l cuento de Cuéntame era el de nunca acabar, con 21 temporadas acumuladas y 371 capítulos hasta ahora, autoerigido en el relato oficial de la España posfranquista, donde se disculpan la ignorancia y el miedo sobre los que se edificó el fraude de la transición. La nostalgia es una gran fabuladora. La serie de TVE, encantada de su servilismo, tuvo su precedente en los setenta, cuando el lasartearra Antonio Mercero dirigió Crónicas de un pueblo, oprobioso panfleto falangista que suavizaba aquella España "pobre y escuálida y beoda", la misma que describía Machado en versos tristes. Claro, era ficción. Con igual argumento Savater despachaba a los críticos del sectarismo de Patria y excusaba las inexactitudes históricas de Vargas Llosa sobre el asesinato de Jesús Galíndez en La fiesta del Chivo. Y así cualquier morcilla vale.

El regreso de Cuéntame ha tenido un buen resultado, con el 13,3% en su estreno y 11,7% en el segundo episodio. Se entiende que un programa alcanza el respaldo social cuando supera la audiencia media de la cadena. Y si La 1 está en el 9,9%, puede decirse que goza del favor del público. Los guionistas son conscientes de los factores extratelevisivos que agitan la historia. Con Imanol Arias y Ana Duato procesados por delito fiscal y con posibles condenas de 27 años de cárcel y multa de 10 millones de euros, el cuento, colorín colorado se ha acabado por corrupción. ¿Es por eso que matarán a Antonio tras ser atropellado por un coche? ¿O lo hacen para llamar a la compasión popular?

La imaginación no es suficiente para distinguir entre actor y personaje. Ocurre con Woody Allen y Kevin Spacey. ¿Cuando vemos en pantalla a Arias y Duato estamos ante los Alcántara o frente a dos presuntos delincuentes? Así es imposible meterse en la irrealidad del cuento por causa del invencible poder de la realidad.