asar tanto tiempo en casa y, gran parte en silencio, permite que te des cuenta de detalles que de normal no percibes, como la rutina de los vecinos. A los que tienen el salón junto a nuestra cocina les gusta hacer zumba una hora antes de que empiece el Teleberri, el hijo de los de abajo practica con la flauta de cinco a seis y la pareja que tiene el dormitorio junto al mío debe ser recién casada por... motivos -o, más bien, sonidos- evidentes, estos sí, sin rutina fija pero frecuentes a lo largo de la jornada. Sobrehumanamente, me atrevería a decir. Son conjeturas que uno se hace cuando tiene tanto tiempo libre. Podría ser que los que creo que hacen zumba elaboren una tesis sobre la música latina, que el niño sea realmente un encantador de serpientes y que los del piso de al lado sean unos adictos al crossfit que practican con la cama y el armario. Yo qué sé, a mí qué me cuentan. Pero lo que sí les puedo asegurar es que sobre nosotros vive la madre de Norman Bates, ya saben que es la que regentaba el hostal en Psicosis. Todas las mañanas al despertar se oye el rozar de un mecedora contra la tarima, un sonido que vuelve a aparecer cada vez que me pongo a escribir esta columna y que se prolonga hasta bien entrada la madrugada, impidiéndome dormir. Estaba pensando en robar el palo de escoba que mi compañero de piso usa para marcar la distancia de seguridad entre nosotros y golpear en el techo para que pare el ir y venir al grito de “¿Molesta? ¿Molesta?”. Espero que los psicópatas tengan a bien respetar la cuarentena. Si no es así y mañana ven que no hay columna, que sepan que estoy en la bañera.