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Giacometti, fragilidad

El Guggenheim de Bilbao exhibe desde hoy una retrospectiva de 200 obras, entre esculturas, pinturas, bocetos y dibujos, del creador suizo, considerado uno de los artistas más relevantes del siglo XX

Giacometti, fragilidad

En toda su vida, Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901 - Coira, 1966) tuvo pocos temas a los que volvía una y otra vez, siempre insatisfecho con el resultado. Con su rostro de actor de cine y su imagen icónica de artista bohemio y atormentado -como le inmortalizó con su cámara su amigo Cartier Bresson- el artista siempre regresaba a sus obsesiones: la figura humana y su fragilidad y la dimensión y la escala del espacio.

Giacometti tenía además fijación por las cabezas: “¿Por qué tengo necesidad, sí, necesidad de pintar caras? ¿Por qué estoy -¿cómo decirlo?- casi alucinado por los rostros de la gente?”. El artista no encontró respuesta, pero no dejó de buscarla durante toda su vida esculpiendo bustos (ese “núcleo de violencia”). Para ello no necesitó más que unos pocos modelos: su hermano Diego, que fue además su asistente y colaborador; su esposa Annette, un profesor de filosofía japonés y una prostituta, Caroline, a la que triplicaba en edad y que se convirtió en su amante en sus últimos años de vida.

El Guggenheim Bilbao abre hoy al público una magnífica retrospectiva sobre este pintor y escultor suizo, que cubre toda su trayectoria desde sus obras de juventud de los años 20, pasando por el periodo postcubista y surrealista, hasta el retorno a la figuración en 1935, que marcará su producción artística hasta el final de su vida. Más de 200 obras, entre esculturas, dibujos y pinturas, de este creador que hacía y deshacía sus piezas sin parar, buscando una perfección imposible, que le mantenía en constante evolución, coqueteando con la idea de la derrota y el fracaso.

La muestra ha sido producida por el Guggenheim Bilbao en colaboración con la Fundación Giacometti de París, y está comisariada por la directora de la Fundación, Catherine Grenier, y Petra Joos, del museo bilbaino. En la presentación, Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim Bilbao, destacó que la retrospectiva continúa la programación del Museo dedicada a escultores relevantes del siglo XX como Brancusi, Serra, Oteiza, Chillida o Calder.

La exposición, antes de llegar a Bilbao, ha pasado por Quebec (Canadá) y el Guggenheim de Nueva York, pero en la capital vizcaina reúne una serie de obras que no se pudieron exponer antes por su extrema fragilidad. Como, por ejemplo, el conjunto de yeso Mujeres de Venecia (Femmes de Venise), creado por el artista para la Bienal de Venecia de 1956 y que se exhibió en la Tate Modern de Londres en 2017 tras su restauración por la Fundación Giacometti de París.

Un artista único Alberto Giacometti nació en Borgonovo, en los Alpes suizos de habla italiana y era hijo de Giovanni Giacometti, conocido pintor postimpresionista. Fue su padre quien le animó en 1922 a trasladarse a París para estudiar con el escultor Antoine Burdelle; cuatro años más tarde alquilaría su mítico estudio de la Rue Hippolyte-Maindron, que en la actualidad acoge su Fundación. Giacometti hizo suyo el París de la vanguardia, del cubismo de los años 20, el de sus amigos Breton, Brancusi, Picasso, Lipchitz, Sartre... De esta época es Mujer cuchara, en la que se aprecia las influencias del arte africano.

El estallido del surrealismo de los 30 conformó algunas de sus señas de identidad: el mundo de los sueños, la brutalidad sexual y cierta violencia plástica. De esta época destaca su Mujer degollada (1935), en la que una mujer muerta está tendida en el suelo como una gigantesco mantis realigiosa. Víctima y verdugo a la vez, que sirve para definir la relación ambivalente que mantuvo con las mujeres, una relación que ahora no se entendería muy bien, según señaló Petra Joos. De esta misma época es también Bola suspendida, que encandilo a Dalí.

En 1935, se distanció del movimiento surrealista y volvió a la figuración, aunque en realidad Giacometti era único, abandonó todas las corrientes. Sus ideas sobre cómo abordar la figura humana se han convertido en “cuestiones fundamentales” en el arte contemporáneo para las siguientes generaciones de artistas, en especial sus características figuras escultóricas alargadas, que comenzó a crear en la década de 1940, destacó Catherine Grenier.

Giacometti abandonó París en 1941 tras el avance de los nazis y se trasladó a Ginebra hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Después de haberse alejado del surrealismo, el artista se interesó cada vez más en aspectos de escala y perspectiva dentro de su obra, y comenzó a trabajar en esculturas mucho más pequeñas y realistas. Algunas tienen el tamaño y grosor de un alfiler, como la que mira el monumental conjunto escultórico, La materia del tiempo, de su amigo Richard Serra.

figuras esqueléticas Tras la guerra y vuelta en París, Giacometti hace sus obras más representativas: Hombre que señala (1947), Hombre que camina (1960), cuerpos desprovistos de músculo, de superficie rugosa, áspera, sin sexo... Son seres humanos de tamaño natural, solos o en grupo, de extremidades muy largas, que parecen hechos sólo de piel y huesos. Hombres y mujeres cuyas formas van adelgazando por el tiempo hasta quedar reducidas a auténticos hilillos diminutos encerrados en jaulas o aupados sobre grandes peanas. Sartre lo definió como “el artista existencialista perfecto”, “a mitad de camino entre el ser y la nada”. Sus esculturas alargadas y delgadísimas representaban como nadie la soledad y el aislamiento del hombre.