- Por segundo año consecutivo, Patrick Alfaya se enfrenta a la organización de una Quincena Musical condicionada por una pandemia en la que las restricciones y el peligro de cancelaciones estarán a la orden del día desde hoy.

Visto el avance del virus las últimas semanas, en comparación con el pasado año, ¿ha costado más organizar esta edición?

-No lo sé. Creo que mucha gente, seguramente nosotros también, pensaba que en 2021 esto iba a estar ya mucho mejor y no está siendo así. Nadie preveía la llegada de nuevas variantes, así que sin haber empezado todavía el festival estamos teniendo más curvas que el pasado año. No va a ser ni mucho menos un paseo triunfal.

¿Hay miedo de que la situación pueda trastocar el avance del festival?

-Sí. Nos hemos acostumbrado a la preocupación más que al miedo. Ahora no es solo lo que puede ocurrir en un escenario o con el público, son elementos endógenos exteriores que pueden influir a miles de kilómetros de distancia. De repente pueden cerrar una frontera que hace que todo se paralice. Es algo que tenemos que ir aceptándolo cada vez más. Vivimos en una situación en la que nada es previsible. Es como el tiempo de las últimas semanas, que según la previsión parece que va a llover todos los días y tampoco está siendo así.

En este contexto, han llegado las últimas restricciones del LABI.

-Pero no nos afectan. Al poco de terminar la reunión, el LABI nos avisó de que las medidas no nos iban a condicionar al estar las entradas ya a la venta. En el Kursaal estamos en un máximo de 800 butacas, que no representan ni el 50%, por lo que ya hay una distancia suficiente por mucho que se tenga que bajar a menos de un tercio. Lo que no quita que exista una seguridad absoluta, porque no la hay en ningún lado.

No la hay, pero si algo se demostró el año pasado con la Quincena, el Jazzaldia y el Zinemaldia es que la cultura es segura.

-Y los últimos meses hemos ido al cine, al teatro... porque la vida tiene que seguir. Todos tenemos que respetar las medidas y listo. No hay seguridad absoluta en nada, pero tampoco la hay en que salgamos de casa y no nos pase cualquier accidente. Creo que, respetando las medidas, es muy difícil que ocurra algo.

¿Habría sido viable hacer un festival con un 35% del aforo?

-Una gran parte del festival, porque son 75 conciertos, sí, pero tendríamos que haber hecho muchos números para que orquestas como la de Luxemburgo estuvieran. También hay una cuestión de sentido y de preguntarnos si para un 35% vale la pena movilizar todo esto. Creo que tendríamos que haber reflexionado mucho.

Entrando en materia de la programación, es un año en el que destacan los solistas con la presencia de Solokov, Uchida, Mutter...

-En marzo o abril no suponíamos que nos iban a salir tantos solistas de renombre. También es verdad que un solista te da más seguridad que un grupo de músicos, en los que es más difícil mantener la burbuja, pasar fronteras o incluso traer los instrumentos.

Hay varios nombres que se mantienen tras no haber podido venir hace un año.

-Están Sokolov, Uchida y Yuya Wang, que a la tercera vendrá, porque ya en 2019 iba a venir con Leónidas Kavakos, pero a causa del fallecimiento de un familiar no pudo hacerlo. Teníamos claro que había que intentar traerlos y creo que ellos mismos querían poder cumplir. Sokolov mismo el pasado año hasta el último momento quiso evitar la cancelación.

Es también el año del regreso de las orquestas internacionales. ¿Ha costado?

-Sí, pero no solamente por nosotros. Hay una sequía absoluta de movimiento en Europa. Hay quien diga que en el norte de Europa no es así, pero estamos hablando de una franja extremadamente bien comunicada por tren y muy cercana. Para venir aquí hay que coger un avión y ello implica otras cosas. Hasta ahora no era un problema, pero ahora se lo piensan dos veces. Además, antes las orquestas formaban una gira de festivales y ahora estos se van cayendo continuamente por cancelaciones, por lo que las fechas no son tan adaptables. Todo ello encarece los conciertos en un momento en el que los recursos de taquilla son limitados. En esta situación, las negociaciones han sido al límite. Menos mal que los artistas, hasta los más grandes como Sokolov, necesitan seguir tocando ante el público. Los músicos necesitan que haya alguien al otro lado que les escuche y les valore. Hay algo de dopamina en salir al escenario.

¿Cómo valora que la Euskadiko Gazte Orkestra tenga su hueco en el programa?

-Este es mi decimotercer festival y diría que mi primera llamada al llegar fue a la EGO para conseguir que de vez en cuando la orquesta estuviera presente en el festival. No es raro ver en la Quincena o en Kursaal Eszena a la joven orquesta asiática o la joven Mahler, por lo que la presencia de la EGO era algo que tenía que ocurrir. Poder incorporar este año a la ecuación a Gustavo Gimeno, uno de los directores más relevantes del panorama, es un lujo. Obviamente, no es una orquesta profesional, pero es una forma de darle valor al proyecto y de apoyarlos porque están haciendo un muy buen trabajo. Pero también, y no lo voy a negar, era una forma de, si las cosas se ponen muy feas, contar con un armazón de festival.

Tampoco podían faltar las masas corales.

-Una seña de identidad de la Quincena son las masas corales y además un tipo de masa coral significativamente popular. En Gipuzkoa hay mucha gente que en su tiempo libre está en un coro. Un festival tiene que buscar su carácter propio y no siempre es fácil en un mundo con tanta oferta, pero nosotros contamos con un movimiento tan fuerte que nos permite realizar un repertorio que es difícil que otros puedan hacerlo. Por todo ello, nos hace especial ilusión que puedan volver. Hemos sido prudentes, ya que hay muchos coros pero muchos están en la jornada inaugural. Coro con orquesta hay dos conciertos en los que van a cantar con mascarilla, tendrán su metro y medio de distancia y se va a ampliar bastante el escenario. Se van a cumplir todas las medidas del LABI.

¿Son las corales las que peor lo han pasado?

-Creo que sí, porque una orquesta sinfónica se ha ido a casa y se ha podido desentrenar, pero tienes un sueldo y una organización detrás que está intentando mantener un ritmo de trabajo. Los coros han sido los apestados porque expulsan aire y encima cuentan con organizaciones, en general, bastante endebles. Poder organizar alternativas o contar con espacios adaptados para ensayar ha sido imposible. Al Orfeón Donostiarra le decía que un mínimo de actividad tenían que mantener porque volver siempre es muy difícil.

Volver además para aprender a cantar con mascarilla...

-Claro y además sin poder ver al público. Un concierto con orquesta y coro es muy motivante, pero ahora el público no expresa. Están ante gente de la que no sabes qué siente.

Se cuenta además con dos premios nacionales de la danza: Lucía Lacarra e Iratxe Ansa.

-Hemos hecho una apuesta por la danza. Lucía ha estado varias veces y, obviamente, la Quincena no la presenta, e Iratxe creo que no había actuado nunca antes, pero también hemos hecho los cuatro espectáculos de danza contemporánea de Tabakalera. Es una apuesta que va a tardar en consolidarse, más empezando en medio de una pandemia, pero creo que la Quincena tenía que apostar por ello. Esto no quiere decir que vayamos a abandonar el ballet clásico, pero la danza contemporánea tiene que tener un espacio y creo que Tabakalera es el lugar. Ir allí nos presenta varios problemas porque no hay nada y hay que poner hasta los focos, pero, por otro lado, es el espacio de creación de la ciudad y el equipo de Tabakalera está muy por la labor y lo hacen todo muy fácil.

En general, ¿qué valoración hace del programa?

-Creo que es un programa muy variado en el que hemos conseguido recuperar todos los ciclos. Hay cosas que se nos han caído porque también hay que pensar que un artista puede pensar en preparar algo que en las condiciones actuales no se puede hacer. Aún así, estamos en 75 espectáculos y 35 escenarios que son muchos y con nombres de nivel como la Cappella Mariana, que para mí es uno de los mejores grupos vocales de música barroca, o Conductus Ensemble, para el que hemos podido organizar una pequeña gira.

La única ausencia seguramente sea la ópera.

-Sí, sin duda. Pero la ópera tiene en contra los costes y que hacen falta 200 personas para hacerla. Es imposible controlar eso. Te da un positivo y todos a casa. Y encima hacerlo para 800 personas, o como cuando empezamos a organizar la edición que eran 600, no salen los números. Por desgracia, hay muchos festivales que la han dejado ya antes de la pandemia por recursos económicos. La ópera es difícil de rentabilizar. Esto no nos viene nada bien porque para que nosotros podamos hacerla, necesitamos alianzas con otros. En el momento en el que estás solo todo se hace más y más complicado. No obstante, el año que viene, si se acaba esta locura en la que vivimos, con 1.800 butaca disponibles, no puedo asegurar lo que vamos a conseguir, pero intentaremos recuperarla. No obstante, me temo que esto va a ser más largo de lo que pensamos. Gran parte de la gente ha dejado de ir a las artes escénicas y al cine. Yo mismo antes iba a las salas cada dos semanas y en los últimos seis meses habré visto cuatro películas. Creo que tenemos que hacer un proceso de reaprendizaje para volver a socializar y consumir cultura. Es necesario reincentivar el consumo cultural de artes en vivo. Si fuese el ministro, intentaría obviamente impulsar que haya conciertos y teatros, pero buscaría convencer a la gente de que vaya a los escenarios. Un abonado de la Quincena, por ejemplo, se veía antes sus doce conciertos al año y ahora lleva dos años sin hacerlo. Ese dinero seguramente ya lo esté invirtiendo en otra cosa y ahora, dos años después, le decimos que puede abonarse, pero seguramente se lo piense. Quizás prefiera seguir gastándose el dinero en lo otro. Eso es algo que nos hace polvo.

"Si fuese el ministro impulsaría conciertos y teatros, pero buscaría más convencer a la gente de que vaya a los escenarios"

"Con las restricciones del LABI tendríamos que preguntarnos si para un 35% vale la pena movilizar todo esto"