Después de vender más de 150.000 ejemplares de los dos primeros volúmenes de la llamada trilogía de Illumbe, Mikel Santiago cierra esta etapa con de IllumbeEntre los muertos (Ediciones B), una nueva historia que transcurre en este imaginario pueblo de la costa vasca donde hay cadáveres que “nunca descansan”.

Con la gabardina totalmente calada, sin paraguas y bajo una lluvia incesante, señala Santiago un punto de la costa de Mundaka y dice que en un lugar como ese imaginó uno de los hechos fundamentales que dan forma a su último artefacto literario, protagonizado por una agente de la Ertzaintza, Nerea Arruti, una recta profesional, devota de su trabajo y del reglamento, que acabará rompiendo con todo y mintiendo.

Sentado ya en una cafetería, en camiseta, con la gabardina colgada y secándose, el novelista vasco explica a Efe que su cuerpo le pedía terminar con todas las tramas abiertas en El mentiroso yEl mentiroso En plena noche pero ello no obvia que en Entre los muertos quede algún cabo suelto que, después de un paréntesis, podría llevarle, de nuevo, a su particular universo illumbense, aunque “con un nuevo eje vertebrador” y en otra época.

En su título más policial, que llegó ayer a las librerías, el lector se encontrará ya en las primeras páginas con una muerte supuestamente accidental, la del forense Kerman Sanginés, amante de Arruti -policía que ya aparecía en la novela anterior-, con extraños viajes en coche o con cintas de vídeo que no se pueden ver, además de con las vueltas de tuerca habituales, marca de la casa.

El escritor cree que esta novela es “una coronación” de las otras dos de la trilogía, con el “desafío” que le supuso utilizar en primera persona una voz femenina y documentándose sobre cómo funciona una comisaría de policía. No esconde que al principio de su andadura literaria era un escritor de café, muy intuitivo, pero “con el paso de los años, he ido aprendiendo el valor de la investigación en persona, y para este título ha sido la más intensa, incluso entrevistándome con un forense que bendice la parte final”. Aunque ficcionando y con “concesiones y dobladuras necesarias para la trama”, desvela que ha podido respirar el aire de una comisaría, lo que se habla frente a la máquina de café o lo que ocurre cuando un equipo policial debe ponerse en marcha ante un caso de violencia machista.

Tampoco deja pasar que intenta pintar desde “esa tonalidad de pueblos pequeños” a “esos chavales que se mueven en coches, con garajes que trabajan en los bajos de automóviles del mundo de la droga”, de manera que sus novelas no dejan de ser “un repasito a la actualidad”.