i hora de sacar la basura era las ocho de la tarde, pero ahora me incomoda salir y que piensen que estoy robando los aplausos. Así que primero opté por retrasarlo, pero como la sesión del discjockey terracero, que arranca inmediatamente después, se alarga cada vez más y me resulta igual de incómodo que me saquen a bailar, hoy he optado por el horario matinal. Salgo por la puerta, con la legaña puesta, y noto un cambio en el vecindario. Están todos ahí, sospecho que esperándome. Pero se abren paso, como si fuera Moisés y ellos las aguas. “Apartaos, apartaos, que es el esencial”, dice un vecino. Ojiplático avanzo hacia el ascensor, donde ya se me ha adelantado el vecino en obras, con sus sacos de escombros. “Tú, quítate y bájalo por las escaleras, que entre Joseba, que es esencial”, le recrimina al marido. “No, si es igual”, respondo mientras me meten en el ascensor. “Ayer lo dijo el presidente Sánchez: que pare toda la actividad, pero que Joseba Gorriti debe seguir trabajando. Hasta le citó, me han dicho. Mira, trabaja ahí”, susurra apuntando con el dedo la bolsa que me dieron el primer día en el periódico y que uso para reciclar las botellas que nos pimplamos cada día mis compis y yo. “¿Y qué hace?”, preguntan como si no estuviera delante. “Es analista del confinamiento”, responde alguien. Y todos suspiran un “ah”. Me cierran la puerta del ascensor y me despiden dándome ánimos y una ovación. No han reparado en que voy en zapatillas de casa. Tiro las botellas al contenedor y opto por hacer tiempo yendo al súper a comprar más cerveza. Lo alargo todo lo que puedo y regreso sigiloso para evitar preguntas. Mi trabajo esencial ha terminado por hoy. Mañana más.