comienzos del primer contacto con los romanos, Estrabón hizo una deliciosa descripción de los vascones. Estamos entre los años 63 antes y 19 después de Cristo, y nos nos resistimos a reproducir el texto de Estrabón:

“Estos pueblos son sobrios; no beben más que agua, duermen en el suelo, tienen los cabellos largos. Comen carne de cabra; bellotas, con las que hacen una especie de pan; a veces beben una especie de cerveza y muy pocas veces vino en sus fiestas familiares; a falta de aceite, consumen grasa. Comen sentados sobre bancos construidos a lo largo de las paredes, donde se alinean según el rango y la edad, haciendo circular de uno a otro los alimentos. Los hombres van vestidos de negro y de “saies” (especie de capa de lana, sin duda el “kapulsai” o “kapusai”). Utilizan recipientes de madera. Su moneda consiste en pequeñas láminas de plata; practican también el trueque. Las mujeres llevan adornos de flores. Organizan luchas, pugilatos, carreras, simulacros de combate a caballo. Durante las comidas, los hombres tocan la flauta y la trompeta, bailan y saltan cayendo sobre sus piernas dobladas. Ofrecen al dios Ares sacrificios de animales y también de cautivos. Los criminales son precipitados de lo alto de una roca, los parricidas son lapidados fuera del territorio de su tribu; se casan a la manera de los griegos; los enfermos son expuestos al público, para que aquellos que hayan padecido la misma enfermedad los curen; antes de la expedición de Brutus no tenían más que barcas de cuero, y ahora utilizan barcos hechos de un tronco de árbol. Producen una sal de color rojo que blanquea cuando se le tritura. Sabemos, además, que se calzaban con “abarkas”, que no llevaban nunca casco en la guerra, que cultivaban el mijo y el lino; los caballos salvajes de su región eran famosos. Su reputación de augures, de adivinos, está muy extendida y parece que adoran a la Luna durante la noche”.