- ¿Cuál debe ser el papel de las instituciones en la recuperación del sector cultural?

-Desde un punto de vista económico y laboral es un sector mucho más débil; no tiene la estructuración sistémica que tienen otros. Desde un punto de vista económico, el sector cultural en el territorio roza el 3% del PIB, pero ese no es el impacto social real. La presencia de la cultura en la sociedad va mucho más allá de su impacto económico. Por tanto, las instituciones deben tener en cuenta que no se puede medir con una óptica meramente económica. Eso no significa que no haya que atender a las necesidades económicas del sector cultural. Me refiero a que se debe tener una óptica de impacto social, en muchos sentidos.

¿En cuáles?

-La creación cultural refleja muy bien cuáles son las características de una sociedad como la guipuzcoana que es muy dispar, muy plural y eso se refleja en la producción. Las instituciones deben atender a esa pluralidad. En muchos casos, además, los que más aportan a la pluralidad no suelen ser los económicamente más fuertes; es al revés. Las cosas más mainstream son más viables, pero también se debe atender al pequeño.

Desde algunos sectores se critica la idea de cultura subvencionada.

-La sanidad, la educación y los servicios públicos básicos no se rigen por esos criterios, y la cultura tampoco se debe regir por ellos, al menos, desde lo público. El que tenga una empresa, obviamente, debe buscar la rentabilidad de su negocio, pero como un elemento esencial de la sociedad, que no se puede medir solamente en un aspecto económico. Obviamente, la cultura está subvencionada y espero que siga siendo así por mucho tiempo. Esto no quiere decir que todo el mundo tenga que bailar al son de las ayudas que se dan desde las instituciones, porque hay quien no las quiere porque no las necesita o porque no quiere tener los condicionantes que eso también supone.

Han impulsado unas líneas de ayuda llamadas Piztu Kultura. Más allá de ellas, ¿deben las instituciones programar como impulso a los creadores?

-Hace unas semanas hubiese respondido que sí; ahora tengo mis dudas. El papel de la Diputación en este caso es más el de ayudar a reprogramar aquellos eventos que hayan caído. Es verdad que en Piztu Kultura teníamos un planteamiento bastante abierto en torno a poder generar un festival donde pudiéramos enmarcar todo aquello que se hubiese suspendido. Ahora creo que es mejor que le demos una coherencia de vuelta a la normalidad dentro de las actividades que ya se están reprogramando. Lo digo porque, según cómo avance todo, nos podemos encontrar con un final de año muy sobrecargado. Ahí es importante la coordinación entre instituciones. Pienso en Donostia Kultura, que juega un papel muy importante en la programación. La cuestión es complementarnos, no solaparnos.

¿Qué les han trasmitido los creadores?

-Para tener una interlocución, el departamento de Cultura tiene un Consejo de las Artes y la Cultura en el que están representados prácticamente todos los campos de creación. Con ellos trabajamos una serie de medidas en dos líneas. Por un lado, intentar ser lo más ágiles posibles a la hora de parar el impacto inicial y, por otro, intentar recuperar la actividad cuando fuera posible. Todas las ayudas se han organizado en base a esas dos líneas.

La semana pasada presentaron un Bono Cultura extraordinario para el verano.

-Pretende animar el consumo de literatura, cine y música a través de una fórmula que ha demostrado que es útil y que tiene un éxito incuestionable; mucho antes de finalización del plazo los bonos se suelen agotar.

También tiene una parte destinada a las artes escénicas.

-La vamos a articular cuando empiece el curso a través de Eskola Kultura. Es una bonificación para jóvenes entre 14 y 16 años para poder acceder a espectáculos de artes escénicas. El bono es más completo así, viene con una dotación mayor y está en la línea de recuperar el consumo y algunas actividades.

¿La cultura en euskera debe recibir un mayor grado de protección?

-Ahí está el compromiso del Bono Cultura. Los bonos para el consumo en euskera tienen un descuento superior. Además, porcentualmente, viendo la creación en euskera, tiene una clara discriminación positiva.

Fue nombrado diputado el pasado 25 de febrero, en la antesala de la pandemia. ¿Hay proyectos heredados de Denis Itxaso que no se vayan a llevar a cabo?

-Algunas cuestiones van a ser replanteadas, más por las circunstancias que por el cambio de la persona que está al frente del departamento. De cualquier modo, cada diputado tiene su sensibilidad y sus preferencias; yo también las tengo. Me incorporé como cabeza visible de un equipo que lleva cinco años trabajando; ahí va a haber una continuidad. Creo que Denis Itxaso hizo una buena labor.

¿Cuáles son sus preferencias y sensibilidades?

-La Diputación, como agente público en el mundo de la cultura, debe reforzar algunas líneas. Una de ellas, que ya se venía trabajando pero en la que me gustaría ahondar más, es el papel que juega la cultura como parte de la pluralidad social, económica y política de Gipuzkoa.

¿De qué manera?

-A veces, desde las instituciones se han marcado unas prioridades que venían más de arriba abajo y ha podido haber gente de la creación cultural que no se ha sentido identificada con las políticas culturales. No estoy hablando ni del diputado ni del periodo anterior; hablo de echar la vista atrás 15 o 20 años. Me parece que no debe ser así, creo que la gente, en la medida en la que pueda, debe ver a las instituciones como acompañantes. No me gustaría tener una visión muy intervencionista, pero sí creo que se debería reforzar la línea del mantenimiento de la pluralidad y el entendimiento la complejidad de la sociedad a través de la cultura.

¿Cómo incidir en la pluralidad desde una institución sin un carácter intervencionista?

-Con casos concretos. Es un equilibrio complejo, como todos los equilibrios en política. Ha habido grandes escritores, poetas, pintores de nuestra sociedad que están identificados con otro momento histórico o realidad. Hablo desde un Gabriel Celaya hasta el mismo Pío Baroja; son parte de la universalidad de la cultura guipuzcoana. No me gusta la cultura ombliguista, la que se mira y se repliega sobre sí misma. Hay que tener una visión abierta y más universal. Por eso creo que artistas guipuzcoanos que contribuyen hoy también a la universalidad de la cultura deben tener un apoyo decidido de las instituciones.

¿Su formación marcará, de alguna manera, su labor?

-El aspecto más patrimonial, más histórico, me interesa. Soy historiador de formación y la formación también marca a las personas. Se debe reforzar la línea del patrimonio cultural. Tenemos una gran joya como es Gordailua, que no está suficientemente en valor. Juega un papel que es muy bueno, el de preservar y conservar nuestro patrimonio cultural y artístico, pero creo que le hace falta un escaparate.

En ese sentido, plantean una exposición de Don Herbert en el Koldo Mitxelena. ¿Qué más proponen?

-Hay que abrir una reflexión a corto plazo sobre cómo podemos poner en valor ese patrimonio y ver si somos capaces de hacer un planteamiento a medio plazo, teniendo en cuenta los espacios que hay disponibles y las capacidades de la Diputación para poder mover ese patrimonio. A su vez, hay que poner en valor los proyectos que se hacen de intervención, restauración e investigación del patrimonio que mucha veces no se conocen. Asimismo, hay que hacer una reflexión sobre la formación.

¿En qué sentido?

-Me parece que las becas que ofrece la Diputación son una yuxtaposición desde el pasado de necesidades que han ido saliendo. Ahora que vamos a tener que priorizar inversiones, me parece que es un buen momento para ello. El ecosistema de becas que tenemos es escaso, habría que reforzarlo, ordenarlo y ver cuáles son las necesidades de formación de la gente que decide tomar el camino del arte. El territorio cerró un ciclo cuando desapareció Arteleku y creo que ese espíritu se perdió en el tiempo. Don Herbert es un ejemplo de la capacidad para la formación y para atraer talento internacional que tenía el centro.

A Arteleku le siguió Kalostra, que también cerró. ¿Se podría volver a plantear un proyecto similar a aquellos?

-Cada proyecto responde a su tiempo. Si ahora hubiese que plantearse algo, habría que hacerlo en una línea distinta, nueva. Por la cuestión que fuera, tanto uno como otro, tuvieron su fin y las necesidades, el ecosistema cultural y la realidad actual son otras. No quiere decir esto que cosas que hubiera en Arteleku o que se trataran en Kalostra no tengan actualidad hoy.

El presupuesto de Cultura para 2020 rondaba los 32 millones de euros. ¿Cómo ha afectado la reestructuración de prioridades de la Diputación tras el confinamiento?

-Hemos tenido una bajada general de en torno a un 10%. Dicho así no significa casi nada porque hemos renunciado a la inversión del Koldo Mitxelena en un 100%; la hemos atrasado a 2021, lo que nos va a permitir actualizar el proyecto en base a las necesidades y sensibilidades que vamos a detectar en este año. Ahí ha habido un ahorro; en otros aspectos, como las ayudas al sector se han mantenido en un 100%. La reflexión ha sido que hay cosas que pueden esperar y otras que si las hacemos esperar, van a desaparecer. Intentaremos que todo aquello que no sea urgente por mucho que sea importante se mantenga en el próximo presupuesto y veremos si dentro de esas cosas más importantes hay cosas más urgentes que otras.

¿Por ejemplo?

-El Koldo Mitxelena lo hemos retrasado un año, pero en el proyecto hay cosas urgentes que hay que acometer.

Se refiere a los problemas estructurales que presenta el edificio.

-Intentaremos que estas cuestiones se puedan atajar cuanto antes. Ahora, hay otras cosas que son importantes, sin duda, pero quizá más que una inversión en una infraestructura, podemos encajar en otras políticas, como la búsqueda de nuevos públicos.

Desde el inicio, este proyecto fue muy polémico. La duda principal es que se va a transformar algo que ya funciona.

-El Koldo Mitxelena es, ahora mismo, básicamente una biblioteca. También ha ido perdiendo usos que tuvo en el pasado; el proyecto pretendía retomarlos. Toda obra es polémica y esta también lo es. Es cuestión de sensibilidades y de orientación, de ver qué salida se le da a esa polémica y cómo se encauza y atiende. Hubo un proceso de escucha de las diferentes sensibilidades para aquel proyecto y me gustaría que ahora también fuera así y todo el mundo se sintiera identificado con una infraestructura como esa, principalmente, los usuarios. Se puede correr el riesgo de defraudar a usuarios presentes por intentar atraer a usuarios del futuro. Es tan encomiable una cosa como la otra, pero es cuestión de prioridades.

¿Las oficinas del departamento de Cultura que se encuentran en el edificio saldrán finalmente de allí?

-De momento ahí siguen y dependerá de la reflexión sobre el edificio, que no va a tener un cambio de uso. Seguirá siendo lo que es. Hay que resaltar que entre los problemas estructurales que tiene el Koldo Mitxelena, las condiciones de las oficinas son uno de ellos.

Volviendo a los presupuestos, ¿prevén un descenso mayor a ese 10% de cara a 2021?

-Aún es pronto. Esperamos poder mantener el presupuesto con las prioridades que tenemos ahora. La Diputación tiene una previsión de bajada de ingresos superior al 20%. Hay que hacer un ejercicio de establecimiento de prioridades. Obviamente, hay una serie de políticas que no van a poder sufrir el 20% de ahorro. Me gustaría que la cultura estuviera en esas prioridades, y no tener que bajar el presupuesto tanto como los ingresos.

¿Al llegar a la Diputación tenía en mente algún proyecto que por esta situación no va a poderse llevar a cabo?

-Es muy pronto para decirlo, porque apenas tuve tres semanas para poder hacer una composición de lugar sin pandemia. Hice una reflexión al llegar que sigue vigente. En la cultura vasca y en la guipuzcoana, y también en la española desde un punto de vista más genérico, se ha dado una sobrepolitización, donde el impacto del terrorismo ha sido uno de los elementos más importantes. Ha habido creación cultural siempre en un entorno muy politizado y ha habido gente que no se ha sentido cómoda.

¿En quién piensa?

-Recuerdo mucho el tristemente célebre caso de Imanol; un caso terrible. Tal y como expresaba él, sentirte rechazado por algo a lo que crees que perteneces es muy duro. Ese es un ejemplo, pero hay más. Eso ha traído en la creación cultural una manera de hacer las cosas, una visión. La creación musical en euskera, el rock, por ejemplo, ha estado siempre muy politizado en algunos casos, con productos musicales muy buenos. Habría que ver si eso se debe hacer con un centro físico donde se analice cómo ha sido el impacto de la violencia, del terrorismo y de la sobrepolitización en la cultura. Ahora, ¿urge esto? Comparado con las ayudas a autónomos, por ejemplo, no tiene la misma urgencia, obviamente.

La cultura refleja su tiempo. La sobrepolitización de la sociedad vasca se ha retratado, por ejemplo, en la literatura vasca desde múltiples visiones, desde Saizarbitoria hasta Atxaga, pasando por Guerra Garrido, que fue homenajeado el año pasado por la Diputación.

-Efectivamente. Ahí tenemos dos puntos de vista. El que refleja el propio impacto del terrorismo y de la violencia, y luego, las consecuencias. El homenaje a Guerra Garrido se hizo en el aniversario de los 50 años de su primera novela, Cacereño, donde pone sobre la mesa otro elemento: los problemas de integración, la intransigencia que hubo desde la política vasca hacia otros elementos culturales y lingüísticos que son parte de nuestra sociedad. No es solo el impacto directo del terrorismo como puede ser Gizona bere bakardadean de Atxaga, Martutene de Saizarbitoria, o Patria o Los años lentos de Aramburu. Hay otros impactos, como se narra en la trilogía Verdes valles, colinas rojas sobre la industrialización de Bizkaia. En este caso, en Gipuzkoa no fue tanto, aunque también. Todo eso es un ecosistema que poco a poco estamos dejando atrás pero que me gustaría que tuviéramos presente que la cultura ha sido, en muchos casos, vehículo de esa realidad dura y trágica.