histórico Souther man. Luego castigan el bazo con Throw your hatred down, nueve largos minutos de fuzz y electricidad, originalmente grabados con Pearl Jam en aquel disco compartido titulado Mirror ball, y dan el golpe que te manda a la lona con Rockin’ in the free world, otros diez minutos de mala hostia rockera en la que hace puños contra el capitalismo en un escenario con sin techos, heroinómanas que abandonan a un bebé en un cubo de basura por una dosis, políticos que venden esperanza y una mezcla de armas y grandes almacenes. Y si resistes y no has tirado la toalla, como si fuera un bis deja para el final Fuckin´ up, censurada en su día y con un sonido crudo con guitarras como cuchillas. El aitite sigue rockeando “en un mundo libre”. l