l pasado se resiste a marchar y el futuro no termina de llegar. Esta es la dinámica asfixiante del mundo. Y también de la televisión, colonizada por la nostalgia. Así se entiende el regreso de productos muertos que, como zombis, creen disponer de una existencia nueva a costa de la innovación. La tele es conservadora y ama las sociedades viejas y por eso han vuelto El precio justo y ¿Quién quiere ser millonario? a Telecinco y Antena 3, respectivamente, para contentar a aquellos que viven de memoria y malviven con la realidad. El balance es discreto en audiencia y muy pobre en contenido, porque todo sigue peor que antes.

El principal problema de los remakes es la comparación entre presentadores. Pocas veces mejoran la versión anterior, como en las películas de culto. Al ver a Juanma Bonet, tan inexpresivo y aprendiz, al frente de El millonario todos evocamos al Carlos Sobera singular, con su estilo de comunicación no verbal que impuso como seña de identidad, de la misma manera que es difícil entender al baracaldés al frente del concurso que hizo suyo Joaquín Prat, viejuno pero clásico. O cambias de fondo o pierdes en la forma. El debut de Sobera fue un horror de sobreactuación, añadido al desacierto de llevar el espacio hasta la madrugada. Aun así, me declaro carlista. Caso raro es el de Pasapalabra, el concurso más adictivo de la tele, que tras su paso a Antena 3 ha superado los registros de Telecinco y la confrontación de presentadores. Que la gente haya olvidado a Christian Gálvez es el triunfo de Roberto Leal y la más severa derrota de Mediaset frente a Atresmedia. Il commendatore Vasile, tan soberbio y empecinado en sus órdenes, debería asumir los versos de Baudelaire en Las flores del mal ahora que celebramos los 200 años del poeta maldito: "Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes".