La historia de la fotógrafa Margaret Watkins es la historia de una estrella que brilló para después apagarse y caer en el olvido. Su trayectoria a la lumbre profesional apenas duró dos décadas; después, una tragedia familiar hizo que desapareciese del mapa, que la luz se extinguiese. No obstante, gracias a la voluntad de Kutxa Fundazioa de recuperar a estas profesionales, esta pionera fotógrafa canadiense vuelve a la luz, aunque sea negra. Margaret Watkins. Black Light es el nombre de la exposición que se podrá ver desde mañana viernes y hasta el 30 de mayo en la sala Artegunea de Tabakalera y que recupera una figura que "creó una obra espectacular" y se "adelantó a todas las corrientes" que vendrían después, como el pictorialismo o la nueva objetividad. La luz negra a la que hace referencia el título de la muestra, tiene que ver con el gran control sobre la iluminación que manejaba la artista, sobre todo, en los retratos. Así lo ha explicado esta mañana la comisaria, Anne Morin, en la presentación de esta exposición, que se presenta a nivel mundial, y que exhibe 156 fotografías, el 90% de ellas inéditas, y que hasta 1972 permanecieron en un arcón negro en una casa de Glasgow sin que nadie supiese qué había dentro.

Existen muchos paralelismos entre Margaret Watkins y otra pionera fotógrafa, la estadounidense Vivian MaierVivian Maier, a la que Artegunea dedicó una exposición en 2019. De hecho, Morin empezó a investigar sobre la figura de Watkins después de viajar a Hamilton (Canadá) con la muestra sobre Maier; allí, en la inauguración, una asistente le habló de una figura local y expresó la misma idea con la que se inicia este párrafo: que entre las dos fotógrafas había muchas similitudes. Morin corrió a su hotel y "googleó" el nombre que le habían dado: Margaret Watkins. Maier nos ha llevado a Watkins, "quién sabe si Watkins nos llevará a otro descubrimiento", se plantea la comisaria.

La fotógrafa nació en 1884 en Hamilton, en una familia de posibles. Conoció el éxito y el reconocimiento en Nueva York y llegó a ser profesora en la prestigiosa Clarence White School y trabajó como profesional independiente para Vogue, The New Yorker y Harper's Magazine. Aunque su nombre no ha quedado grabado a fuego en el devenir del arte fotográfico, la canadiense estuvo "en el centro del huracán" de la cultura neoyorkina y se codeó con figuras clave como Gertrude Käsebier, Alice Boughton, Margaret Bourke-White o Georgia O'Keeffe.

Su carrera profesional apenas abarcó 20 años, "el destino se replegó sobre ella". En la década de los 30 viajó a Escocia a visitar a cuatro tías, hermanas de su madre, viaje del que nunca retornaría a la Gran Manzana. Al llegar a Glasgow se encontró a sus cuatro familiares encamadas y no tuvo otra alternativa que quedarse a cuidarlas. Watkins falleció en Escocia en 1969 en la pobreza más absoluta, padeciendo agorafobia y, por lo tanto, con una vida social muy limitada. Su trayectoria y su aportación a la Historia de la Fotografía hubiese desaparecido con ella, de no haber sido por uno de los pocas personas que la trató en sus últimos años, su vecino Joseph Mullholand. Meses antes de morir, la fotógrafa entregó a su vecino un arcón negro con la petición expresa de que no lo abriese hasta su fallecimiento. Mullholand lo haría tres años después, permitiendo a Anne Morin y a la Fundación Kutxa recuperar la figura de "esta mujer excepcional".

Repaso cronológico a una trayectoria efímera

"Margaret Watkins era muy culta, muy pausada, muy discreta, muy bien educada". Así la define Mullholand, que se preocupó de Watkins durante los últimos años de su vida, cuando se encerró en casa. Él ha sido el guardián del legado que recibió en una maleta que ha permitido que Morin conforme cinco espacios en Artegunea para repasar la obra y la trayectoria (efímera) de la canadiense, de forma cronológica.

Desde joven, la fotógrafa se "nutrió de cultura", especialmente, de la música, algo que posteriormente la influenció a la hora de componer sus imágenes. En 1908 abandonó su hogar para trasladarse a Nueva York y estudiar Historia del Arte e Iluminación en la Roycroft Arts and Crafts. Aquí encontramos un nuevo paralelismo con Maier, dado que Watkins, como aquella, logró trabajo de nanny. El primer espacio aborda aquel periodo, en el que pasó por el estudio del fotógrafo comercial Arthur Jamieson y por la escuela de verano de Clarence H. White. Pese a referentes masculinos que tuvo como profesores, Morin insisté en el valor propio de la figura de la fotógrafa a la hora de desarrollar su forma de hacer: "No tuvo ningún tutor, ninguna figura que le dijese lo que tenía que hacer".

Las imágenes del primer espacio demuestran cierta influencia japonesa, "a la hora de ver, a la hora de componer". Se trata de instantáneas en las que las sombras tienen tanto peso como el objeto que reflejan, "la matería y el vacío" que demuestra que lo que le interesaba a la canadiense eran más las formas que los materiales.

El segundo apartado, dedicado a los retratos, por su parte, dialoga con el tercero, con su etapa en Nueva York entre 1915 y 1918. A diferencia del resto de producción de la artista, en los retratos, que siguen el clasicismo de finales siglo XIX, la comisaria no percibe ninguna "especificidad moderna", son "muy convencionales". "Lo que sí veo es un dominio de la luz espectacular", asegura. Un retrato del compositor Rachmaninov sirve de ejemplo para ver cómo la canadiense fue capaz de inundar la fotografía con una "luz negra", nórdica. No en vano, Watkins tenía mucho interés en los pintores daneses de principios del siglo pasado, a los que conoció en una exposición en el Metropolitan. Todo ello le permite desarrollar, retratos, no solo en un aspecto físico, sino psicológico: son rostros con unas facciones marcadas de tal manera que permite que la imagen cuente quién es ese personaje.

Finalizada su formación, la canadiense comenzó a trabajar como fotógrafa independiente y también lleva a cabo trabajos publicitarios. Sus "atrevidas propuestas" para campañas para empresas como Johnson & Johnson o los grandes almacenes Macy's la convirtieron en una reconocida fotógrafa, que actuó con absoluta libertad. En esta época, influenciada por la composición musical, apostó por formas geométricas rigurosas. Su declive, no obstante, comenzó hacia 1925, después de la muerte de Clarence H. White. Su viuda, creyendo que White mantenía una relación extramatrimonial con Watkins, la denunció por la propiedad de unas fotografías que su marido había regalado en concepto de pago por sus clases en la Clarence White School. La fotógrafa ganó el litigio pero prefirió apartarse de la vida pública, lo que motivó un viaje que da pie al cuarto apartado de la exposición.

Entre 1928 inició un viaje que le llevó a Londres, Colonia, Berlín, Postdam, Moscú y Glasgow; una travesía de la que volvió con más de 600 imágenes influenciadas por la nueva objetividad alemana. No obstante, jamás pudo volver a Nueva York y durante 40 años residió en Escocia. Al llegar a Glasgow tuvo que encargarse de los cuidados de cuatro tías impedidas y al fallecer la última de ellas, en 1939, tampoco pudo viajar a causa del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El último espacio de la sala Artegunea se dedica a la década de los 30, a los trabajos que realizó mientras cuidaba de sus familiares. En este tiempo desarrolló fotomontajes con imágenes tomadas con anterioridad, para crear patrones que luego pudiese vender para que pudiesen estampar en telas, alfombras o papel para las paredes. La última fotografía conocida de la canadiense se exhibe en el primer piso de la sala de Tabakalera y evoca, de nuevo, a Vivian Maier, creando un reflejo entre dos vidas que jamás se cruzaron. Se trata de una imagen en la que Watkins captura su propia sombra, una forma oscura que, ahora de nuevo, vuelve a la luz.