- Los cinco años en los que Mikel Reparaz ha pasado en EEUU le han servido para conocer en profundidad uno de los problemas que dividen a la sociedad estadounidense desde su fundación: el racismo estructural. Las grietas de América. Bajo la piel de un país dividido es el ensayo que ha pergeñado y en el que intenta explicar, con base en su experiencia, con rigor periodístico y salpicado con múltiples referencias a la cultura estadounidense, la necesidad de una memoria histórica que revise esta cuestión. Todo ello, en vísperas de -quizás- el fin del trumpismo y en el año en el que el asesinato de George Floyd por parte de la Policía ha hecho que el mundo se escandalice.

Al grano. ¿Quién va a ganar las elecciones estadounidenses, Trump o Biden?

-(Ríe) Todo indica que ganará Joe Biden, porque las encuestas le dan la victoria, incluso, en estados clave en los que hay que ganar, si se quiere ganar, como Pensilvania. Pero en Florida dan un margen muy estrecho; en Ohio, en cambio, las encuestas dan la victoria a Trump. Todas las opciones están abiertas hasta el martes. Aunque está habiendo una altísima participación y eso, en principio, beneficiaría a Biden, creo que las opciones siguen abiertas. No me atrevería a hacer ninguna apuesta.

¿Trump aceptará el resultado si pierde?

-Espero que sea un resultado claro, porque las calles están muy calientes, llenas de grupos de odio y milicias armadas. Habrá que ver si lo asume. Lo peor que puede ocurrir es que haya un resultado disputado, que la cuestión acabe en la Corte Suprema o que en la noche electoral Trump cante victoria antes de recontar el voto por correo y se vea obligado a conceder la derrota. No le veo a Trump haciéndolo de forma pacífica y de forma natural.

¿Qué supone que el Senado estadounidense haya confirmado a Amy Coney Barrett como magistrada de la Corte Suprema?

-Aunque Trump pierda las elecciones, este será su mayor legado. Trump y el Partido Republicano, con la confirmación de tres magistrados -Barret sería la tercera-, se garantiza una mayoría conservadora en la Corte Suprema durante años e, incluso, décadas, porque además son magistrados bastante jóvenes. Los tres jueces nominados por Trump para el tribunal van a condicionar las políticas sociales, pero también económicas y las que afectan a derechos civiles. Eso es lo más importante ahora en EEUU.

Barrett compareció hace poco en el Senado, aseguró que el asesinato de George Floyd le impactó muchísimo y que el racismo sigue existiendo en EEUU. No obstante, no quiso pronunciarse sobre si es algo sistémico o no, algo que usted sí que analiza en su libro 'Las grietas de América'.

-Después de todas las entrevistas y viajes que he hecho por EEUU, concluyo que no solo existe un racismo sistémico y estructural, sino que también existe un conflicto sin resolver. El racismo estructural existe en todos los estamentos del poder, no solo en los estados que pensamos que son más racistas, como los del Sur, sino en todo el país. Está claro cuál es el color de la pobreza, de las prisiones, el de la violencia policial, el de la discriminación en el sistema educativo y en las políticas de vivienda en EEUU; todo tiene color allí.

¿Por qué abordar esta cuestión en este libro?

-He hecho televisión y radio, que te llevan a hacer un periodismo de piezas de un minuto. En mis viajes y coberturas tengo costumbre de llevar dos cuadernos, uno para apuntar mis crónicas y datos para esas piezas de minuto, y otro para apuntar otro tipo de reflexiones, anécdotas... Me encontré que en esos cinco años tenía un material al que quería dar salida. Pensé en hacer una serie de documentales o una película, pero resultó que me puse a escribir y publiqué Las grietas de América.

Cuenta en el libro cómo le sorprendió que al ir a matricular a sus hijos en el colegio estadounidense le exigiesen determinar su raza.

-Tuve que rellenar un impreso sobre la raza de mis hijos y fue un auténtico golpe para mí. Unos funcionarios me exigían que definiese la raza de mis hijos. Ese fue uno de los momentos en los que dije, Aquí hay un tema, porque EEUU es el único país del mundo que clasifica a su población por razas bajo criterios del siglo XVIII. Aún hoy lo sigue haciendo y es una forma de perpetuar el racismo.

¿Considera que ese racismo estructural de EEUU es poco conocido en Europa?

-Por un lado es muy conocido, porque es un tema muy recurrente en el cine, la música y la literatura. Nosotros, al ser un satélite cultural de EEUU, tenemos toda esa influencia. Pero por otro lado, y es lo que he querido contar en el libro, no tenemos un conocimiento en profundidad de un conflicto que sigue vigente y que no solo da imágenes llamativas como las que puede dar el cine o la literatura con capirotes del Ku Klux Klan o con banderas nazis. Eso no es el auténtico racismo en EEUU; el de verdad es el estructural y sistémico, que tiene efectos devastadores en la comunidad negra. Es lo que he intentado contar desde el punto de vista de un periodista europeo que cae en aquel país. No quiero sentar cátedra, cuento lo que he visto y con rigor periodístico. Los datos y hechos hablan por sí solos.

Últimamente llegan a nosotros series de televisión o películas que abordan la situación racial en EEUU. Ahí está uno de los fenómenos del año, la secuela televisiva 'Watchmen', que cuenta un pasaje que usted describe en su libro: la masacre de Tulsa de 1921.

-A veces es contradictorio. Efectivamente, Watchmen comienza con la escena de Tulsa, del Wall Street Negro. Pero la paradoja es que el Wall Street Negro, como objeto de memoria histórica, no existe en Estados Unidos, no se estudia ni en los colegios ni en las universidades. Las posibilidades de que un estadounidense conozca lo que ocurrió en el Wall Street Negro es remota, incluso en la propia Tulsa o en el Estado de Oklahoma. De la misma manera que nosotros conocemos lo que ocurrió en Gernika 16 años después, la sociedad estadounidense debería saber qué es lo que ocurrió en Tulsa. A la memoria histórica en EEUU le queda mucho por delante.

¿El movimiento Black Lives Matter ha influido en que se desarrollen más audiovisuales?

-Hay que recordar que Black Lives Matter es un movimiento que surgió durante el segundo mandato de Obama, contra sus políticas, no contra las de Trump. Black Lives Matter ha influenciado para bien a la industria audiovisual de Estados Unidos y, seguramente, traerá en los próximos años una producción literaria y cinematográfica de lo que está ocurriendo. Estamos como en los 60, como en la época de la lucha por los Derechos Civiles y de los años de Nixon. La historia no se repite, pero a veces rima. Lo que estamos viviendo ahora será representado y lo está siendo ya.

En una sociedad tan polarizada, ¿es posible desarrollar una memoria histórica consensuada?

-La Guerra Civil en el Estado español es mucho más reciente que la de EEUU. Sin embargo, hasta hace no tanto en los estados sureños se debatía la cuestión de la bandera confederada. EEUU es un país muchísimo más diverso que cualquier país del mundo. En EEUU hay dos países paralelos que ni se ven, ni se hablan, ni se tocan. Esas grietas existían mucho antes de que llegaran Trump u Obama.

Salpica su libro de referencias culturales, especialmente, de canciones.

-La música tiene un lugar importante en el libro. Cualquier lector puede conectar mucho más fácil con Bob Dylan cuando se habla de la lucha por los Derechos Civiles, de los movimientos contra la Guerra de Vietnam... La música representa también un hilo conductor en el libro porque esos músicos provienen de la tradición progresista de EEUU, que ha tenido muchísima fuerza desde los años 30. En ese momento surge una tradición política que tiene muchos representantes en el mundo de la música y de la literatura.

Entre ellos se encontraba el cantautor Woody Guthrie.

-Es el más importante, a mi juicio. Guthrie es un personaje que influyó en muchos músicos posteriores. Lo que intento es contar esa tradición que nace en los 30 con un cowboy de Oklahoma, que sigue con Bob Dylan y que llega hasta hoy en día con Rise Against de Machine o al hip hop con Public Enemy, entre otros. La música intenta dar unidad al libro.

Ha creado una lista de reproducción en Spotify llamada como su libro, 'Las grietas de América'.

-Es un playlist con las canciones que aparecen en el libro y se puede leer mientras escuchas esa música.

Los hechos históricos tras la canción 'Strange Fruits', que cantaba Billie Holiday, recuerdan poderosamente a la escena de intento de linchamiento de 'Matar a un ruiseñor'.

-Es otro de esos iconos culturales que tantas veces hemos visto en la literatura y en otras manifestaciones culturales: el linchamiento del negro. Es algo que está muy enraizado. Es un auténtico trauma histórico para la comunidad afroamericana. A esto también le falta memoria histórica. Habría que estudiar la historia de los linchamientos, sobre todo, en las dos primeras décadas del siglo XX bajo el mandato del presidente Wilson. Se vivieron verdaderos episodios de limpieza étnica.

También habla de Freddie Gray, un joven afroamericano víctima de la violencia policial en 2015. El contexto en el que creció Gray, ese Baltimore deprimido y violento, es aquel que diez años antes retrató otra serie: 'The Wire'.

-Es así. Nunca había hecho esta reflexión pero lo que comentas me da pie a ello. La ficción en EEUU, y Hollywood como concepto, tiene tanto poder que estos acontecimiento históricos, que son veraces y necesitan de un proceso memorialístico, los hemos dejado en la ficción. Se han quedado en iconos de la cultura pop, cuando hay realidades durísimas detrás: los descendientes de los esclavos siguen estando ahí. Debería haber un proceso de reparaciones y compensaciones a la comunidad negra.

Afirma que Trump existe porque antes existió Obama. ¿Se ha idealizado la figura de este último?

-Creo que sí. A Obama se le idealizó desde el minuto cero. Cuando le invistieron yo mismo pensé que con él acababa un capítulo muy negro de Estados Unidos, que las barreras raciales habían caído, tal y como dijo el New York Times en primera plana. Se le idealizó porque era un símbolo de esperanza, incluso, antes de comenzar a gobernar.

¿Qué ha ocurrido, entonces?

-La sociedad afroamericana y la estadounidense en su conjunto, se dio cuenta, especialmente durante su segundo mandato de Obama en el que su popularidad cayó en picado, de todas las promesas incumplidas que iba a dejar al terminar la legislatura. Es en ese momento cuando surge Black Lives Matter y otros movimientos contra las armas de fuego, por ejemplo. Trump ha sido una consecuencia de los años de Obama.

¿Por qué?

-Por un lado, defraudó a mucha gente que había depositado sus esperanzas en Obama. Por otro, alienó a la mayoría blanca conservadora que veía en las políticas de Obama, como el Obamacare -la política sanitaria- la antiamérica. Todo eso, alimentado además por la crisis económica y por el movimiento contra el establishment estadounidense, en conjunción con el surgimiento de un candidato como Trump, fue una tormenta perfecta. Trump fue una consecuencia de lo que pasó con el primer presidente negro de la historia.

¿A los afroamericanos les gusta Obama?

-Obama sigue siendo un símbolo, pero un símbolo apagado; ya no brilla. Hay gente entre la sociedad afroamericana, como Kwame Rose, que es uno de los protagonistas del libro, que afirma que Trump es lo mejor que les ha podido pasar a los negros, porque por fin se puede ver la cara del supremacismo blanco sin una máscara.

¿Por qué abandonó Obama tan rápido el 'Yes we can'?

-Por un lado, EEUU tiene un régimen presidencialista, el Congreso y la Corte Suprema tienen mucho poder, y Obama no pudo llevar a cabo muchas de sus políticas. No pudo aprobar una legislación para el control de armas de fuego. De cualquier modo, no hay que olvidar que Obama tampoco fue un presidente revolucionario y, seguramente, no fue el presidente que esperaban muchos que le votaron. Entre otras cosas llevó a cabo una política migratoria con millones de deportaciones, fue el presidente que más migrantes deportó en la historia de EEUU. Fueron más de dos millones y medio. Obama tampoco terminó con las guerras y con las invasiones que había prometido, como la de Irak. Es más, utilizó drones para cometer asesinatos selectivos y no tan selectivos, provocando auténicas masacres en Oriente Medio, en países como Yemen.

Durante la época de Obama se duplicó el número de los llamados 'grupos de odio'.

-Muchos surgieron y se fortalecieron durante los años de Obama, surgieron contra el símbolo que suponía ser el primer presidente negro. Cuando llegó Trump al poder salieron a la calle y empezamos a verlos, por ejemplo, en Charleston o en Charlottesville, con su desfile de antorchas. Estos grupos se sintieron cómodos, su discurso pasó a ser una cosa políticamente correcta.

"En EEUU hay dos países paralelos, que ni se ven, ni se hablan, ni se tocan. Esas grietas existían mucho antes de que llegaran Trump u Obama"

"La música tiene un lugar importante en el libro. El lector puede conectar más fácil con Dylan cuando se habla de la lucha por los Derechos Civiles"

"No hay que olvidar Obama no fue un presidente revolucionario y no fue el presidente que esperaban muchos de los que le votaron"