la Trini Hasta en el peor de los escenarios de 2020, se mantuvo. No se puede decir lo mismo de los músicos que durante muchos meses vieron mermados el número de conciertos y canceladas sus giras por el extranjero. Los artistas de corte más internacional, ahora sí, han podido volver a la catedral del Jazzaldia. Lo han agradecido, y mucho. El singular escenario del Festival de Jazz se inauguró ayer con un cuarteto italo-estadounidense compuesto por dos pilares del género: el trompetista neoyorquino Dave Douglas y el pianista italiano Franco D'Andrea.

En una Trinihasta las tradiciones más recientes, como el uso de las antiguas placas señaléticas del callejero donostiarra para separar el espacio entre localidad y localidad, en los asientos frente al escenario. Lo que sí ha cambiado, de un año a otro, es poco perceptible: la marca de la cerveza y, lo más importante, que el staff del Jazzaldia porta paletas que muestra, como si fuesen tarjetas rojas, a los ciudadanos que incumplen la obligación de llevar la mascarilla en la cara o violan la prohibición de fumar en el recinto.

Pero no importó nada de eso. "No importan las placas entre los asientos", aseguró Douglas, que con cada soplido de su trompeta arrancaba un aplauso del respetable. Lo importante era eso, el "hermoso" público que se acercó hasta allí, el cuarteto sobre las tablas, la celebración de la música, "lo importante es haber vuelto" a la Trinidad.

Douglas y D'Andrea, acompañados por Federica Michisanti al contrabajo y Dan Weiss a la batería, abrieron el doble programa de una primera noche, que se completó con la actuación de Cécile McLorin Salvant y Sullivan Fortner. Fueron dos espectáculos de lo más diferentes, ofreciendo una experiencia complementaria.

El primer cuarteto ofreció un concierto basado en la improvisación, que resultó en temas de hasta quince minutos de duración, y en el que la pareja compuesta por Douglas y D'Andrea cedió mucho protagonismo a los ritmos de la contrabajista y el batería. De hecho su entrega fue total, algo que se demostró desde el primer tema con un potente solo de Weiss y con Michisanti aporreaba el contrabajo con los ojos cerrados y transportada a otro universo. "Estamos fingiendo que sabemos lo que hacemos, pero no tenemos ni idea", bromeó el trompetista neoyorquino.

McLorin Salvant, por su parte, volvió a la Trinidad después de su célebre concierto de 2018. Esta joven exponente del jazz vocal, de ascendencia francesa y haitiana, actuó con Fortner el domingo en Chillida Leku y aunque estaba anunciado que presentaría su último disco, el galardonado The window, desde un inicio comnetó en la Trini que ofrecería un recital muy similar al de Zabalaga. De hecho, aunque algo más sentido y por derroteros que, en ocasiones, se acercaron al blues, como en Spoonful, repitió gran parte del repertorio del domingo, que incluyó temas popularizados Frank Sinatra y Duke Ellington como Come Back to Me, escritos por Dianne Reeves como Mista o por Kurt Weill como The World is Mean. Eso sí, en esta ocasión prescindió de las referencias a El mago de Oz y a su proyecto audiovisual Ogresse. Fruto de la gran complicidad entre McLorin y Fortner en el escenario, que incluso llegaron a discutir sobre qué tema era el siguiente que debían tomar, surgieron momentos memorables como cuando ambos al piano cantaron Ghost song, un tema sobre el amor perdido. Para terminar, y en recuerdo de su abuela recientemente fallecida, interpretó en perfecto castellano, Todo es de color, de Lola y Manuel. Posteriormente, como un eco del pasado, concluyó el concierto con Alfonsina y el mar, de Mercedes Sosa, canción que McLorin ya interpretó en su visita a Donostia de 2018.