Una vida menos que los gatos. Seis ha tenido la goleta centenaria de trece velas a cuyo timón se puede ver estos días a su sonriente capitán, Matthieu Alluin. Frente a él, la misma brújula que un siglo atrás guiaba el barco hacia la recóndita isla de Terranova, en Canadá, donde faenó en busca de caladeros de bacalao desafiando temporales, como tantos marineros vascos con los que coincidió.

La primera impresión desde cubierta es la elegancia de líneas de una embarcación de imponente eslora de 44,9 metros. Y más teniendo en cuenta el fin para el que fue concebida. El capitán sonríe cuando se le pregunta si no le resulta extraño tanto porte y belleza para capturar pescado. "Es necesario viajar cien años atrás, a una época en la que se faenaba a vela. De hecho, son 650 metros de tela los que suman en su conjunto", resalta.

"Por cierto, este barco ha tenido la suerte de caer en buenas manos cada vez que ha necesitado ser reparado", subraya el marinero, al mando de una de las joyas que se exhiben hasta el domingo en Pasaia Itsas Festibala.

Es, de hecho, el último testigo de la epopeya de la gran pesca frente a las costas de Terranova. Cien años son muchos para un barco de madera con tres mástiles de pino de oregón que ha sido testigo mudo de campañas de pesca sin fin, y tantos desvelos entre bloques de hielo, olas desafiantes y cerradas nieblas. "Aquellos marineros eran unos titanes", remarca Xabier Agote, el director del festival, que se embarca junto al capitan en este famoso navío francés, de nombre Marité, para viajar en el tiempo junto a este periódico.

ASTILLEROS: TRAS LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Fue nada menos que en 1921, tras la Primera Guerra Mundial, cuando se comenzó a construir esta embarcación en Fécamp, el municipio francés en la región de Alta Normandía que por aquel entonces era el puerto bacaladero de referencia de Francia, como lo era Pasaia del Estado. La goleta navegó hacia los bancos de Terranova en 1924 por vez primera, aprendiendo a navegar entre la incertidumbre y el riesgo.

La actualidad revela que no hace falta mirar tanto tiempo atrás. Han transcurrido tres meses del naufragio del buque pesquero gallego Villa de Pitanxo, de 50 metros de eslora -los mismos que el velero francés-, que se hundió dejando 21 marineros fallecidos en aguas próximas a Canadá, en las mismas en la que navegaba hace un siglo el Marité.

Por esa misma circunstancia, por el sinfín de avatares a los que ha tenido que hacer frente el barco francés, parece todavía más sorprendente que continúe a flote tanto tiempo después. "Inevitablemente, ha estado expuesto a muchos riesgos y contratiempos, pero ha tenido la inmensa suerte de rodarse siempre de gente apasionada que le dio nueva vida", insiste el capitán.

Desde el verano de 2012, cuando fue completamente restaurado, este barco de madera -santo y seña del patrimonio marítimo francés- no ha dejado de representar a Normandía en medio mundo. El capitan nos invita a descender por sus escaleras de madera hacia las entrañas de la embarcación, un espacio convertido hoy en día en pinoteca naútica, en la que puede verse una foto de la época.

Es el día del bautizo del navío, durante una pomposa ceremonia en el verano de 1923, en la cuenca del Bérigny. Inicialmente se iba a llamar Marie-Thérèse, hija del armador encargado de terminar su construcción, que hizo de madrina. Pero existía otro barco con el mismo nombre, y de ahí que se quedara con su diminutivo: Marité.

CARGAS DE 150 TONELADAS DE BACALAO

Y desde entonces, hasta este mismo fin de semana que se le puede ver en Pasaia, no ha cambiado de nombre, a pesar de que durante este siglo hayan sido muchos sus dueños. La luz de este viernes en la dársena guipuzcoana se cuela por la claraboya, que ilumina el mismo espacio donde en su día el velero cargaba hasta 150 toneladas de bacalado y 50 de sal. "Pueden imaginarse en qué condiciones navegarían con una carga de 200 kilos, el mismo peso que tiene actualmente el navío", remarca el capitán.

La campaña más corta era de seis meses. Con frecuencia, se prolongaba durante casi un año. La goleta centenaria conserva la misma quilla de entonces, y también las cuadernas. "Ha tenido muchas obras de restauración, pero conserva el alma, la columna vertebral y sus costillas de roble", dice, divertido, el capitán. Colocado a estribor y mirando a Pasai Donibane, Alluin explica cómo miles de anzuelos iban y venían, lanzados desde unas pequeñas embarcaciones llamadas doris.

"En realidad, la pesca no se hacía desde este velero sino que el velero trasladaba de ocho a diez embarcaciones pesqueras tradicionales que eran las que se dirigían a capturar directamente el bacalao. El Marité aguardaba fondeado mientras estas pequeñas barcas, de largos aleros en la proa y la popa para elevanderse por encima de las olas, se adentraban hacia los caladeros, a más de media milla del Marité". Cada dori gestionaba 2.000 anzuelos.

Como indica Agote, el director del festival, la goleta en aquel remoto paraje se convertía en un barco factoría. "Estamos hablando de cien años atrás en el tiempo en los que no había los sistemas de refrigeración que llegarían después". De hecho, de entre los 24 tripulantes que viajaban a bordo, repartidos en un sinfín de tareas, uno de los puestos mejor remunerados era el del responsable de llevar a cabo el método de secado por sal. Estaba muy bien pagado porque de su habilidad dependía el futuro de la campaña, y de ella tanta gente.

Pero el velero ha conocido también otros usos. Con el paso de los años, además de la pesca de bacalao, la goleta hizo de barco de cabotaje danés, también fue utilizado como navío de recreo sueco. Pero Marité recuperó sus raíces francesas a partir de 2004, e incluso ha servido durante casi un año de escenario itinerante del programa de televisión Thalassa, de temática marina.

Actualmente, según explica su capitán, el viejo barco de pesca navega con fines turísticos principalmente por la bahía del Mont Saint Michel. Y en él embarcan tantas personas interesadas por la navegación de otra época, como las que estos días disfrutan del festival marítimo de Pasaia.