os años de la dictadura de Primo de Rivera, como suele ocurrir en los regímenes de esa catadura, alimentaron las efervescencias políticas al calor de la clandestinidad. En los segundos planos de la sociedad vasca, prohibidos los partidos, la semilla de Sabino Arana germinaba a pesar de la escisión del PNV y su nula actividad pública durante el período dictatorial.

Lo que fue, en un principio, derivación del Carlismo y animosa defensa de los Fueros y, por lo mismo, una amplia amalgama de voluntades e ideologías tradicionales, iba pasando a decantar de aquella mescolanza el puro y simple nacionalismo vasco como reivindicación de nación con identidad propia. Se extendían con fuerza aquellas primeras expresiones de nacionalismo sabiniano: “Euzkadi es la patria de los vascos”, término extensivo y delimitado a los siete herrialdes de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa, Nafarroa-Behera, Lapurdi y Zuberoa.

Quedaba ya expurgado del nacionalismo vasco propiamente dicho todo ese otro conglomerado carlista y dinástico con el que se fundiera en las dos guerras. El Carlismo ya había sufrido en 1887 la escisión integrista, con la que mantendría una despiadada pugna por disputarse la militancia y el electorado en los territorios vascos, especialmente en Nafarroa. Para colmo, el prohombre del Carlismo de ese tiempo, Vázquez de Mella, tropezó con el talante “moderno y europeísta” del Pretendiente, don Jaime de Borbón. Y, como matrimonio mal avenido, rompieron. Quedó así el Carlismo dividido en tres partidos: el Integrista, el Jaimista y la Comunión Tradicionalista.

Bullían estas ideologías en la olla de la clandestinidad, con el mismo hervor que los nuevos y viejos partidos de clase que iban cobrando implantación especialmente en Bizkaia. El dictador, “manu militari” acallaba los ruidos y seleccionaba las represiones. Así como sacudió al Partido Nacionalista y perdonó a la Comunión Nacionalista, acogió con benevolencia a los terratenientes de la Comunión Tradicionalista y no paró de dar leña a los Jaimistas. Por supuesto, socialistas, comunistas y anarquistas no tuvieron tregua. Al PNV se le iba por la izquierda en 1930 Acción Nacionalista Vasca.

Las derechas no nacionalistas abrazaron sin sonrojo la causa del dictador, y a ella se sumaron los carlistas de Vázquez de Mella. Y esto último no lo digo en vano porque, desaparecido el Dictador y muerto el Pretendiente en extrañas circunstancias, los mandarines seguidores de Vázquez de Mella retornarán sin ningún pudor al redil del partido de la mano de Alfonso Carlos de Borbón, tío de don Jaime, un anciano de ideología ultramontana. Ellos frustrarán el “Estatuto de Estella” que pudo suponer la autonomía vasca con tres años de anticipación y, lo que es peor, serán en buena parte responsables de la Guerra Civil de 1936.