as dos películas que centraron la jornada de ayer en el Victoria Eugenia y en el Principal, Come True y Stigmatized Properties, en una parrilla aparentemente enmarcada en eso que el año pasado Josemi Beltrán definió como terror inmobiliario, se enfocaron en protagonistas desubicados que se agarran a un clavo ardiendo. No en vano, en la de Anthony Scott Burns una joven que ha escapado de casa y vive a la intemperie, busca refugio y cobijo en un estudio clínico que analiza sus pesadillas. Con un acentuado aire artie, una disfrutona banda sonora a base de sintetizadores y una fotografía que resalta una paleta de colores fría para enfatizar la tensión psicológica, el canadiense se permite llenar la pantalla de onirismo para, como siempre en estos casos -desde el terror con las villanías de Freddy Krueger hasta la fantasía con Paprika (2006)-, confundir realidad y ficción. Así es más fácil justificar subtramas que desaparecen y dilatar el pensamiento de que esto era un Abre los ojos (1997) dirigido por Cronenberg. Hideo Nakata, por su parte, no parece querer desprenderse de las historias japonesas de fantasmas, que tan bien le han funcionado en el pasado, pese a afirmar que vivir a la sombra de The ring (1998) le agota. Stigmatized Properties habla de un humorista venido a menos que decide alquilar, a un precio muy asequible, pisos en los que los inquilinos han sido asesinados, para contarlo después en televisión. Con una realización muy clásica y sin especial ritmo narrativo, el verdadero terror llega, no con las apariciones fantasmales, sino cuando se rebela que una inmobiliaria es capaz de cualquier cosa para especular con el precio de las viviendas; algo que se sabe sin ir al cine.