Nuestro titular es parte de un conocido proverbio latino que podemos traducir "en el vino está la verdad", y cuya autoría corresponde a Cayo Plinio Cecilio Segundo, mejor conocido como Plinio el Viejo. Creo que, sin pedantería alguna, le viene al pelo a quien hoy queremos homenajear.

"Cuanta más información y más conocimiento tengas de un vino, más lo disfrutas, pero lo más importante es la compañía con la que lo disfrutas". Esta, sin lugar a dudas, ha sido la máxima vitalista de Manu Méndez Martín, una persona que se ha bebido la vida a sorbos. Manu cumplió 65 años en 2018 y pensó que ya era el momento de empezar una nueva etapa en su vida, así que dejó su vinatería en manos de su hijo Jon, que se convierte en la segunda generación al frente del negocio.

Nacido en Pamplona, en 1953, Manu vino a este mundo apuntando maneras e imbuido de un espíritu transgresor que se manifestó desde su más tierna infancia: "Crecí en Pamplona y estudié en los Maristas, pero me echaron a los 14 años porque le pegué un balonazo a un cura", ríe Manu con pillería...

Sus recuerdos asociados al vino comienzan en su niñez, cuando acudía al pueblo de su padre, Gavilanes (Ávila), donde un tío elaboraba vino con garnacha. "Íbamos en septiembre y pisábamos el vino en familia. Mi tío lo metía en tinajas de barro donde lo criaba y luego vendía. Eran vinos de la Sierra de Gredos".

Entre los 14 años y hasta los 25, Manu vivió una de las etapas más intensas, más revueltas, pero más felices de su vida. Hizo cursos de ayudante de laboratorio en Madrid, trabajó en el laboratorio de Autopistas de Navarra analizando suelos, flirteó con el mundo del cine, entabló amistad con unos japoneses con los que visitó Tánger, donde conoció a Paul Bowles, y Mallorca, donde alternaban con Robert Graves... Fue una de las épocas más activas de Manu, sus años más hippies. Se dejó una negra barba, viajó con sus amigos y hasta editó con ellos dos libros de poesía, realizó algún que otro viaje furtivo a París y disfrutó de la vida.

Traspasada la frontera de los 25, se mudó a Vitoria, donde tuvo contacto directo con la hostelería y la gastronomía, abriendo un restaurante en Hueto Arriba, el actual Borda Berri. Pero, finalmente, impulsado por su mujer, Carmen, decidió asentarse en Donostia y abrir la Vinatería, que al principio se situó en la Gran Vía de Gros. "En la primera tienda", recuerda Manu, "traía vinos muy especiales, vinos de otras denominaciones que no fueran de Rioja, que era prácticamente lo único que se vendía aquí. En aquellos tiempos solo se conocía Rioja, Penedés y un poquito de Ribera. Los rosados eran de Cigales, se conocía algún vino navarro y poco más".

Pronto se le quedó pequeña la tienda y abrió una mayor, en 1997, en la calle General Artetxe de Gros, frente al bar Bergara. Y unos años después se trasladó a su actual ubicación en la calle Bermingham.

actividad imparable "Por aquí ha pasado mucha gente a catar vinos y a aprender. Fue una época en la que hice muchas amistades en el mundo del vino como Mariano Rodríguez de Arzak, Carlos Muro y Ciro Carro de Akelarre, Txomin Rekondo y su sumiller Martín Flea, Matías Gorrotxategi de Casa Julián, Aitor Olano del Izkiña de Trintxerpe, David Garrancho entonces al frente del Andra Mari de Gros, Juan Mari Humada (el chef del vino), Dani Corman, Manu del Mirador de Ulía, Igor e Iñaki Arregi del Kaia y el Elkano de Getaria, Iker y Maitane de la marisquería Ipar Itsaso de Urrunaga, Tatus Fombellida...", recuerda.

A partir de la apertura de la Vinatería, la actividad de Manu en el ámbito vinícola ha sido imparable: creó el Club Baccus junto a Enrique Pérez Navas y Adolfo de Pedro, y empezó a otorgar los premios Baccus, que ya cuentan con 20 ediciones. También puso en marcha las jornadas de chuleta y grandes vinos en diferentes localizaciones como Casa Julián, el Patxiku Enea de Lezo y el Aratz de Ibaeta. Incluso llegó a organizar hace tres años en Aratz una jornada dedicada al rodaballo y al vino, de la mano de la pescatera Carol Archelli, de la Pescadería Espe del Mercado de la Bretxa, actividad que tuvo su continuidad en una cata de besugos y champagnes que se celebró en 2019 en el mismo lugar.

Como no podía ser menos, Manu ha elaborado también su propio vino, 4 Besos, de la mano de los hermanos Fernando y Toni Meruelo, de Elvillar, de Álava. "Siempre he querido hacer vino y me decanté por una bodega de Rioja Alavesa, Lar de Paula. La primera vez fue con la añada 2006 y hemos seguido adelante sacando entre 4.000 y 6.000 botellas por añada... Me encantaría dedicarme más a ello", declara mientras le brillan los ojos.

Finalmente, hay que destacar que Manu ha ofrecido durante más de cinco años clases de enología a los alumnos de la Escuela Irizar.

Llegado a una edad en la que todavía le queda mucho por aprender y disfrutar, tras haber vencido hace tres años a un cáncer que le llevó una buena porción de cadera pero no le robó ni la vitalidad ni el buen humor, Manu está satisfecho con la labor realizada. En cualquier caso, no ve todo de manera positiva en el mundo actual del vino: "Va como la vida: muy rápido. Todos quieren sacar el vino muy rápido, sacar al mercado cosas nuevas sin que se consoliden las anteriores... El mundo es así y el vino es un reflejo, al igual que en el mundo de la gastronomía, otro mundo que veo que va muy acelerado y en el que veo que, para algunos, todo vale. Y con eso no estoy de acuerdo".

Pero Manu, ante todo, es de los que ponen las personas por delante del vino: "El mundo del vino me ha valido para hacer muchos amigos por todo el mundo", subraya. Algo que me evoca lo dicho por el poeta Luis Cernuda: "La verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo".