- Los diarios del exilio del lehendakari José Antonio Aguirre, adaptados por Patxo Telleria, están en el germen de De Gernika a Nueva York pasando por Berlín, la obra teatral que se representa mañana en el teatro Victoria Eugenia (20.00 horas). El espectáculo multidisciplinar, que incorpora audiovisuales, está dirigido por Fernando Bernués, y cuenta en escena con el actor Iñaki Rikarte, en el papel de Aguirre, y del músico Iñaki Salvador, que interpreta el piano en directo. "La música es un personaje más del espectáculo si se interpreta en el escenario", explica el músico donostiarra en esta entrevista.
Conocido por su faceta de músico, muchos desconocen su pasión por el teatro.
-Mi carrera profesional está totalmente vinculada a él. Tengo dos ámbitos de trabajo, uno vinculado al mundo del jazz y otro al teatro. Siempre me he relacionado y participado con las compañías vascas, como Ur Teatro, Trapu Zaharrak o Tanttaka, y también estatales.
¿Cómo se ha involucrado en este estreno?
-Mi relación viene de muy largo con varios de sus impulsores, como la gente de Tanttaka o el director de escena, Fernando Bernués, con quien he trabajado desde los años 80 en infinidad de espectáculos. Y con Patxo, también. Tuve el placer de componer la música de su película Igelak y he compartido con él otros espectáculos, como El hijo del acordeonista o Ghero.
Aquí repite interpretando la música de la obra en directo.
-Sí, he estado en bastantes tocando en el escenario desde que empecé con la primera obra de mi compañía, Vaivén Producciones. Empezamos hace 25 años con un monólogo de Ana Pimienta y ya estaba yo allí con mi piano. Y recuerdo muy agradablemente la gira de dos años de Novecento, el pianista del océano, con Tanttaka.
¿En esos casos se siente también actor, no solo músico?
-Suelo decir que soy una actor de frase corta (risas). En los espectáculos que he intervenido con la palabra, me suelen dar solo una frase, en papeles pequeños. Y en el del Arriaga igual, digo también una frase. Es un guiño hacia mi persona de los directores, que al tenerme en escena tocando siempre buscan que haga un pequeño cameo (risas) y levante la vista del piano. Ahora, más en serio, la música si se interpreta en el escenario es un personaje más del espectáculo.
Y todo músico, en un escenario, también tiene su parte actoral.
-El músico sabe mucho de estar en escena. En el caso del piano, uno se sienta ante él y te sirve un poco de refugio, te protege, pero si estás en escena con una obra tienes que ser muy consciente y tener capacidad de escucha. No solo esperar a entrar, como en la consulta del doctor. Sí, eres actor, tocas y tu manera de estar sentado o de mirar tiene que tener una cierta intención.
¿Cómo interaccionan música y palabra en la obra?
-De manera muy clara. A veces el piano supone un soporte a la palabra pero a mí me gusta que esté en directo y se interrelacionen, en mi caso ofreciendo pequeños ecos o respuestas al actor. No podría ser tal si la música estuviera pregrabada. Ahí, el actor tendría que seguir la música. Con la música en vivo el actor goza de más libertad y puede cambiar levemente sus intenciones.
¿Hablamos de cierta improvisación? Algo de lo que usted sabe como músico de jazz.
-Efectivamente, el teatro me permite aportar mis conocimientos de improvisación a lo que ya es un espectáculo no improvisado, ya que el actor repite el texto cada noche. Pero sí se producen variaciones y cambios sutiles en cada función.
¿Qué envoltorio sonoro ha creado para el repaso histórico a Aguirre?
-Hay una clara ligazón. La música debe poder adaptarse, encogerse y ampliarse. Hay música original que he compuesto que funciona como un leit motiv, además de un par de citas muy claras como una canción de la chanson francesa y una pequeña incursión en la obra de Bach. También hay sonidos descriptivos cercanos a la música contemporánea cuando coloreo proyecciones de bombardeos y pasajes muy angustiosos.
La música conectará Euskadi con Estados Unidos y Berlín, ¿no?
-Sí, hay alusiones claras al jazz festivo y desenfadado que se podía escuchar en una fiesta o un cóctel de Nueva York en los años 30 o 40 del siglo pasado, así como a ritmos vinculados a nuestra música con alguna sugerencia de zortziko.
¿Ha leído los diarios de Aguirre para documentarse antes de componer?
-He de reconocer que no los he leído a fondo. Yo siempre trabajo las obras sobre el texto, en este caso de Patxo, pero he acabado, y creo que al público le pasará también, con muchas ganas de documentarme al respecto. Lo que sí aparece en la obra es la relacionada con la coral que impulsó expresamente Aguirre porque le parecía que el renacer de un pueblo que estaba siendo aniquilado se tenía que hacer desde la cultura y la música.
Un audiovisual completa la labor de palabra y música.
-Sí, la firma Iban González y un elemento fundamental en la obra, que es casi un espectáculo multimedia. Ya le conocía de un documental sobre Laboa en el que trabajamos juntos. Los audiovisuales están proyectándose todo el tiempo, con imágenes reales. Para mí es brutal porque hago música para teatro, pero también para cine, para lo que sale en la pantalla.
Parece un espectáculo minimal, pero está lejos de ser una propuesta de pequeño formato.
-Exactamente. A mí me hablaron de hacer un monólogo en el que yo tocara; y, además, no muy largo, poco más de una hora. Pero no es una obra pequeña debido a las proyecciones y al magnífico trabajo escénico de Andoni Odriozola o la interpretación espectacular de Iñaki Rikarte. Su factura final y su potencia es tremenda. Al tocar no eres consciente, pero me impactó al verla en vídeo. Es un espectáculo de gran envergadura.
Y más necesario que nunca en estos tiempos tan complejos.
-Ya veníamos de una crisis de la cultura muy grande, pero desde marzo nos coloca al borde de un precipicio muy jodido. Es curioso, pero los primeros ensayos los empezamos en marzo, cuando se desató la crisis. El formato ya lo teníamos previsto, pero ahora el grupo humano reducido en las propuestas culturales va a ser más recurrente que nunca.
La obra se centra en un exilio y la cultura está viviendo otro, ¿no cree?
-Claramente, se podría utilizar esa metáfora sin duda alguna. La sensación es que los ciudadanos reconocen su valor e importancia, pero la tenemos lejos. Hay gente que no va a conciertos, al cine o al teatro. Hay que recuperar la cultura y hacer que vuelva del exilio, vivirla día a día, que sea parte de la gente. Y no solo porque hay muchas familias que viven de ella, que también, sino porque todas las crisis son crisis de valores y evidencian que algo hemos hecho mal.