att Berninger no posee una voz superlativa ni maleable, pero su registro grave emociona como pocas en el mundo del pop alternativo de las dos últimas décadas. Serpentine prison (Book Records. Caroline) es, además de su debut en solitario, uno de los discos más hermosos de este otoño extraño en el que Berninger nos entrega canciones de desamor y soledad envueltas, además de en su habitual pop melancólico, en una pátina de soul y de ecos country y orquestales proporcionados por el mítico Booker T. Jones.

A varios de los miembros de The National no parecen gustarles las vacaciones. Tras su último disco, el gran I am easy to find, que abría nuevos caminos a la banda, entre ellos una cada vez más presente carga electrónica, Aaron Dessner, uno de sus co-líderes, se ha involucrado este año en el sorprendente y valioso último disco de la estrella pop Taylor Swift, Folklore, que (nos) ha convencido a muchos escépticos. Berninger, su vocalista, también ha optado por la actividad, que se concreta ahora en su debut en solitario.

El vocalista, que ya había mostrado la patita fuera de la cobertura del grupo madre con el proyecto EL VY, junto a Brent Knopf, y en la banda sonora de Walking on a string, junto a Phoebe Bridgers, se estrena ya bajo su nombre y sin el paraguas de The National con Serpentine prison, un álbum de diez canciones de fuerte cariz autobiográfico y alejado de las historias de personajes externos y ajenos usadas en otros trabajos. Está centrado “en mi vida y en mis mierdas”, según ha reconocido en varias entrevistas.

Un disco en solitario… relativamente. Y es que el álbum cuenta con la colaboración de más de una veintena de amigos músicos, entre ellos de proyectos como The Walkmen, los propios The National o Beirut. A la lista se suman Andrew Bird y otros instrumentistas que han colaborado con Willie Nelson, Bob Dylan, David Bowie, Lenny Kravitz… Y todos ellos dirigidos por un mito de la historia de la música popular, el teclista y productor Booker T. Jones, una estrella del soul que ha compartido estudio con Matt.

Berninger conocía a T. Jones desde finales de la década pasada, cuando el vocalista compartió micrófono con Sharon Jones y el veterano músico dirigía las sesiones. Ahora, optó por enviarle “algunas grabaciones preliminares” del repertorio. “Él respondió a esas maquetas de inmediato y me animó a seguir escribiendo y profundizando en ellas”, explica Berninger. “Seis meses después teníamos doce canciones. Todos con los que había estado trabajando en estas canciones vinieron a Venice y lo grabamos todo en dos semanas en el estudio Earhstar Creation Center”, apostilla.

Este bello debut, que se edita en el sello creado por Matt y T. Jones, Book Records, suena orgánico, a la Vieja Escuela, y presenta un tempo más sosegado y ralentizado, alejado de la épica habitual de The National. Se nos muestra accesible y natural, todo calidez, y con un sorprendente y enriquecedor añadido de metales y violines que otorgan un halo soul a un álbum de belleza melancólica y madura. No en vano, su autor viaja ya hacia el medio siglo de vida.

“Escucho tu voz y mi corazón se desmorona/por favor, cariño, vuelve, hazme sentirme mejor”, canta Matt en la balada superlativa My eyes are T-shirts. Y su voz, esa que te mece, te cobija y te hace sentirte en casa y protegido, lidera ese repertorio que solo viaja hacia los terrenos épicos de The National que les emparentan con U2 en la canción Distant axis. En ella aparece el sentimiento de pérdida y un estribillo por el que los irlandeses matarían.

Propulsado por el amor a Willie Nelson, con el que también colaboró T. Jones, Berninger impregna de ecos country, con arreglos de guitarra y armónicas crepusculares, canciones pausadas y ralentizadas como Silver springs, con la voz de Gail Ann Dorsey y aires western, y Collar of your seat. One more second -más soledad y abandono- lidera el repertorio bruñido de soul, con un solo majestuoso y espectacular de Hammond, y el resto ofrece baladas y medios tiempos de belleza incontestable, con violines y trombones acariciándose y buscándose en el caso de Love so little.

Serpentine prison también sabe sonar acústico, cercano al folk en Oh dearie, incorpora líricos pianos y baterías jazz en Take me out of town, que presenta un puente orquestal que hiela la sangre, se acerca al lirismo extremo de Tindersticks en esa gema al piano titulada All for nothing, y se corona en su final con la canción que lo titula, con guiño a los Big Star incluido, y quizás en la que mejor se aprecia esa simbiosis de folk, country, pop y soul que propone este imprescindible álbum.

‘Serpentine prison’ es uno de los discos más hermosos de este otoño extraño en el que Berninger entrega canciones de desamor y soledad