"En el juego de tronos, ganas o mueres, no hay término medio". Esta frase, pronunciada por Cersei Lannister Lena Headey en el séptimo capítulo de la primera temporada de Juego de Tronos, da nombre al fenómeno televisivo que desde hace ocho años mantiene en vilo a la población mundial y que concluirá en la madrugada de hoy, después de 73 episodios se podrá ver en Movistar+ y HBO repletos de intrigas, fantasía, sexo, violencia y, sobre todo, traiciones.
Game of Thrones, basada en la saga literaria de corte fantástico de George R.R. Martin titulada Canción de Hielo y Fuego, se despedirá en una emisión tan ansiada que solo conoce otro precedente: el capítulo final de Perdidos hace nueve años, producción con la que la ficción comparte no pocas similitudes, sobre todo, en lo que tiene que ver con la respuesta del público, con la conversación en redes que se ha mantenido hasta cuando la producción no ha estado en antena -entre la séptima y el estreno de esta temporada final han pasado dos años- y la conversión automática de elementos de la ficción en iconos de la cultura pop como los escudos de las casas nobles de Poniente o sus lemas, como Se acerca el invierno.
Precisamente, el invierno ya ha llegado a la octava tanda de episodios de Juego de Tronos -en el universo medieval de Martin las estaciones no duran meses, sino años-; ha llegado, y se ha marchado -no continúe leyendo, si no quiere que le revele cuestiones fundamentales de la trama-. Desde la primera temporada, la ficción liderada por los showrunners David Benioff y D. B. Weiss -en el último capítulo, además de ejercer como escritores, se encargan de su dirección- se ha movido entre el plano político, una lucha de poder entre clanes por hacerse con el Trono de Hierro y la regencia del país; y el de corte más fantástico, con el mal absoluto encarnado en el Rey de la Noche que quiere instaurar el invierno eterno.
Tras haber eliminado esta última amenaza en La larga noche (8x03) -una batalla a oscuras que se rodó durante once semanas y 750 personas en el set-, la temporada final, con un presupuesto estimado de 90 millones de euros, se enfila en sus 80 últimos minutos a resolver la intriga política que, desde lo ocurrido en el anterior episodio Las campanas (8x05), ha tomado un cariz casi tiránico.
Con la mayoría de las tramas cerradas, generalmente, por defunción -“ganas o mueres”-, la partida se ha tornado complicada por aquellos que quisieron colocar la corona en la cabeza de Daenerys Targaryen -Emilia Clarke-.
Después de que esta arrasase indiscriminadamente a la población civil y militar de una rendida capital del reino con su último dragón vivo, Jon Snow -Kit Harrington-, Arya Stark -Maisie Williams-, Sansa Stark -Sophie Turner-, Tyrion Lannister -Peter Dinklage- y los aliados que les queden tendrán que enfrentarse a la cruda realidad que supone que ese personaje, con el que se ha empatizado desde el primerísimo episodio y que parecía la opción lógica y kármica de gobierno, se ha vuelto en el nuevo enemigo a batir. Un giro, propio de esta serie, el último de una larga lista de personajes que han virado 180 grados, entre lo que se considera éticamente aceptable y lo que no -y al revés-.
La revelación de que Jon Snow no es un bastardo, sino el legítimo rey de Poniente al ser hijo de Rhaegar Targaryen y Lyanna Stark, ha tensado el estado psicológico -¿podemos hablar de locura heredada de su padre?- de Daenerys y complicado lo que hubiese sido una salida fácil para los guionistas -un emparejamiento entre ambos-, para una ficción que si por algo se ha caracterizado es por retorcer y hacer sufrir a sus protagonistas.
La traca final de Juego de Tronos, tras la emisión del último capítulo de esta noche, habrá acumulado 374 minutos, que ha mantenido a millones de personas delante de las pantallas, semana tras semana. Es más, la serie ha ido ganando adeptos y audiencia de forma progresiva desde su primera emisión hace ocho años. Se acerca el invierno (1x01) reunió a 2,2 millones de estadounidenses, mientras que el penúltimo de esta octava temporada batió el récord de la propia producción: 12,4 millones de almas en EEUU pusieron la televisión para saber si las historias de la maquiavélica Cersei Lannister y su mellizo y amante Jaimie -Nikolaj Coster-Waldau- concluían para siempre o no.
No hay duda de que el récord volverá a batirse, solo para descubrir -¿confirmar?- de quién son los ojos verdes que Arya Stark debe cerrar, antes de que llegue el sueño de primavera.