Dirección: Caroline Link. Guion: Anna Brüggemann y Caroline Link (Novela: Judith Kerr). Intérpretes: Riva Krymalowski, Oliver Masucci, Carla Juri y Justus von Dohnanyi. País: Alemania. 2019. Duración: 119 minutos.

n 2002, En un lugar de África puso el Óscar en manos de Caroline Link. Fue la ganadora en la categoría que menos interesa a Hollywood, la de la película en lengua no inglesa. Como es sabido, ese apartado se vota masivamente solo por los jubilados de la Academia. Desde entonces esta directora alemana nacida en Bad Nauheim en 1964, apenas se ha prodigado. Y en todo caso, han sido cuatro largometrajes discretos, blandos, de temática familiar.

Casi dos décadas después de aquel reconocimiento internacional, Caroline Link regresa no al mismo lugar, África; pero sí a la misma herida, la sanguinaria represión nazi contra la raza judía. Si en En un lugar de África, el argumento salía de la novela autobiográfica de Stefanie Zweig; El año que dejamos de jugar bebe directamente de la novela de Judith Kerr, Cuando Hitler robó el conejo rosa. Dicho relato, al parecer, forma parte de las lecturas canónicas con las que la juventud alemana se inicia en las atrocidades del llamado holocausto judío.

En realidad, en el filme apenas se menciona a los campos de exterminio. Centrada en el exilio de una familia judía, en la que el padre es un escritor y crítico de teatro abiertamente crítico con los nazis, lo que se cuenta parte de un hecho real, los propios recuerdos de la hija pequeña, Judith Kerr, que perdió su conejo de peluche en su huida de Alemania y jamás lo pudo recuperar.

Hasta aquí, la simple descripción del punto de partida. El de llegada, lo que acontece con esta película, se reviste de artificio y torpeza. Ideado como un filme aleccionador, sabedor de que el tema indudablemente provoca empatía, cómo no inquietarse por el destino de esa familia, cómo no vibrar con las aventuras iniciáticas de su joven protagonista, el cáncer que corroe hasta la agonía este filme se llama autocomplacencia. Del duro mazazo de El hijo de Saúl a la conciliadora La vida es bella, ningún filme ambientado en dicho tiempo consigue oler tanto a propaganda judía, a maniqueísmo de salón, a masaje emocional para quienes el sentimiento por el dolor ajeno se cura con una buena compra. Pura, dura y mala obscenidad emocional Link no pasará a la historia por esta película.