rganizada por el Museo San Telmo y el Ayuntamiento de Donostia, y con la colaboración de la Fundación Bancaja y de diversas instituciones y entidades del país, se exhibe en las salas de exposiciones del museo donostiarra la excelente muestra Diálogo Jorge Oteiza-Eduardo Chillida, años 50-60, comisariada por el historiador Javier González de Durana.

A través de nueve compartimentos se presenta la obra de ambos autores, suficientemente conocidos y reconocidos en el país e internacionalmente, con obras de pequeño y medio formato provenientes de las Fundaciones de ambos autores, del Museo Bellas Artes de Bilbao, Reina Sofía, IVAM, Guggenheim Bilbao, Santuario de Arantzazu, Universidad de Navarra, Fundación Kutxa y de diversas colecciones bancarias, galerías de arte y particulares, ofreciéndose algunas obras poco expuestas o conocidas. Más de cien piezas, esculturas, dibujos, publicaciones y vídeos componen la muestra, mostradas unas veces de manera paralela, y en otros apartados, interseccionadas, lo que confiere vivacidad y riqueza a la muestra. Mostradas en un ámbito de color blanco, lo que facilita una lectura clara y diáfana de las obras, pero poco arriesgada y con una señalética incómoda para el visitante, se ofrecen las obras a diversas alturas y niveles expositivos.

Las obras de ambos autores habían obtenido ya el reconocimiento internacional en los años 50, y aunque provenían de puntos de partida diferentes, Oteiza del expresionismo figurativo y Chillida del expresionismo abstracto gestual, lo cierto es que uno desembocará en una sintaxis abstracto geométrica, y el otro en una más abstracto lírica, recuperando ambos el concepto del espacio vacío dentro de la escultura, el uso de materiales que dieron riqueza al país, como el hierro y la madera, y el uso de repertorios ideológicos de nuestro entorno como aperos de labranza y de trabajo, frontones, etc.

Sin pretensiones de ser exhaustivos, la muestra se abre con Laoconte (1955), de Oteiza, y Oyarak (1954), de Chillida, para mostrar Mujer con niño mirando al cielo (1949) y Desnudo (1948) de manera paralela, de Oteiza. Henri Moore y Julio Gonzalez están en sus raíces.

En la segunda sala de presentan Tres (1952) y dos puertas de Arantzazu (54-55), de Chillida, junto a Piedad (1969) y Apostolado (1952), de Oteiza, y su magnífico Espacios perforado (1952). Seguimos en la misma línea.

En la tercera, pertenecientes a su Propósito Experimental, Deseoso (1954) y El espíritu de los pájaros (1952), frente a Via láctea (1953) e Hilargia (1958), de Oteiza.

En la cuarta sala se interseccionan y mezclan las obras de ambos autores, Hierro (1956) y Concreción (1955), de Chillida, con Desocupación de la esfera (1957) y Rumor de límites (1958). El juego con la desocupación del espacio interno de la escultura es cada vez más patente.

En la quinta, Combinación binaria (1957), y Arista vacía (1958), de Oteiza, junto a S.T., de Chillida.

En la sexta sala, Mano (1962) y Estela (1962) de Chillida, junto a Error de escultor (1958).

En la séptima, Homenaje a Malevich (1957) y Vacío en cadena (1957), de Oteiza, junto a Rumor de límites (1960) y Yunque de sueños (1959 y 1962), de Chillida. Constructivismo ruso y abstracción lírica son cada vez más manifiesto en ambos autores.

En la octava sala, Rumor de límites V (1959) y VII (1968), de Chillida, junto a Caja vacía (1958) y Vacío en cadena (1958).

Y en la última sala, Fusión de tres sólidos abiertos (1957) y Homenaje a Leonardo (1958-1959), de Oteiza, junto a Lorea (1960), y Utsunea, (1966-1968), de Chillida.

Eduardo Chillida vuelve al lugar donde comenzó su proceso escultórico a su regreso de París, y conectó con los aperos de labranza y de trabajo de la sección de Etnología del Museo San Telmo, y Oteiza hizo casi lo mismo con las estelas funerarias Hilharriak y las Andra Maris y Maternidades románico-góticas de sus primeras obras. En el intermedio de las dos décadas, propósito experimental racional en el segundo e introspección poético-lírica en el primero. En ambos autores, una lección de arte y vida. l