a gente, también la más competente, confunde publicidad con propaganda, como el culo con las témporas; pero hay una diferencia de concepto: la publi promociona productos y servicios, mientras que la propaganda difunde ideas y creencias. La apabullante campaña que ha precedido a Patria, incluyendo la conveniente polémica sobre su cartel anunciador, ha sido tan descaradamente ideológica que explica en parte su fracaso. ¿O solo hacía honor a la esencial mezquindad de esta historia? HBO guarda silencio sobre los suscriptores adheridos a la serie, pero Telecinco no puede ocultar que su estreno en abierto el pasado martes fue un desastre, con un pírrico 10,8% de seguimiento, superado por el culebrón turco Mujer, en Antena 3, y aún más por MasterChef, en La 1. Rodarán cabezas por este fiasco.

¿Y por qué no ha gustado? Cuando corren malos tiempos para la política no puedes pedir atención para un relato partidista, nacido de un libro de revancha. La lúgubre producción de Aitor Gabilondo también ha contribuido a su naufragio. Es lo más antiestético y aburrido que hemos visto desde la era tediosa del cine español sobre la posguerra. Claro, Patria se ha configurado como la narrativa de la posguerra vasca, contada con espíritu de desquite tardío. Un país sacudido por una pandemia no está para atender viejas frustraciones, como tampoco lo ha estado con las correspondientes de Savater, Rosa Díez y otros apóstoles del odio y poderes mediáticos revestidos de justicia aparente, abuelitos de batalla.

Patria ha llegado para añadir su coda a una historia que ya había concluido y que casi todos han olvidado como se olvida, colectiva y honrosamente, el sufrimiento propio y ajeno. Y del tal libro, tal serie, un subproducto que dejará en la memoria su fracaso múltiple: moral, estético y económico bajo un fuerte olor a sudor sectario.