El propio Carlos Areces fue el encargado de escoger la temática de 'La cabina' como hilo conductor de la 32ª edición de la Semana de Cine Fantástico y de Terror. Una edición de la que no se ha perdido ni un día y en la que ha presentado el libro 'Post mortem. Collectio Carlos Areces', que reúne y contextualiza fotografías de difuntos salidas de la colección privada del actor y cantante.

Lleva 20 años coleccionando fotografías post mortem.

-Todo empezó con la película Los otros, de Amenábar. A raíz de la secuencia en la que Nicole Kidman ojea un álbum de gente que ella cree dormida hasta que la ama de llaves le saca de su error estuve pensando si eso era algo real o una licencia artística. Recuerdo que Amenábar contó en una entrevista que la inspiración fue un libro llamado Sleeping beauty que, hasta donde yo sé, es el primero monográfico que trata la fotografía post mortem. Es más un archivo fotográfico de un coleccionista norteamericano que se llama Stanley Burns que otra cosa. Me hice con una copia y ahí empezó mi fascinación. Siempre he sido un coleccionista vintage muy potente, por lo que, cuando descubrí esta práctica, yo ya era terreno abonado para interesarme ya que coleccionaba fotografías antiguas, especialmente centrada en las de comunión.

¿Cómo surgió convertir el 'hobby' en un libro?

-Todos los coleccionistas soñamos con poder recopilar nuestros objetos, porque es una forma de dejar constancia para la posteridad de aquello que has archivado. Es algo que me pasa con las fotografías antiguas, pero también con los cómics clásicos que tengo o los carteles y fotocromos de cine. Me encantaría hacer un catálogo de todo ello porque además soy un bibliófilo. Me encantan las ediciones cuidadas, la textura del papel, el olor de la tinta impresa... Si todo va bien, espero morirme sin haber puesto los dedos en un ebook. Así que he hecho lo posible por hacer el libro que a mí me habría gustado tener. La oportunidad vino a raíz de un reportaje de El País en el que mostré parte de mi colección y que interesó a la editorial Titilante.

La encargada de explicar las imágenes recae en Virginia de la Cruz Licht, una eminencia en el campo.

-No queríamos hacer un catálogo, porque lo realmente interesante del libro, además de la fotografía, debía ser un texto que lo completase. Virginia, hasta donde sabemos, es la única persona de Europa que ha hecho una tesis sobre fotografía post mortem, así que estaba claro que era la ideal para ello.

¿Es tan fácil conseguir fotos así?

-Las páginas web de coleccionismo lo facilitan mucho, aunque esto también hace que haya cada vez más coleccionistas detrás. Cuando descubrí en 2001 estas fotografías, Internet no era lo que es, con lo que mis primeras piezas las conseguí preguntando en los sitios especializados en diferentes coleccionismos a los que solía ir.

¿Cómo hace para que no le cuelen imágenes falsas de gente que realmente no está muerta?

-Es fácil que lo intenten, pero dentro del espectro que abarca la fotografía post mortem hay una época en la que no se disimulaba que la persona estuviese muerta. Al principio sí que se intentaba, como se ve en la película Blancanieves, de Pablo Berger, en la que hacen posar al muerto con gente viva. Pero esta práctica se abandonó para colocarlos en camas e incluir objetos religiosos o incluso el propio ataúd. Por todo ello, es muy difícil que te la cuelen. Si acaso en el caso de niños sujetados por sus padres. Yo, por ejemplo, pensaba que, teniendo en cuenta que la fotografía en el siglo XIX podía llegar a costar hasta cinco veces el sueldo de un obrero, cualquier persona que contrataba a un fotógrafo intentaría que todos los elementos, incluido el niño, aparecieran lo más lozanos y despiertos posible. Pero cuando comenzamos a catalogar mi colección me sacaron de mi error. Era una fotografía que se tardaba mucho tiempo en tomar, por lo que era muy difícil que el niño estuviese quieto.

El objetivo, por lo tanto, era tener un recuerdo bonito de la persona, nada que ver con un aspecto morboso que podemos darle hoy en día.

-Nuestra relación con la muerte ha cambiado mucho a como era hace 150 años. Entonces había mucha más mortalidad infantil, la gente vivía menos y lo normal era perder a más de un hijo. Cuando alguien fallecía, además, se le velaba. Todo el mundo iba a verlo, se le tocaba, se le vestía... hasta los niños participaban del ritual. Hoy en día, con nuestra sensibilidad actual europea es chocante. Vivimos en una época en la que pagamos por no ocuparnos de nuestros muertos, por lo que es normal que lo sea. Pero lo escabroso está únicamente en nuestra mirada, no en el hecho en sí. Todas las imágenes que se recopilan en el libro salen del amor de unos familiares por recordar a una persona que ya no está.

Se trata de un libro muy cuidado con un nivel de detalle increíble que recuerda mucho en estilo a uno de los álbumes que editaron con Ojete calor.

-Son un enamorado de las ediciones. Comprarte hoy día un disco por la música no tiene ningún valor, porque la música la puedes conseguir digitalmente. Lo que le da valor es que la edición apetezca. Por eso en ese disco metimos postales, un álbum, un vinilo... Me gusta mucho lo tangible y, en ese sentido, con Post mortem hemos echado la casa por la ventana. Es una tirada limitada de 1.839 ejemplares. Una vez que se agoté la edición no habrá más.

El libro lo ha presentado dentro de la Semana de Terror, de la que es imagen bajo la temática de 'La cabina', escogida por usted.

-Sí. Josemi Beltrán -responsable del festival- me dijo que le presentara varias ideas, seguramente con el miedo de que una fuese irrealizable, así que fui con unas cuántas, aunque yo la que quería era La cabina. Quería hacer algo cercano, un referente español que me recordara a mi infancia. Por eso las dos primeras figuras que llegaron a mi cabeza fueron José Luis López Vázquez en La cabina y Chicho Ibáñez Serrador, pero este solo tiene dos películas y visualmente ninguna era tan icónica. En cambio, aunque la primera vez que vi La cabina fue en la facultad, ya a mediados de los 90, había oído hablar de ella desde que era niño. Tenía una mística que la hacía todavía más atractiva.

Además, sirve como homenaje a un guipuzcoano como es Antonio Mercero.

-Algo que yo no sabía y para la que Josemi no ha perdido la oportunidad de relacionar (risas).

Seguramente, sea la única persona que aparece en dos carteles del festival, ya que también se le puede ver entre los numerosos rostros que salen en el de la 30ª edición.

-Es verdad (risas). Lo que pasa es que en ese comparto protagonismo con unas 400 personas más. Aunque también es cierto que les robo importancia porque soy el único que sale con las gafas que nos dieron levantadas (risas).

¿Cuál es su relación con la Semana de Terror?

-La primera vez que vine fue con una película a concurso, Lobos de Arga, que ganó el premio del público. Desde entonces he venido con la mínima excusa, por lo que he podido comprobar de primera mano cuál es el espíritu del festival. No es un festival al uso. La gente que viene aquí tiene una relación casi familiar y hay unas licencias que no se suelen tener, como comentar las películas en alto. Creo que puede ser el peor festival para ver tu película si no está conectada con el público, pero también es verdad que cuando la película interesa, los chascarrillos bajan de intensidad hasta desaparecer, algo que he vuelto a comprobar este año con Última noche en el Soho. He venido presentando película, como jurado, otro año que no recuerdo ya por qué y ahora como cartel, así que se me agotan las excusas.

Puede venir como espectador.

-Sí, pero entonces me tendría que pagar yo el Londres -por el hotel- (risas).