Además de como bailarina, la zumaiarra Lucía Lacarra se siente muy cómoda en su papel como productora. Precisamente, pasado mañana, dentro de la programación de Quincena Musical, presentará un espectáculo de producción propia y que soñó junto a su compañero Matthew Golding en su separación durante el confinamiento. El espectáculo se llama Fordlandia y toma el nombre de una pieza del composición de Jóhann Jóhannsson. A su vez, este tomó el nombre de la utopía latinoamericana de Henry Ford.

¿Lleva la cuenta de cuántas veces ha participado en la Quincena Musical?

-No lo sé, la verdad. Varias. También estuve una vez en el Jazzaldia y se me mezclan las actuaciones. Recuerdo que estuve hace mucho con Roland Petit haciendo Copellia. También estuve hace dos años con Antígona de Víctor Ullate. He estado unas cuantas veces.

Para usted, que ha bailado por todo el mundo, ¿qué supone actuar en su hogar?

-Para mí es siempre una maravilla. Por mucho que uno baile en los teatros maravillosos de todo el mundo, nada se puede comparar a bailar delante de tu familia.

¿Existe más presión cuando se baila delante de la familia?

-No es presión, es todo lo contrario. Es bailar ante personas a las que quieres y que te quieren. Cuando estás acostumbrada desde tan joven a bailar ante un público que desconoces, tener a tu familia delante le otorga un sentido muy especial al baile, que no tiene nada que ver con la presión. Te da otra emoción.

La base de operaciones la tiene en Zumaia.

-Cuando dejé Munich en 2016 estuve trabajando dos-tres años entre Dortmund y Madrid. Como mi trabajo no está atado a ningún teatro, porque tengo mi propia compañía de producción con la que creamos nuestra propia agenda, para mí la base más cómoda y saludable es Zumaia. Es un sitio precioso, tranquilo y mi hija está feliz aquí, va al colegio aquí, y toda mi familia está aquí. Cuando estoy viajando sé que mejor que con mi familia no va a estar con nadie.

El confinamiento la cogió en Zumaia.

-En aquel momento estaba bailando en Alemania y en cuanto se cerró todo lo primero que hice fue volver en el primer avión que pude. Hacía muchos años que no pasaba tanto tiempo en Zumaia.

Presentará ‘Fordlandia’ en la Quincena Musical. ¿Ya habían empezado a trabajar en este espectáculo para cuando comenzó el confinamiento?

-Fordlandia se creó durante el confinamiento, si bien es cierto que ya teníamos la idea de crear un espectáculo. Creamos piezas nuevas para bailar en galas y pensábamos en reunirlas en un evento de una noche. Pero lo que nunca teníamos era tiempo para crear ese proyecto. El confinamiento lo que nos dio fue eso, el lujo del tiempo con el que uno puede no hacer nada o decidir si hacer algo con ello. Fue nuestro caso.

¿Cómo lo hicieron?

-Por teléfono nos pusimos a crear el concepto, la idea, a trabajarlo, hablarlo, a buscar los coreógrafos, las músicas, queríamos tener arte audiovisual, crear las ideas de las películas, de los cortos que íbamos a grabar... Todo eso se hizo durante esas semanas de confinamiento. El 15 de junio cogí el primer vuelo que salió de Bilbao para ir a Frankfurt y el 17 de junio comenzamos a crearlo todo.

Apunta a la ventaja del “lujo del tiempo”, pero el confinamiento tuvo una notable limitación: la separación con Matthew Golding.

-Cuando dejamos Dortmund el viajó a Ámsterdam porque quería ver a su hijo, también. Él me decía que en un par de semanas o un mes se iba a acabar, pero yo tenía otra sensación distinta. Me parecía raro, no tenía claro cuándo íbamos a poder viajar de nuevo. Al final fue mucho más largo de lo que nos esperábamos. Nosotros estuvimos confinados, pero ellos no. En Holanda y en Alemania nunca hubo un confinamiento. La gente hablaba de una especie de normalidad, de volver a poder tomar un café en una terraza. Pero para mí, la normalidad era poder salir de Zumaia, de Gipuzkoa para poder llegar al aeropuerto de Bilbao, poder ir a otro país y dentro de ese país poder hacer mi vida normal en un teatro que pudiese estar lleno de gente. Eso es lo que veía a años luz de distancia. Me resultó una incertitud bastante difícil de llevar.

En el Estado, al menos, poder llenar un teatro es algo que aún parece lejos. Aún más en Euskadi, con un aforo al 35%.

-No ha llegado, no. Esta pandemia a lo que nos ha forzado es a adaptarnos. Hemos tenido una suerte enorme. Nos sentimos bendecidos porque hemos estado trabajando todo este tiempo. Me pasé todo el verano pasado viajando, creando, grabando, coreografiando. Tuvimos la suerte de estrenar Fordlandia el 19 de septiembre en Alemania, porque allí se abrieron los teatros antes que en otros lugares. Actuamos allí durante dos meses. En noviembre se volvió a cerrar todo y decidimos empezar a crear un segundo espectáculo que estrenaremos el 16 de octubre en Dortmount. Empezamos a crear ese mismo noviembre y en diciembre comenzamos con la gira de Fordlandia por el Estado. Para ser un año de pandemia, un año difícil y en el que todo han sido dificultades, pero cuando uno quiere algo y está dedicado a ello, está apasionado y dispuesto a todo, consigue hacerlo.

¿Qué tienen en mente para ese segundo espectáculo?

-Es el mismo prototipo que Fordlandia. También estaremos Matthew y yo solos en el escenario. Se llama In the still of the night, se traduciría como En la quietud de la noche. En este caso sí que sería un espectáculo con historia, algo que se hace muy poco en danza. Queríamos contarla, además, de una manera especial. La historia se divide entre lo que ocurre en el escenario, en directo, y unos flashbacks que se introducen mediante audiovisuales. En esas películas se utilizará música de los años 60 y también estarán ambientada en esa época para dar una sensación de atemporalidad. Hacia la mitad del espectáculo la gente descubrirá lo que ocurrió aquella noche. Se trata de una manera algo más cinematográfica de contar una historia. Queríamos contar con un efecto sorpresa, hacer algo diferente. Estamos muy apasionados con el espectáculo y dándole los toques finales.

En ‘Fordlandia’ también se proyectan varios cortos o audiovisuales que complementan lo que acontece sobre el escenario.

-Nosotros buscábamos una experiencia completa, no solamente danza para el que le guste la danza. Queríamos que la danza tuviese tanta importancia como la selección musical, que tuviera también ese arte audiovisual que finalmente es un complemento perfecto que te ayuda a contar una historia, a transformar al público a una atmósfera. Fordlandia no tiene más historia que la plasmación de nuestros sentimientos durante el confinamiento.

¿Qué cuenta el apartado audiovisual de ‘Fordlandia’?

-Comienza con un teatro vacío, que es como estaban los teatros en ese momento. Empezamos a transformarnos a través de un sueño a los exteriores, a un bosque, a un acantilado, que es el flysch de Zumaia. Estamos separados. Él está sentado en una silla en Holanda y yo estoy en el citado acantilado. Queríamos plasmar lo que sentíamos y nuestra necesidad de evadirnos de ese área gris que estábamos viviendo. A través de las películas, de todo el ambiente que conseguimos crear, lo que nos emociona hoy en día es que la gente reciba el mensaje y que nos diga que Fordlandia les hace soñar. Por mucho que no estemos confinados, nunca vemos el fin de esto; la gente necesita soñar con que esto terminará algún día.

¿Cómo fue la experiencia de reencuentro con Matthew Golding?

-Maravillosa. Todo el proceso fue maravilloso. Aún estando en un confinamiento, a nosotros nos hizo soñar. Nos hizo sacar algo muy positivo y muy productivo del confinamiento. Por primera vez en nuestras carreras, empezamos a disfrutar. Cada uno por su lado, hemos hecho muchos ballets, muchas piezas maravillosas o roles que te han regalado. Es la primera vez que creamos, desde la primera idea. Lo hemos concebido, planificado, organizado y producido. Empezamos a disfrutar del proceso desde entonces. Cuando uno llega al escenario, es algo muy especial. No es como cuando estrenas otro ballet de otro coreógrafo en otra compañía, es algo tuyo. Si no fuera por nosotros no existiría. Nos gustó tanto que nos lanzamos con la segunda idea cuando cerraron los teatros en noviembre.

La producción les otorgará mucha más libertad.

-Nos da libertad, responsabilidad, presión y mucha más satisfacción que ningún otro trabajo te puede dar. Es maravilloso. Hemos descubierto lo que es crear tu propio trabajo. Gracias a eso hemos podido trabajar durante toda la pandemia porque todas las compañías estaban cerradas y nadie estaba trabajando.

¿Por qué ‘Fordlandia’? ¿Por qué esa referencia a Jóhannsson y, por supuesto, a Henry Ford?

-Fue muy gracioso. Para nosotros la música siempre ha sido muy importante. Cada vez que creamos un espectáculo, la música es esencial. Teníamos varias piezas de Jóhannsson que queríamos trabajar y descubrimos la pieza Fordlandia. Nos pareció una música hipnotizante. Enseguida se convirtió en el tema central del espectáculo. Es una música que te hace soñar, que te envuelve. Es como circular, va creciendo dentro de ti. Nos encantó el nombre y en aquel momento desconocíamos lo que significaba Fordlandia. Me puse a investigar y descubrí que ese era el nombre que Henry Ford le había dado a su ciudad utópica que había creado en una plantación de caucho en el Amazonas. Nos pareció perfecto, porque Fordlandia había sido el sueño de Henry Ford y este era el nuestro. Desde el primer momento, en el confinamiento, ya lo llamamos así.

El programa es variado: Anna Hop coreografía un par de piezas con Chopin, Juanjo Arqués es el que diseña los movimientos para las partituras de Jóhannsson...

-Como en este espectáculo no había una historia narrativa, queríamos que fuera un viaje; que fuéramos nosotros a través de ese viaje, de ese sueño. Pensábamos que como todos los sueños, estos se van transformando, van siendo cada vez más profundos. Es lo que queríamos hacer con Fordlandia. Vamos desde las coreografías de Anna Hop, que demuestran esa frialdad o distancia que teníamos todos en ese momento, en ese teatro vacío, a coreografías que entran en algo más dramático, como son las de Yuri Possokhov. Arques ofrece algo más neoclásico o contemporáneo y para terminar se cierra el espectáculo con una coreografía de Christopher Wheeldon, que es la única que no se creó expresamente para Fordlandia, y que es el símbolo del retorno a la realidad, a la antigua normalidad. En la pantalla, Matthew y yo nos encontramos en esa playa en la que él cierra los ojos al empezar su sueño. En el escenario, en cambio, bailamos una pieza que teníamos antes de la pandemia. Es el símbolo de haber vuelto a encontrarnos y de haber vuelto a esa normalidad, nuestra, escénica.

¿Cómo es la interacción con su compañero?

-Creo que es increíble. Somos muy diferentes, en todos los sentidos, pero hemos conseguido crear ese equipo perfecto. Él es el alma creativa, el que tiene las ideas, el que está buscando las músicas... Yo soy el motor racional, la que le dice: Tú sueña y yo haré tu sueño realidad. Él, como muchas personas creativas, sueñan pero no consiguen poner ese sueño en marcha. Yo, no sé por qué, por muy artista que sea y muy dramática y emocional en el escenario, siempre he sido una persona muy racional. Nunca he tenido un agente y me he dedicado a hacerlo yo todo. Me he dado cuenta que lo de la producción me encanta, que me va bien y tengo la mente para ello.

¿Y sobre el escenario?

-El equipo sobre el escenario es algo absolutamente distinto. Se basa en el feeling. O lo tienes o no lo tienes, y cuando lo tienes es maravilloso, porque puedes conseguir emociones y una intensidad que naturalmente no se puede conseguir. Estamos siempre escuchándonos en el escenario y eso hace que el espectáculo para nosotros sea diferente.