nte el infructuoso intento de salir a la calle el sábado, volví a intentarlo ayer. Para no hacer la del pardillo, hice gaupasa en el portal. ¿Quién se ríe ahora? De la emoción, salí girando sobre mí mismo como en un musical, tanto que me mareé y vomité en el arbolito frente a la puerta. “Mira, no es ni el segundo día de la fase 0 y los chavales ya han salido de marcha”, comentó un amable caballero, que trotaba por allí, a su acompañante que, condescendientemente, contestó: “Qué pobre chaval, ¿qué pensaría su madre si lo viera?”. No se me ocurrió nada mejor que recordarles que el deporte solo se puede hacer de forma individual y que, si mi madre viese que he salido a las seis de la mañana para hacer deporte, pensaría que le han cambiado al hijo. Con un “¡Borracho!” por su parte, y con un “¡Que soy periodista!” por la mía, marchamos en dirección contraria; con miedo, no lo voy a negar, de que al llegar al límite de un kilómetro y tener que volver nos encontrásemos de nuevo. Comencé la fase 0 desde cero; es decir, otra vez, limpiándome la barbilla con la parte interna del codo. Si algo hemos aprendido en esta cuarentena es a ser higiénicos. Un poquito de aire fresco y de deporte no viene mal para recordar que no me creo que haya nadie al que le guste hacer deporte, que el sufrimiento para lograr algo solo puede tildarse de masoquista. Lo tengo claro: si tuviese una pastillita que hiciese el mismo efecto, sería adicto. “Pero Joseba, entonces no tendrías ninguna excusa para salir a la calle”, podría decir algún lector. Claro que lo tendría, saldría a por la pastilla.