Gordailua es como una caja de sorpresas de tres plantas. Un lugar sagrado, casi mágico, donde un grado de temperatura arriba o abajo marca la diferencia entre la excelencia y la mediocridad; el ser o no ser. Allí duermen infinidad de obras de arte, herramientas y máquinas históricas, documentos, ropas, tesoros, todos ellos, “que han sido testigos de la historia de Gipuzkoa”. Desde el primer tractor matriculado en el territorio a las obras de arte del escultor Nestor Basterretxea. Un lugar “bastante desconocido”, pese ofrecer visitas guiadas gratis bajo petición. “La gente se sorprende cuando lo conoce”, admite su director, Carlos Olaetxea.
En sus 4.000 metros cuadrados, acoge las colecciones patrimoniales de la Diputación de Gipuzkoa, los bienes del museo San Telmo de Donostia y de otras entidades públicas y privadas. Todo tiene cabida en este centro, si tiene una historia que contar. Si tiene valor. La mayor parte de este patrimonio son piezas etnográficas y obras de arte: en total más de 70.000 objetos. Y es también, desde 2015, el depósito de Arqueología y Paleontología de Gipuzkoa para la custodia de las piezas obtenidas en excavaciones, prospecciones o hallazgos casuales: 10.000 cajas que esconden unas 200.000 piezas.
Levantada en la antigua fábrica de Radios de Irun (URI) en 2009, con tecnología puntera y un diseño a la carta, Gordailua se ha convertido en la casa de los recuerdos de Gipuzkoa y a menudo provee de material a museos o exposiciones temáticas. Muchas de las piezas que alberga dormían hasta entonces en naves industriales, almacenes o antiguas fábricas que alquilaba la Diputación y estaban expuestas al calor en verano, al frío en invierno y de forma permanente a su “peor enemigo, la humedad”.
Ahora lo hacen en condiciones ideales, y a prueba de bombas, con “enormes medidas de seguridad” y un sofisticado sistema antiincendios, que son otra de las grandes garantías para colecciones como la de Nestor Basterretxea, o las obras recientemente llegadas del pintor Rafael Ruiz Balerdi (1934-1992), cuya heredera acaba de ceder a este centro 217 óleos del artista guipuzcoano, que llevaban 15 años en el Bellas Artes de Bilbao.
El director del centro, Carlos Olaetxea, admite que contar con una instalación así es un “lujo”. Hay que irse lejos, a Amsterdam, Glasgow, Zurich, para encontrar un lugar parecido: salas climatizadas y condiciones de humedad específicas en cada zona: para cuadros, tapices, telas, pergaminos o negativos fotográficos.
Incluso cuenta con una piscina para desalar y conservar mejor piezas halladas en el fondo marino. Y una sala de restauración que es, aseguran, “la envidia” de todos, con un área específica que permite trabajar a más de diez restauradores a la vez en habitaciones con extracción y regeneración de aire que absorben el polvo y vapores tóxicos. Los cañones de Urgull están siendo restaurados en Gordailua.
museo y búnker antiincendios “Esto es un centro de conservación de obras de arte y nuestra función es conservar bien. Todo está pensando para una climatización idónea, con dos grandes compresores que aportan la temperatura y humedad adecuada, inferior al 60%, para evitar la aparición de bichos u otros organismos nocivos”, añade el director. Muchas de sus piezas son también sometidas a tratamientos de anoxia para ser desparasitados. “Aunque en el exterior haga 36 grados, como esta semana, aquí siempre estamos sobre los 20. Todo está pensando para ello y, por ejemplo, los almacenes no tienen ventanas”, asegura Olaetxea, quien explica que a “nivel estatal”, solo el Bellas Artes de Bilbao, el Museo Arqueológico Nacional, o el Aquarium, pero de tamaño pequeño, tienen algo parecido, pero únicamente para sus cosas. Como almacén propio. “Un sitio como este, no hay”, dice. Museo y búnker a la vez.
“Tenemos algunos proyectos para traer nuevas colecciones y estamos negociando con Kutxa traer las principales obras de su colección”, añade Olaetxea. En Gordailua tiene cabida todo el patrimonio mueble que ha sido testigo de la historia de Gipuzkoa, desde máquinas y piezas fabricadas en el territorio, aperos de labranza, esculturas, cuadros, hasta los trajes que lucieron en su primera actuación en televisión los payasos Txirri, Mirri y Txiribiton o la famosa boya de La Concha, una mole de más de 2,5 metros de diámetro y casi metro y medio de altura, en la que, según dicen, el propio Franco amarraba el Azor, su barco.
Restos romanos hallados en obras de reforma, tinajas, ánforas de 2.000 encontradas bajo el mar en la punta de Higer, en Hondarribia. “El valor es incalculable. El arte tiene un precio, un valor de mercado. Pero la etnografía, no. El precio es el que le quieras poner”, dice el etnógrafo del centro, Xabier Kerexeta, que es uno de los encargados de decidir qué adquirir y qué no para Gordailua.
“Todas las piezas tienen su historia”, destaca el propio Kerexeta, quien nos muestra una enorme kutxa de “estilo neovasco, muy bien conservada, que un matrimonio de París había encargado en 1937 a un ebanista de Zarautz. Tiene una mezcla de motivos curiosa: sagardotegi, bolatoki, miqueletes...”. Fueron los herederos quienes donaron a Gordailua esta pieza. O un tolare del siglo XVII que “nos han traído y que está muy bien conservado. Es enorme”, dice.
¿qué guardar y qué no? Donaciones, comodatos (cesiones) e incluso compras, son las fórmulas de las que se nutre Gordailua. “Una vez se compró un tapiz del siglo XVIII”, afirma Kerexeta, quien nos enseña el pequeño reloj de la parroquia de San Bartolomé de Elgoibar, con su enorme maquinaria a la vista; armas del museo de San Telmo, maquinaria industrial, motores de barco, un chimenea, garikutxas para guardar el trigo o un piano de la marca Aguirre. Entre tanto, nos muestra una máquina antigua de un taller de Irun, Talleres Otaegi Ruiz (TOR): “Era un taller artesanal. El dueño hacía arreglos de máquinas de la fábrica de cerillas, era oficial de primera, y en el caserío, abajo tenían el taller, arriba vivía la familia, y detrás tenía la huerta. Es muy curioso”, señala.
¿Qué guardar y qué no? “El mantenimiento es caro”, recuerda Kerexeta, y el espacio limitado, aunque Gordailua, en reordenamiento constante, tiene aún un 35% de su espacio disponible. “Hay que tener en cuenta, a la hora de elegir, que lo que no coges, se pierde. Hay que pensarlo muy bien. La industria del papel de Tolosa, por ejemplo, se perdió. Se puso todo nuevo y se echó lo viejo, porque no veían que fuera patrimonio”, explica.